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Jesús lleva la salvación a casa de Zaqueo

Luego entró Jesús en Jericó, e iba cruzándolo cuando sucedió algo. Allí vivía un tal Zaqueo, que era el jefe de los publicanos, y era muy rico. Tenía interés en ver quién era Jesús; pero no podía porque era muy bajito y había mucha gente rodeando a Jesús. Así es que lo que hizo fue adelantarse corriendo, y encaramarse a un sicomoro para verle cuando pasara por allí. Cuando llegó Jesús a aquel lugar, miró hacia arriba y le dijo: -¡Zaqueo, bájate de ahí a toda prisa, que hoy necesito parar en tu casa! Y Zaqueo se bajó del árbol a toda prisa, y se alegró mucho de que Jesús le visitara; pero toda la gente no hacía más que criticar a Jesús por haberse alojado con un pecador despreciable. Zaqueo se puso en pie, y le dijo al Señor: Mira, Señor: voy a darles a los pobres la mitad de todo lo que tengo, y a los que haya cobrado de más se lo voy a devolver cuadruplicado. -Hoy ha venido a esta casa la salvación -dijo Jesús-; porque, al fin y al cabo, este también es hijo de Abraham. El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lucas 19:1-10

El huésped del que todos despreciaban

Jericó era una ciudad muy importante y rica. Estaba en el valle del Jordán, y controlaba el acceso a Jerusalén y el paso al Este del Jordán. Tenía un gran palmeral, y bosques de balsameras mundialmente famosos que perfumaban el aire varios kilómetros a la redonda. Sus jardines de rosas también eran célebres. También lo llamaban « La Ciudad de las Palmeras», y Josefo dice que era cuna región divina», «la más feraz de Palestina.» Los romanos comercializaron e hicieron famosos sus dátiles y bálsamo.

Todo eso convirtió a Jericó en uno de los principales centros de impuestos de Palestina. Ya hemos estudiado los impuestos y el negocio de los publicanos (Lucas 5:27-32). Zaqueo había llegado a la cima de su profesión, por lo que sería el hombre más odiado del distrito. La historia tiene tres etapas:

(i) Zaqueo era rico, pero no era feliz. No podía por menos de sentirse solo, porque había escogido una profesión que le convertía en un descastado. Había oído hablar de Jesús, que recibía a los publicanos y a los pecadores, y quería saber si tendría algo para él. Despreciado y odiado por los hombres, Zaqueo buscaba el amor de Dios.

(ii) Zaqueo decidió ver a Jesús, y no dejó que nada se lo impidiera. El mezclarse con la multitud requería valor en su caso, porque muchos aprovecharían la oportunidad para pegarle una patada o un puñetazo o algo peor, de forma que Zaqueo acabaría el día con más cardenales que la curia romana. Pero aun así no podía ver nada, porque era bajito; así es que tuvo una gran idea: salió corriendo, se adelantó a la comitiva, se subió a un árbol corpulento y frondoso cuyas ramas daban sombra a la carretera, y allí se dispuso a ver lo que pasaba sin ser visto ni molestado.

(iii) Zaqueo se comprometió con la comunidad al anunciar su cambio. Cuando Jesús le hizo saber que pararía en su casa aquel día, y cuando Zaqueo descubrió que había encontrado un nuevo amigo maravilloso, hizo la mayor decisión de su vida: decidió darles a los pobres la mitad de todo lo que tenía; y la otra mitad no se la reservó para sí mismo, sino para hacer restitución de los fraudes que hubiera cometido. En esto de la restitución fue mucho más allá de lo que mandaba la ley, que obligaba a devolver por cuadruplicado o quintuplicado sólo lo que se hubiera robado violentamente (Éxodo 22:1). Si se trataba de un robo ordinario y no se podían devolver las cosas, había que pagar el doble de su valor (Éxodo 22:4; 7). Si se confesaba el robo y se hacía restitución voluntariamente, había que devolver el valor de lo robado más una quinta parte (Levítico 6:5; Números 5: 7). Zaqueo estaba decidido a hacer más de lo que demandaba la ley, y mostrar en sus obras que era un hombre cambiado. La conversión es algo que no se demuestra con palabras, sino con obras.

(iv) La historia termina con una gloriosa afirmación: «El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido.» Debemos tener cuidado con el sentido que damos a la palabra perdido. En el Nuevo Testamento no quiere decir condenado, sino sencillamente que no está en su sitio, y que no se sabe dónde está. Cuando encontramos aquello que habíamos perdido, lo volvemos a poner en su sitio. Una persona está perdida cuando no está en contacto con Dios; y es hallada cuando una vez más ocupa su debido lugar como hijo o hija obediente en la casa y familia de su Padre Dios.

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