Elegía sobre Babilonia
El canto elegiaco comienza con el característico ¿Cómo ha sido. ? El profeta asiste en espíritu a la realización de la ruina de Babilonia, llamada con el nombre cabalístico de Sheshak según el procedimiento del atbash, que hemos visto en 25:26. Babilonia era considerada como la gloria de toda la tierra por su magnificencia y riquezas, lo que constituía la admiración de todos los pueblos. Pero de pronto se ha convertido, por la derrota, en objeto de horror entre las naciones. El ejército enemigo ha caído sobre Babilonia como el mar, sumergiéndola bajo el cúmulo de sus olas. No quedará más que desolación y ruinas. Y todo ha sido efecto de la ira divina, que se ha ensañado con Bel, la principal divinidad babilónica: Bel-Marduk. Aquí el Dios simboliza la ciudad, ya que, en la mentalidad antigua, el Dios seguía la suerte de su nación. La desolación será total, y ya no concurrirán más a él las gentes. Babilonia era el centro de convergencia de millares de comerciantes que iban con sus mercancías a la gran metrópoli. Todo esto desaparecerá, y las mismas murallas de Babel, orgullo de los babilonios, caerán. De nuevo ante la inminencia de la catástrofe, el profeta piensa en la salvación de Israel exilado: sal de ella, pueblo mió; salve cada uno su vida. La expresión pueblo mió tiene un aire de ternura muy característico del espíritu afectuoso del profeta de Anatot. Para él, su vida ha estado siempre vinculada a la tragedia de su pueblo, y ahora piensa en su liberación ante el furor de la cólera de Yahvé; Israel ha sufrido ya demasiado y no debe exponerse a nuevos peligros.
La destrucción total de Babilonia
Elversículo 46 está en prosa y tiene el aire de nota redaccional posterior. El autor parece querer salir al paso de rumores de disturbios que pudieran intranquilizar a la comunidad israelita exilada. Muchos autores creen ver en este verso una alusión a los disturbios que precedieron a la caída de Babilonia. Entre los años 550-540, Ciro fue apoderándose poco a poco de las provincias medo-persas, y se extendía hacia el imperio babilónico. Este, gastado, había entrado en una época de clara descomposición: el rey Nabónides había sido confinado al oasis de Tema, en el desierto siró-arábigo, gobernando el reino su inepto hijo Baltasar. La región de Gutium se había emancipado de los babilonios. Por todas partes había brotes de rebeldía. Quizá en este ambiente de inseguridad hay que entender las palabras confortadoras que invitan a la confianza en Yahvé, defensor de los intereses de su pueblo.
La hora del castigo de Yahvé se acerca: caerán los ídolos y vendrá la matanza general. Todos los pueblos, cielos y tierra (expresión hiperbólica) se alegraran por la caída de Babilonia. El vengador viene del norte: es el ejército medo-persa. La sangre de los muertos de Israel está clamando venganza contra Babilonia, y lo mismo reclaman los muertos de toda la tierra. La suerte de la nación opresora es inexorable. Sufrirá la suerte de las naciones antes expoliadas y oprimidas. Como en secciones anteriores, el profeta, a la hora de la catástrofe, piensa en sus conciudadanos y los invita a salir para que no caigan con los babilonios: Partid, no os detengáis. Por otra parte, el profeta quiere evitar que los israelitas, que se habían creado una vida próspera en Babilonia, se queden allí. Les exhorta por ello a acordarse desde lejos (Babilonia) de Yahvé, pensando siempre en Jerusalén, su única y verdadera patria. Los israelitas responden a la invitación del profeta con la mejor disposición. La tragedia de la madre patria la llevan muy en el corazón, y sienten un íntimo bochorno por lo acaecido a su país: Estamos llenos de vergüenza., pues entraron extranjeros en el santuario de Yahvé. La profanación del templo de Jerusalén es la mayor humillación para los deportados de Babilonia. Precisamente por este ultraje al pueblo santo y a su santuario va a intervenir la justicia divina: yo visitaré a sus ídolos. De nada servirán los baluartes inaccesibles para salvar a Babilonia, pues está la mano omnipotente de Yahvé, que hace venir a devastadores para cumplir sus designios punitivos.