Isaías fue considerado el profeta más grande del Antiguo Testamento; Citado al menos cincuenta veces en el Nuevo Testamento; Tuvo mensajes poderosos de juicio y esperanza; Llevó a cabo un sólido ministerio a pesar de la poca respuesta positiva de sus oyentes; Su ministerio abarcó los gobiernos de cinco reyes de Judá
De su vida aprendemos que: La ayuda de Dios es necesaria para enfrentar con eficacia el pecado de la gente, a la vez que se consuela; Uno de los resultados de experimentar el perdón es el deseo de anunciarlo a otros; Dios es puro y perfectamente santo, justo y amoroso
Le vemos en Jerusalén de ocupaciones: Escriba, profeta. Hijo de Amoz. Padre de Sear-jasub, Maher-salal-hasbaz. Contemporáneo de: Uzías, Jotam, Acaz, Ezequías, Manasés, Miqueas
Visión y vocación de Isaías
¿Cómo es que el ministerio profético de Isaías careciera de resultados, de efecto positivo en el pueblo? ¿Cómo es que no pudo evitar la ruina de Judá? A Isaías el resultado le era conocido de antemano, pues Dios mismo se lo había revelado en su visión de vocación o llamamiento, cuando Isaías le preguntó hasta cuándo duraría aquella esterilidad de su mensaje en el pueblo. La respuesta fue: Hasta que las ciudades queden desoladas y sin habitantes, y no haya hombres en las casas, y la tierra quede devastada… . Mediante la misión del profeta la culpa del pueblo se acrecentaría y esto aceleraría el castigo final.
La referencia sería a los resultados dramáticos de la invasión de Senaquerib a Judá, cuando estuvo a punto de tomar Jerusalén después de haber arrasado muchas de las ciudades fortificadas. Sólo después del desenlace, por intervención directa de Jehová, Dios de Israel, Isaías llegó a ser vindicado.
¿Y acaso no fue igual la experiencia de Jeremías, de Pablo, o del mismo Señor Jesús? Jesús, tal como Isaías, recurrió al uso de parábolas para predicar al pueblo, para que de todas maneras escucharan de buena gana, aunque no vieran, ni escucharan ni entendieran de veras, para que el mensaje profético quedara como testimonio histórico.
Uzías, el rey que condujo al pueblo de Judá a tanta gloria, humana y falaz, pero de todas maneras significativa, estaba a punto de morir. El rey estaba moribundo, y sobre el reino se cernían las sombras de la incertidumbre y del pesimismo. Una vez más parecía evidente que Jehová había dejado a su pueblo a su abandono. Parecía que las promesas hechas a David acerca de un rey ideal y justo, un descendiente suyo, habían quedado frustradas.
Pero no. En medio del caos humano Isaías tiene una visión del Rey, sentado sobre un trono alto y sublime. Pero este Rey no es un hijo de David, sino el mismo Jehová de los Ejércitos.
El lugar de la visión era el templo en Jerusalén, y la visión era tan imponente que los bordes del vestido real de Jehová llenaban el templo, posiblemente todo el emplazamiento del templo sobre el monte Moriah, con sus muros de contención alrededor. La visión fue acompañada por un temblor que sucedió al canto de los serafines, que decían: ¡Santo, santo, santo es Jehová de los Ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!.
Tras esta visión, los labios de Isaías fueron purificados mediante un carbón encendido, tomado del altar por uno de los serafines. Y luego, sólo cuando se le había concedido la capacidad de estar de pie ante el Dios Santo, tiene lugar el diálogo de su llamamiento. Entonces Jehová le expresa la inquietud que tiene por su pueblo Israel, e Isaías se presenta diciendo: Heme aquí, envíame a mí.
Sin embargo, el mensaje profético estaba destinado a no tener como resultados la positiva conversión de Israel a su Dios, es decir, el retorno a sus demandas éticas y espirituales, como se ha visto vez tras vez en los capítulos previos. Y esto produce una fuerte desesperación en el profeta. Pero en las últimas palabras de Jehová que concluyen la visión y el capítulo, se encierra el germen de la esperanza: … después de ser derribados, aún les queda el tronco.
Es así que Isaías comenta, ya al margen de la visión y en palabras exclamativas: Su tronco [de la nación de Israel] es la simiente santa, aludiendo al remanente que volverá a su Dios. Con esto termina la primera parte del libro de Isaías.
Visiones que motivan
1. Comienzan en lugares sagrados en nuestras experiencias con Dios, cuando El se nos aparece y nos llama.
2. Acontecen en momentos críticos en nuestro peregrinaje, sea personal o nacional.
3. Acompañan manifestaciones sobrenaturales, tales como visión de Dios, milagros, y voces audibles a nuestro oído espiritual.
4. Nos llevan al arrepentimiento y confesión de pecado.
5. Resultan en una consagración al servicio: «Heme aquí, envíame a mí.»