Isaías 6:4 Al resonar esta voz, las puertas del templo temblaron, y el templo mismo se llenó de humo.
¡Ay de mí ! Después de haber proferido seis ayes en el capítulo 5, el profeta agrega un séptimo, esta vez sobre él mismo como representante de aquella nación voluntariosa. Naturalmente, ellos tienen labios inmundos, incapaces de expresarse de otra manera que no sea la inapropiada.
Isaías 6:5 y pensé: «¡Ay de mí, voy a morir! He visto con mis ojos al Rey, al Señor todopoderoso; yo, que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros.»
Viendo al Señor y escuchando la alabanza de los ángeles, Isaías se dio cuenta de que era impuro ante Dios, sin ninguna esperanza para poder alcanzar el nivel de santidad de El. Sin embargo, cuando el carbón encendido tocó sus labios, le dijeron que sus pecados eran pecados. No fue el carbón lo que lo limpió, sino Dios. En respuesta, Isaías se sometió por entero a su servicio. No importaba cuán difícil sería su tarea, dijo: «Heme aquí, envíame a mí». Fue necesario el doloroso proceso de limpieza antes de que Isaías pudiera cumplir la tarea para la que Dios lo llamaba. Antes de aceptar el llamado de Dios para hablar de El a los que nos rodean, debemos estar limpios, como Isaías, confesar nuestros pecados y someternos al control de Dios. Quizás resulte doloroso que Dios nos purifique, pero es necesario a fin de poder representar verdaderamente a Dios, el cual es puro y santo.
Isaías 6:6 En ese momento uno de aquellos seres como de fuego voló hacia mí. Con unas tenazas sostenía una brasa que había tomado de encima del altar,
Esto es parte del simbolismo de la visión. Isaías no fue físicamente tocado. Es quitada : Un pecador en la presencia del santo Dios queda anonadado, pero el Señor toma la iniciativa ofreciendo perdón y limpieza porque Isaías estaba contrito.
Isaías 6:7 y tocándome con ella la boca, me dijo: «Mira, esta brasa ha tocado tus labios. Tu maldad te ha sido quitada, tus culpas te han sido perdonadas.»
Isaías 6:8 Entonces oí la voz del Señor, que decía: «¿A quién voy a enviar? ¿Quién será nuestro mensajero?»
Nosotros. Envíame a mí : Iluminado, limpio de pecado y llamado por Dios, el profeta está dispuesto a tomar sobre sí la difícil tarea del ministerio profético.
El llamado de Dios, rasgos del líder. Una de las tareas del Espíritu Santo es llamar líderes consagrados al reino. Todo hombre y mujer son «llamados» a Dios; pero sólo unos pocos responden. Sin embargo, el llamado que los líderes experimentan es diferente, y exhibe distintas modalidades. 1) Muchos son llamados soberanamente. Moisés fue elegido por Dios, quien le habló desde una zarza ardientex. El niño Samuel fue llamado mientras dormía. El joven Isaías estaba adorando en el templo cuando fue llamado por Dios. Otros son llamados por medio de los seres humanos. Samuel fue a David y le ungió con aceite. Pablo le encomendó a Tito que designara ancianos en las iglesias de Creta.
Mientras más claramente Isaías veía a Dios (6.5), más consciente estaba de su propia impotencia e insuficiencia para hacer cualquier cosa de valor perdurable sin El. No obstante, estaba dispuesto a ser el vocero de Dios. Cuando El llama, ¿dirá también usted: «Heme aquí. Envíame a mí»?
Isaías 6:9 y él me dijo: «Anda y dile a este pueblo lo siguiente: ‹Por más que escuchen, no entenderán; por más que miren, no comprenderán.
Al profeta no se le dan esperanzas sobre una respuesta positiva del pueblo. Dios sabía que la situación de éste era desesperada, como sucedería en los días de Jesús.
Dios dijo a Isaías que el pueblo oiría, pero no entendería su mensaje porque engrosaron (endurecieron) sus corazones más allá del arrepentimiento. La paciencia de Dios con su rebelión crónica finalmente se agotó y su castigo fue abandonarlos a su rebelión y dureza de corazón. ¿Por qué Dios envió a Isaías si sabía que no le prestarían atención? Si bien la nación sola no se arrepentiría y cosecharían el castigo, algunos sí escucharían. En 6.13 Dios explica su plan para un remanente (simiente santa) de seguidores fieles. Dios es misericordioso aun cuando juzga. Su promesa de preservar a su pueblo nos infunde aliento. Si le somos fieles, podemos tener la certeza de su misericordia.