La continuación directa del pensamiento de los versículos 3-5 aparece en los versículos 9-11. Jehová ya ha cruzado el desierto y el Arabá al frente de su pueblo que retorna del cautiverio babilónico, y se dispone a subir a los montes de Judá para acercarse a Jerusalén. Aquella misma voz que introduce el mensaje de redención en el versículo 9, dice a Sion y a Jerusalén: Levanta con fuerza la voz… tú que anuncias buenas nuevas… No temas. Di a las ciudades de Judá: “¡He aquí vuestro Dios!“ El versículo 11 hace eco del cuidado pastoral de Jacob mientras realizaba su viaje de retorno de Mesopotamia a la tierra de promisión. Así apacentará Jehová a su rebaño. A los corderitos (los niños) llevará en su seno, y conducirá con cuidado a las que todavía están criando. El retorno de los cautivos de Babilonia se vislumbra por el mismo camino que siguieron los patriarcas a la tierra prometida. El Arabá, es decir la llanura del Jordán que se expande mientras se va aproximando al mar Muerto, es la antesala a la tierra de promisión. El Arabá deja ver su regocijo por el retorno de los hijos de Israel.
En medio de la secuencia literaria de los versículos 3-5 y 9-11 aparece un corto diálogo que ha sido considerado como el relato del llamamiento del profeta al ministerio profético. Una voz le ordenó que proclamara en medio del desarrollo de los acontecimientos, que todo mortal es hierba, y toda su gloria es como la flor del campo. De nuevo, entre todos los seres humanos, los reyes de Asiria y de Babilonia están en el centro de esta evaluación. El viento de Jehová, que sopla sobre la hierba, simboliza el juicio divino sobre los seres humanos y sus gobernantes. ¡Qué contraste con el Dios de Israel, cuya palabra permanece para siempre! Y es la palabra de Jehová la base y la garantía de toda la esperanza del creyente, por cuanto permanece para siempre, después que el poderío y la gloria humanas hayan desaparecido de sobre la faz de la tierra.
La segunda mitad del versículo 8 fue el versículo favorito de Casiodoro de Reina, quien lo incluyó en la primera página de la Biblia del Oso, tanto en hebreo como en castellano. La RVA también ha adoptado este versículo como su lema: La palabra de nuestro Dios permanece para siempre.
La segunda parte del capítulo 40 tiene como propósito central sustentar aun más la base de la esperanza en el cumplimiento de la palabra de Jehová que permanece para siempre. En el versículo 21 el profeta apela aun al conocimiento más elemental que los hijos de Israel debieran tener de la palabra de su Dios: ¿Acaso no sabéis?… ¿Acaso no habéis comprendido la fundación del mundo? (es decir, las primeras palabras del Génesis). Y luego, en el versículo 27 confronta a Israel con su deprimente incredulidad: ¿Por qué, pues, dices,… oh Israel: “Mi camino le es oculto a Jehová, y mi causa pasa inadvertida a mi Dios?“
Para levantar la fe del pueblo en Jehová, el profeta empieza describiendo su inmensa grandeza, poder y majestad. Luego hace un contraste entre Jehová y las naciones, que son tan sólo como una gota de agua que cae de un balde y son estimados como una tenue capa de polvo sobre una balanza, es decir, que de por sí no deciden el curso de la historia.
Después de presentar la grandeza y majestad de Jehová, presenta el hecho ridículo de un escultor que hace Dioses a pedido del cliente. Si el cliente es rico, recubre su Dios con oro y lo adorna con cadenas de plata purificada. Si el cliente no tiene recursos, prescinde del oro y se conforma tan sólo con que su Dios no se tambalee
En los versículos 22-24 el profeta vuelve a hablarnos de la majestad de Dios, como en los versículos 12-14, pero esta vez se concentra en el dominio que Jehová ejerce sobre la historia de los hombres. Presenta a Jehová sentado sobre el cenit (lit. el círculo de la tierra). Ante tal escena los habitantes de la tierra parecen langostas. Y aunque en medio de esas langostas destaquen los poderosos y los gobernantes de la tierra, Jehová los hace desaparecer tan sólo con un soplo, que constituye su juicio histórico.