El resultado del asedio de Jerusalén sería humillación y postración (v. 4a). La voz de los héroes de Judá, que era estentórea como el rugido de un poderoso león, subirá de la tierra como la de un fantasma. En otras palabras su voz quedará apagada, débil, como un susurro, acallada ante el poderío del enviado del rey de Asiria.
Pero a la humillación de Jerusalén seguiría la liberación milagrosa obrada por Jehová, porque ello constituirá la vindicación de su nombre y honor. Los versículos 5-8 describen la intervención repentina de Dios para exterminar a los enemigos que tienen bajo sitio a Jerusalén. El profeta no especifica qué es lo que realmente sucedería. Cuando en el versículo 6 se habla de truenos, terremotos, estruendo, torbellino, tempestad y llama de fuego consumidor, expresa que la intervención de Dios sería portentosa, precisa, imposible de ser confundida con efectos naturales o pura casualidad.
La liberación divina sería como un sueño y una visión nocturna para los habitantes asediados de Jerusalén. Al mismo tiempo, lo que para éstos sería un sueño de alivio, para la multitud de todas las naciones que combaten contra el monte Sion parecería una pesadilla y un amargo despertar. Soñaron devorar ávidamente la presa, pero la realidad sería frustración, vaciedad y desfallecimiento.
Ceguera espiritual del pueblo
El profeta es consciente de cuán asombroso e increíble es el acontecimiento que acaba de anunciar. Sin embargo, para él no hay la menor duda de que Dios intervendrá. Y no expuso este mensaje una sola vez, sino muchas.
Como el profeta, sólo aquellos que eran capaces de mirar los acontecimientos con los ojos de la fe podían prever tal maravilla como la intervención de Dios. Los demás, que no poseían la visión de la fe, dejarían de captar aun la perspectiva de las cosas, debido a aquel extraño fenómeno de la “retroalimentación negativa” que produce la falta de fe y que conduce a la pérdida gradual de las potencialidades del espíritu. Fatalmente, este fenómeno está presente casualmente cuando la revelación es más clara, precisa, inminente, visual. En los versículos 9-12 el profeta rememora la simbiosis de fracaso y éxito de su misión y de toda misión profética. Dice el versículo 11: Toda la visión será como las palabras de un libro sellado. Cuando lo dan al que sabe leer [es decir, a los iluminados y entendidos] a los “ojos” del pueblo dicen: “No puedo; porque está sellado“. (¡Y por qué pues no lo abre, pudiendo hacerlo y teniendo la responsabilidad de leerlo!) Y si lo dan a quien no sabe leer, él dice: “No sé leer“; lo cual deja a todos los niveles del pueblo sin visión y sin dirección.
En el versículo 13 el profeta ve la razón de la ceguera espiritual del pueblo en el hecho de que las más preciadas perlas de revelación divina se han petrificado en una religión popular basada en mandamientos de hombres y en fórmulas litúrgicas repetidas de memoria: “… este pueblo… me honra sólo con sus labios, pero su corazón está lejos de mí.“
Ante semejante ceguera espiritual, el Señor promete irónicamente volver a hacer maravillas ante el pueblo. Primero hará un eclipse; pero no un eclipse de sol o de luna, sino del entendimiento de los “entendidos” de la nación. Se refiere a aquellos escarnecedores que siempre acosaban al profeta, aquellos insignes teólogos de la muerte de Dios, que dicen de Dios: El no tiene entendimiento. Y después hará maravillas causando que los sordos oigan las palabras del libro de la profecía, y que los ciegos vean desde la oscuridad.
Aquel día será de regocijo para los humildes que forman el remanente del pueblo de Dios, porque habrán sido exterminados los tiranos y los escarnecedores, y todos los que están a la expectativa para hacer el mal. En aquel día los descendientes de Israel santificarán el nombre de Jehová y los murmuradores aprenderán la lección, la lección de la profecía hecha historia.