La carta difícil y arrumbada
Bien se puede decir que para la mayoría de los lectores modernos la breve Carta de Judas es una empresa más sorprendente que provechosa. Hay dos versículos que todo el mundo conoce -la sonora y magnífica doxología con la que termina: A Aquel Que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de Su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y poder, ahora y por todos los siglos. Amén.
Pero, aparte de estos dos versículos, Judas es mayormente desconocida y rara vez leída. La razón de su dificultad es que se escribió desde un trasfondo de pensamiento, el desafío de una situación, en imágenes y con citas, que nos resultan totalmente extrañas. Está fuera de toda duda que impactaría a los que la leyeran por primera vez como un martillazo. Sería como la llamada de un toque de trompeta a defender la fe. Moffatt llama a Judas una cruz flamígera para levantar las iglesias.» Pero, como J. B. Mayor, uno de sus grandes editores, ha dicho: «Al lector moderno le resulta más curiosa que edificante, salvo su principio y su final.» Esta es una razón más que suficiente para emplearnos en el estudio de Judas; porque, cuando entendemos el pensamiento de Judas y desentrañamos la situación en la que estaba escribiendo, su carta adquiere el mayor interés para la historia de la Iglesia Primitiva, y nada le falta de relevancia para la de hoy. Ha habido tiempos en la historia de la Iglesia, y especialmente en sus avivamientos, cuando Judas no estaba lejos de ser el libro más relevante del Nuevo Testamento. Empecemos por establecer sencillamente la sustancia de la carta sin esperar a resolver sus dificultades.
Saliendo al encuentro de la amenaza
Judas había tenido la intención de escribir un tratado sobre la fe que todos los cristianos compartimos; pero tuvo que dejar a un lado esa tarea en vista de la aparición de personas cuya conducta y pensamiento eran una amenaza para la Iglesia Cristiana (versículo 3). En vista de esta situación, la necesidad perentoria no era la de exponer la fe, sino la de convocar a los cristianos en su defensa. Algunos que se habían introducido en la iglesia se aplicaban a fondo a convertir la gracia de Dios en una excusa para la más flagrante inmoralidad, y negaban al único Dios verdadero y al Señor Jesucristo (versículo 4). Estos hombres eran inmorales en su conducta y heréticos en su doctrina.
Las advertencias
Judas organiza sus advertencias contra tales hombres. Que tengan presente la suerte de los israelitas. Habían sido sacados a salvo de Egipto, pero no se les permitió entrar en la Tierra Prometida a causa de su incredulidad (versículo 5). Hace referencia a Números 13:26 -14:29. Aunque uno haya recibido la gracia de Dios, puede perder la salvación eterna si se desvía a la desobediencia y a la incredulidad. Algunos ángeles que poseían la gloria del Cielo vinieron a la Tierra y corrompieron con su concupiscencia a las mujeres mortales (Génesis 6:2); y ahora están aprisionados en el abismo de oscuridad esperando el juicio (versículo 6). El que se rebele contra Dios tendrá que arrostrar el juicio. Las ciudades de Sodoma y Gomorra se habían entregado a la concupiscencia y al vicio contra la naturaleza de tal manera que su destrucción por fuego es una advertencia para todos los que se descarríen de manera parecida (versículo 7).
La vida malvada
Estos hombres son visionarios de sueños malvados; contaminan su carne; hablan mal de los ángeles (versículo 8). Ni siquiera el arcángel Miguel se atrevía a proferir maldición contra los ángeles malvados. Se le había encargado enterrar el cuerpo de Moisés. El diablo había tratado de impedírselo y reclamar el cuerpo para sí. Miguel no dijo nada en contra del diablo, ni siquiera en tales circunstancias, sino dijo sencillamente: « ¡Que el Señor te reprenda!» -(versículo 9). Hay que respetar a los ángeles, aunque sean malos y hostiles. Estos hombres malvados condenan todo lo que no entienden, y las cosas espirituales sobrepasan su comprensión. De lo único que entienden es de instintos carnales, y se gobiernan por ellos como hacen los animales irracionales (versículo 10).
Son como Caín, el asesino cínico y egoísta; son como Balaam, cuyo único deseo era la ganancia material, y que condujo al pueblo de Israel a pecar contra Dios; son como Coré, que se rebeló contra la autoridad legítima de Moisés, y se le tragó la tierra como castigo por su desobediencia arrogante (versículo 11).
Son como la rocas ocultas que pueden hacer naufragar un barco; tienen su propia camarilla en la que se asocian con personas como ellos, destruyendo así la comunión cristiana; engañan a otros con sus promesas, como las nubes que prometen la lluvia largo tiempo esperada, pero que pasan de largo; son como árboles estériles y sin raíz, que no producen fruto; como la rociada de espuma de las olas que arroja algas y restos de naufragios a las playas, así espumajean sus obras desvergonzadas; son como las estrellas errantes que se niegan a mantenerse en su órbita y que están condenadas a perderse en la oscuridad infinita (versículo 13). Hace mucho tiempo, el profeta Henoc había descrito a estas personas y profetizado su destrucción divina (versículo 15).
Murmuran contra toda autoridad y disciplina auténticas como los hijos de Israel murmuraron contra Moisés en el desierto; están descontentos con la suerte que Dios les ha asignado; sus concupiscencias son lo único que gobierna sus vidas; su habla es arrogante y orgullosa; son pelotilleros que adulan para sacar partido (versículo 16).
Palabras a los fieles
Después de fustigar a los malvados con el torrente de sus invectivas, Judas se dirige a los fieles. Deberían haber esperado todo esto, porque los apóstoles de Jesucristo ya habían anunciado de antemano que surgirían hombres malos (versículos 18 y 19). Pero el deber del verdadero cristiano es edificar su vida sobre la base de la santísima fe, aprender a orar en el poder del Espíritu Santo; recordar las condiciones del pacto al que nos ha llamado el amor de Dios, y esperar la misericordia de Jesucristo (versículos 20 y 21).