Introducción a Corintios

Esto explica un montón de cosas. Algunas veces es difícil entender a Pablo porque sus frases no terminan nunca, la gramática se quiebra y se enreda la construcción. No debemos figurárnosle sentado tranquilamente a su mesa de despacho, puliendo cuidadosamente cada frase; sino más bien recorriendo de un lado a otro la habitación, «tartamudeando su poderoso griego polémico» como decía Unamuno, mientras su amanuense se daba toda la prisa que podía para no perder ni una palabra.

Cuando Pablo componía sus cartas, tenía presentes en su imaginación a las personas a las que iban destinadas, y se le salía del pecho el corazón hacia ellas en torrentes que se atropellaban en su ansia de comunicar y ayudar.

La grandeza de corinto

Una ojeada al mapa nos mostrará que Corinto estaba diseñada para la grandeza. La parte Sur de Grecia es casi una isla. Por el Oeste, el golfo de Corinto hace una incisión tierra adentro, y lo mismo el golfo de Arenas por el Este. Todo lo que queda para unir las dos partes de Grecia, como una cintura de avispa, es el istmo de Corinto, de menos de ocho kilómetros de ancho. En esa estrecha lengua de tierra está Corinto. Tal posición hacía inevitable que fuera uno de los centros comerciales del mundo antiguo.

Todo el tráfico de Atenas y el Norte de Grecia a Esparta y el Peloponeso no tenía más remedio que pasar por Corinto.

Pero no era solamente el tráfico del Norte al Sur de Grecia el que tenía que pasar por Corinto por necesidad; sino que también la mayor parte del que iba del Este al Oeste y viceversa del Mediterráneo prefería pasar por Corinto. La punta más meridional de Grecia era el cabo Malea o Kavomaliás. Era proverbialmente arriesgado el rodear el cabo Malea. Había dos refranes griegos que expresaban lo que se pensaba de él: «El que rodee Malea, que se olvide de su casa;» y «Si vas a rodear Malea, haz el testamento.»

En consecuencia, los marineros tenían dos opciones:

(a) Remontar el golfo de Arenas y, si el barco era pequeño, sacarlo del agua, deslizarlo sobre rodillos hasta el otro lado del istmo y botarlo otra vez. El istmo se llamaba Diolkos, que quería decir «el lugar donde se hace el arrastre.» La idea es la misma que encierra el nombre escocés Tarbert, que quiere decir el lugar en el que la tierra es tan estrecha que se puede arrastrar un barco de un lago a otro.

(b) Si no era posible hacer eso por el tamaño del barco, se desembarcaba todo el cargo, se transportaba a través del istmo, y se cargaba otra vez en otro barco al otro lado. Ese trasbordo a través del istmo por donde está ahora el canal de Corinto le ahorraba a los barcos una travesía de doscientas millas rodeando el cabo Malea, el más peligroso del Mediterráneo; pero, naturalmente, cualquiera de estas opciones costaba un dinero considerable, que iba a engrosar la riqueza de Corinto.

Es fácil comprender la tremenda importancia comercial que tenía Corinto. El tráfico Norte-Sur no tenía otra alternativa que pasar por él; y con mucho a la mayor parte del comercio Este-Oeste del Mediterráneo también le convenía pasar por Corinto. Alrededor de Corinto se apiñaban otras tres poblaciones: Laqueo, al Oeste del istmo, Cencreas, al Este, y Esqueno, a corta distancia. Escribe Farrar: «Los objetos de lujo llegaban fácilmente a los mercados que visitaban todas las naciones del mundo civilizado: el bálsamo de Arabia, los dátiles de Fenicia, el marfil de Libia, las alfombras de Babilonia, los tejidos de pelo de cabra de Cilicia, la lana de Licaonia y los esclavos de Frigia.»

Corinto, como la llama Farrar, era la «Feria de las Vanidades» del mundo antiguo. La llamaban «el puente de Grecia»; alguien la llamó « el salón de Grecia.» Se dice que, si uno está en Picadilly Circus de Londres, al cabo de poco tiempo se habrá encontrado con todos los ingleses; pues Corinto era el Picadilly Circus del Mediterráneo. Para atraer aún a más gente, en Corinto de celebraban los juegos ístmicos, sólo superados por los olímpicos. Era una ciudad rica y populosa y uno de los más importantes centros comerciales del mundo antiguo.

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