Con los años vamos perdiendo la inocencia, que no es otra cosa que la sabiduría que nos regaló Dios.
En cierta ocasión se me solicitó que fuera parte del jurado en un concurso. El propósito del concurso era encontrar al niño mas cariñoso.
El ganador fue un niño de 4 años, vecino de un anciano cuya esposa había fallecido recientemente.
El niño, al ver al anciano llorar en el patio de su casa, se acercó y se sentó en su regazo.
Cuando le pregunté qué le había dicho al vecino, el niño me contestó… “Nada, sólo le ayudé a llorar”.