Herodes ordena la muerte de Juan el Bautista

Por aquel mismo tiempo, Herodes, el que gobernaba en Galilea, oyó hablar de Jesús, cuya fama había corrido por todas partes y no sabía qué pensar, porque unos decían: “Juan el Bautista ha resucitado, y por eso tiene este poder milagroso.” Otros decían: “Es el profeta Elías.” y otros: “Es un profeta, como los antiguos profetas.” Al oír estas cosas, Herodes decía a los que estaban a su servicio: “Ese es Juan el Bautista. Yo mandé cortarle la cabeza y ahora haresucitado. Por eso tiene este poder milagroso.” Es que Herodes había hecho arrestar, encarcelar y encadenar a Juan. Lo hizo por causa de Herodías, esposa de su hermano Filipo, pero Herodes se había casado con ella. Juan había dicho a Herodes: “No debes tenerla como tu mujer la mujer de tu hermano.” Herodías odiaba por eso a Juan, y quería matarlo; pero no podía. Herodes, que quería matar a Juan, tenía miedo de la gente, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Y aunque al oírlo se quedaba sin saber qué hacer, Herodes escuchaba a Juan de buena gana, porque todos creían que Juan era un profeta.

Pero Herodías vio llegar su oportunidad cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea. La hija de Herodías entró en el lugar del banquete y bailó, y el baile gustó tanto a Herodes y a los que estaban cenando con él, que el rey dijo a la muchacha: –Pídeme lo que quieras, y te lo daré, y le juró una y otra vez que le daría cualquier cosa que pidiera, aunque fuera la mitad del país que él gobernaba. Ella salió, y le preguntó a su madre: –¿Qué pediré? Ella entonces, aconsejada por su madre, dijo a Herodes: –Dame ahora mismo en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Esto entristeció al rey Herodes; pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, no quiso negarle lo que le pedía. Así que mandó en seguida a un soldado con la orden de llevarle la cabeza de Juan, y ordenó que se la dieran a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. Cuando los seguidores de Juan lo supieron, llegaron, recogieron, se llevaron el cuerpo y lo enterraron; después fueron y avisaron a Jesús. Mateo 14: 1-12; Marcos 6: 14-29; Lucas 9:7-9

La tragedia de Juan El Bautista

En este drama trágico de la muerte de Juan el Bautista se nos delinean clara y vivamente los diferentes personajes.

(i) Tenemos al mismo Juan. Por lo que respectaba a Herodes, Juan había cometido dos faltas.

(a) Era demasiado popular. Josefo también nos cuenta la historia de la muerte de Juan, y lo hace desde este punto de vista: «Ahora bien: cuando muchos otros venían a Juan en multitud, porque se conmovían profundamente al oír sus palabras, Herodes, que temía que la gran influencia que Juan tenía sobre la gente le pudiera poner en posición e inclinación de hacer un levantamiento (porque la gente parecía dispuesta a hacer todo lo que él le aconsejara), pensó que lo mejor sería matarle para prevenir cualquier conflicto que pudiera causar, y no meterse en dificultades perdonándole la vida, de lo que podría ser que se arrepintiera cuando fuera demasiado tarde. De acuerdo con esto, ante las sospechas de Herodes, este mandó a Juan prisionero a Maqueronte… y allí le hizo ajusticiar.» (Antigüedades de los judíos, 18.5.2). Según Josefo fueron los celos suspicaces de Herodes los que le hicieron dar muerte a Juan. A Herodes, como a cualquier otro tirano débil, suspicaz y timorato, no se le podía ocurrir otra manera de resolver la presencia de un posible rival que matándole.

(b) Pero los evangelistas vieron la historia desde otro punto de vista. Para ellos, Herodes mandó matar a Juan porque este era un hombre que decía la verdad. Siempre es peligroso denunciar a un tirano, y eso fue precisamente lo que hizo Juan.

Los hechos eran bien sencillos. Herodes Antipas estaba casado con una hija de los árabes nabateos. Tenía un hermano en Roma que se llamaba igual que él; los evangelistas llaman a ese Herodes de Roma Felipe; su nombre completo puede que fuera Herodes Felipe, o puede que se confundieran en la maraña de las relaciones matrimoniales de los Herodes. El Herodes que residía en Roma era un individuo adinerado que no tenía reino propio. En una visita a Roma, Herodes Antipas sedujo a su cuñada y la convenció para que abandonara a su marido y se casara con él. Para eso tenía que repudiar a su anterior mujer, lo que le trajo unas consecuencias desastrosas. Al dar ese paso, aparte del aspecto moral de la cuestión, Herodes quebrantó dos leyes: se divorció sin causa de su mujer, y se casó con su cuñada en vida del marido de esta, que era un matrimonio prohibido en la ley judía. Juan no dudó en reprochárselo. Siempre es peligroso enfrentarse con un déspota oriental, y Juan firmó su propia sentencia de muerte cuando reprendió a Herodes. Juan era un hombre que denunciaba intrépidamente el mal cuando lo veía. Cuando el reformador escocés John Knox estaba defendiendo sus principios ante la reina Mary, ella le preguntó si creía que se podía resistir la autoridad de los gobernantes. Su respuesta fue: «Si los príncipes se exceden de sus atribuciones, señora, es lícito resistirlos, y hasta deponerlos.» El mundo les debe mucho a los grandes hombres que arriesgaron sus vidas y tuvieron el valor de decirles aun a los reyes y las reinas que hay una ley moral que quebrantan a riesgo propio.

(ii) Tenemos a Herodías. Como veremos, fue la ruina de Herodes en todos los sentidos, aunque no carecía del sentido de la grandeza. De momento advertimos que tenía un. triple delito: era una mujer inmoral e infiel; vengativa, que abrigaba los rencores para mantenerlos calentitos, y que procuraba vengarse hasta cuando se la condenara-justamente; y probablemente lo peor de todo- era capaz de utilizar hasta a su propia hija para llevar a cabo sus planes de venganza. -Ya habría sido suficientemente malo el que se hubiera buscado los medios para vengarse del hombre de Dios que la hizo enfrentarse con su propia vergüenza; pero fue infinitamente peor el usar a, su hija para su funesto propósito haciéndola -cómplice del delito más horrible. Hay poco que decir del progenitor que mancha su progenie de delito con el fin de obtener algún propósito personal malvado.

(iii) Tenemos a la hija de Herodías, Salomé. Sería entonces joven, tal vez de dieciséis o diecisiete años: Aunque después. llegara a ser lo que fuera, no cabe duda de que en esta ocasión fue más utilizada que culpable. Probablemente ya tenía una raíz, de desvergüenza en su carácter: toda una princesa haciendo de bailarina solo para hombres. Las danzas en tales ocasiones eran sugestivas e inmorales. Para una princesa real ya era bastante deshonroso el bailar en público. Herodías no le daba ninguna importancia a la falta de pudor y dignidad de su hija con tal de obtener su venganza del hombre que la había reprendido tan justamente.

La caída de Herodes

(iv) Tenemos al mismo Herodes. Sé le llama el tetrarca, que quiere decir literalmente gobernador de la cuarta parte; pero llegó a usarse en sentido general, como aquí, de gobernador subordinado de una parte de un país. Herodes el Grande tuvo muchos hijos. Antes de morir dividió su territorio en tres partes y, con el consentimiento de Roma, se las legó a tres de sus hijos. A Arquelao le dejó Judea y Samaria; a Felipe, el territorio septentrignal de Traconítide e Iturea, y a Herodes Antipas -el de esta historia-, Galilea y Perea. Herodes Antipas no fue un rey extremadamente malo, pero aquí le vemos iniciar el descenso hacia la ruina total. Podemos notar especialmente tres cosas acerca de él.

(a) Tenía conciencia de su culpabilidad. Cuando Jesús llegó a tener cierta importancia en el pueblo, Herodes llegó inmediatamente a la conclusión de que era Juan que había vuelto a la vida. Orígenes hace una sugerencia muy interesante acerca de esto: recuerda que María, la madre de Jesús, e Isabel, la madre de Juan, eran parientes próximas (Lucas 1:36). Y Orígenes cita una tradición que decía que Jesús y Juan se parecían físicamente. En ese caso, la conciencia culpable de Herodes tendría aún más razones para su sospecha. Es la gran prueba de que nadie se puede librar definitivamente de un pecado librándose de la persona que se lo denuncia. Existe tal cosa como la conciencia; y, aunque se elimine al acusador de una persona, no se silencia al Acusador divino.

(b) La acción de Herodes fue típica de un hombre débil. Mantuvo un juramento insensato, y quebrantó una gran ley. Había prometido a Salomé darle lo que le pidiera, sin prever lo que pudiera ser. Sabía muy bien que concederle su petición para cumplir su juramento era quebrantar una ley mucho más importante; y sin embargo eligió hacerlo porque era demasiado débil para reconocer su error. Le tenía más respeto a las rencillas de una mujer que a la ley moral. Le tenía más miedo a la critica, o a las burlas, de sus invitados, que a la voz de la conciencia. Herodes era un hombre que podía mantenerse firme en cosas equivocadas hasta cuando sabía que eran otras las verdaderas; y tal firmeza es señal, no de fuerza, sino de debilidad.

(c) Ya hemos dicho que la acción de Herodes en este pasaje fue el principio de su ruina. Las consecuencias de seducir a Herodías y divorciarse de su anterior mujer fueron, muy naturalmente, que Aretas, el padre de esta y gobernador de los nabateos, se sintió normal y personalmente resentido por el insulto que se le había perpetrado a su hija. Le hizo la guerra a Herodes y le infligió una seria derrota. Josefo comenta: «Algunos de los judíos creyeron que la detracción del ejército de Herodes había sido cosa de Dios, y muy justa, en castigo por lo que había hecho con Juan, llamado el Bautista» (Antigüedades de los judíos, 18.5.2). Herodes tuvo que ser rescatado por los romanos, a los que apeló para que le ayudaran.

Desde el principio, la relación ilegal e inmoral con Herodías no le trajo a Herodes más que disgustos. Pero la influencia de Herodías no acabó ahí. Pasaron los años, y Calígula llegó al trono de Roma. El Felipe que había sido tetrarca de Traconítide e Iturea murió, y Calígula le dio la provincia a otro de la familia de los Herodes que se llamaba Agripa; y con la provincia le otorgó el título de rey. El hecho de que Agripa fuera rey llenó de envidia a Herodías. Josefo dice: «Ella no podía ocultar lo desgraciada que se sentía por la envidia que le tenía» (Antigüedades de los judíos, 18.7.1). Como consecuencia de su envidia incitó a Herodes a ir a Roma para pedirle a Calígula que le concediera también a él el título de rey, porque Herodías estaba decidida a ser reina. « Vamos a Roma -le dijo-; y no ahorremos molestias ni gastos, ni plata ni oro, que no se pueden emplear en nada mejor que en obtener un reino.»

Herodes se resistía a tomar medidas; era naturalmente perezoso, y también preveía serios problemas; pero su testaruda mujer se salió con la suya. Herodes se preparó para ir a Roma; pero Agripa mandó mensajeros para advertir a Calígula que Herodes estaba preparándose para rebelarse contra Roma. Caligula dio crédito a las acusaciones de Agripa, despojó a Herodes de su posición y de su dinero y le desterró a la lejana Galia, donde se fue consumiendo en el exilio hasta que le llegó la hora de la muerte.

Herodes acabó por perder la fortuna y el reino, arrastrando una vida miserable en algún lugar remoto de Galia, por culpa de Herodías. Y fue entonces cuando Herodías dio muestra de grandeza y de magnanimidad. -Era en realidad la hermana de Agripa, y Calígula le dijo que no pretendía privarla de su fortuna particular, y que, por consideración a Agripa, ella no estaba obligada -’a acompañar a su marido al destierro. Herodías respondió: «Sin duda tú, oh Emperador, actúas de forma magnánima y como corresponde a tu dignidad en lo que me ofreces; pero el amor que le tengo a mi parido me impide aceptar el favor que me otorgas; porque no es justo que yo, que he participado de su prosperidad, le abandone en su desgracia» (Antigüedades de los judíos, 18.7.2). Así es que Herodías acompañó a Herodes al destierro, y eso es lo último que sabemos de ella.

Si ha habido alguna vez una prueba de que el pecado atrae su propio castigo, esa prueba es evidente en la historia de Herodes. Fue un día aciago cuando Herodes sedujo a Herodías. A aquel acto de infidelidad siguió el asesinato de Juan, y por último el desastre en el que lo perdió todo excepto la mujer que le amó y le arruinó.

Para entonces ya se tenían noticias de Jesús en todo el país. El informe llegó a los oídos de Herodes. La razón por la que no había sabido de Jesús hasta aquel momento puede haber sido debida al hecho de que su residencia oficial en Galilea estaba en Tiberíades, una ciudad mayormente gentil y que, por lo que sabemos, Jesús no visitó nunca. Pero la misión de los Doce había llevado la fama de Jesús por toda Galilea, de manera que Su nombre se oía por todas partes. En este pasaje tenemos tres veredictos sobre Jesús.

(i) Tenemos el veredicto de una conciencia culpable. Herodes había sido responsable de la ejecución de Juan el Bautista, y su conciencia no le dejaba tranquilo. Siempre que una persona comete una mala acción, el mundo entero se convierte en su enemigo. Interiormente, no puede dominar sus pensamientos; y, siempre que los deja correr, vuelven a la acción malvada que ha cometido. Nadie puede evitar vivir consigo mismo; y cuando su ser interior se convierte en su acusador, la vida resulta un infierno. Externamente, vive en constante temor de ser descubierto, y de que algún día le alcancen las consecuencias de su mala acción.

Hace algún tiempo, un preso se escapó de una cárcel de Glasgow. Después de cuarenta y ocho horas de libertad, le detuvieron otra vez, helado y hambriento y agotado. Dijo que no había valido la pena: «No he tenido ni un minuto bueno.

Perseguido, perseguido todo el tiempo. No se puede uno parar para comer ni para dormir.» Perseguido, esa es la palabra que a menudo describe la vida del que ha hecho algo malo. Cuando Herodes oyó de Jesús, lo primero que se le pasó por la mente fue que Ese era Juan el Bautista, el que él había matado, que venía a ajustarle las cuentas. El pecado no vale nunca la pena, porque la vida de pecado es una vida asediada.

(ii) Tenemos el veredicto del nacionalista. Algunos pensaban que ese Jesús era Elías redivivo. Los judíos esperaban al Mesías. Había muchas ideas acerca del Mesías, pero la más corriente era que sería un gran Rey conquistador que les devolvería a los judíos su libertad política, y después los conduciría victoriosamente a la conquista del mundo entero. Era una parte esencial de esa creencia que, antes de la venida del Mesías, Elías, el más grande de los profetas, volvería otra vez para ser Su heraldo y precursor. Hasta nuestros días, cuando los judíos celebran la Pascua en sus hogares, ponen una silla de más a su mesa que llaman la silla de Elías, y le ponen un vaso de vino delante en la mesa. Y en cierto momento de la celebración van a la puerta y la abren de par en par para que Elías pueda entrar y traerles por fin las largo tiempo esperadas noticias de que ha venido el Mesías.
Este era el veredicto de los que deseaban encontrar en Jesús el cumplimiento de sus propias ambiciones. Creían que Jesús era, no Alguien a Quien debían someterse y obedecer, sino alguien que podían usar. Los tales piensan más en sus propias ambiciones que en la voluntad de Dios.

(iii) Tenemos el veredicto de los que estaban esperando escuchar la voz de Dios. Había algunos que veían en Jesús a un profeta. Por aquel entonces los judíos eran tristemente conscientes de que hacía trescientos años que estaba callada la voz de la profecía. Escuchaban los argumentos y las discusiones legales de los rabinos; escuchaban las pláticas morales de la sinagoga; pero hacía tres largos siglos que no escuchaban una voz que proclamara: «¡Así dice el Señor!> Había personas en aquellos días que esperaban escuchar la auténtica voz de Dios -y la oyeron en Jesús. Es verdad que Jesús era más que un profeta. Él no Se limitó a traer la voz de Dios. Trajo a la humanidad el poder y la vida y el ser de Dios mismo. Pero los que vieron en Jesús a un profeta estaban mucho más cerca que la conciencia inquieta de Herodes y la expectación de los nacionalistas. Si habían llegado a ese punto en su idea de Jesús, no les serían difícil dar un paso adelante más y ver en Él al Hijo de Dios.

La venganza de una malvada

Esta historia tiene toda la sencillez de las grandes tragedias. Primero, veamos la escena. Fue en el castillo de Maqueronte, que se elevaba en un acantilado solitario, entre torrentes terribles, mirando al lado oriental del Mar Muerto. Era una de las fortalezas más solitarias, hoscas e inexpugnables. Hasta este día se conservan las mazmorras, y los viajeros pueden ver todavía los grillos y los ganchos de hierro en las paredes donde Juan estuvo encarcelado. Fue en aquella fortaleza inhóspita y desolada donde tuvo lugar el último acto de la vida de Juan.

Segundo, veamos los caracteres. Los líos matrimoniales de la familia de Herodes son realmente increíbles, y sus entrecruces son tan complicados que casi no se pueden desenredar. Cuando nació Jesús, el rey era Herodes el Grande. Fue el que mandó matar a los niños de Belén (Mateo 2:16-18). Herodes el Grande se casó muchas veces. Hacia el final de su vida se volvió locamente suspicaz, y asesinó a miembro tras miembro de su propia familia hasta que llegó a decirse: «Está más a salvo un cerdo en casa de Herodes que un hijo de Herodes.»

Primero se casó con Doris, de la que le nació su hijo Antípatro, al que más tarde asesinó. También se casó con’ Mariamne la Asmonea, de la que tuvo dos hijos, Alejandro y Aristóbulo, a los que también asesinó. Herodías, la villana de este drama, era la hija de Aristóbulo. Herodes el Grande se casó también con otra Mariamne llamada la Betusiana. De ella tuvo un hijo, Herodes Felipe, que se casó con Herodías, la hija de su hermanastro Aristóbulo, que era, por tanto, su sobrina. De Herodías, Herodes Felipe tuvo una hija llamada Salomé, que es la joven que bailó ante Herodes de Galilea en nuestro pasaje. Herodes el Grande se casó también con Maltake, de la que tuvo dos hijos: Arquelao, y Herodes Antipas, que es el de nuestro pasaje, el gobernador de Galilea. El Herodes Felipe que fue el primer marido de Herodías y el padre de Salomé, no heredó ninguno de los dominios de Herodes el Grande. Vivió como un ciudadano privado rico en Roma. Herodes Antipas le visitó allí. Allí sedujo a Herodías, y la persuadió para que abandonara a su marido y se casara con él.

Fijémonos en quién era Herodías: (a) Era la hija de Aristóbulo, hermanastro de Herodes, y por tanto sobrina de este; y (b) había sido la mujer de Herodes Felipe, hermanastro de Herodes, y por tanto cuñada de este. Anteriormente, Herodes Antipas había estado casado con la hija del rey de los nabateos, un país árabe. Ella se volvió huyendo con su padre, que invadió el territorio de Herodes para vengar el honor de su hija, y derrotó duramente a Herodes. Para completar este cuadro sorprendente, Herodes el Grande se había casado por último con Cleopatra de Jerusalén, de la que había tenido un hijo que se llamó el tetrarca Felipe. Este Felipe se casó con Salomé, que era al mismo tiempo (a) la hija de Herodes Felipe, su hermanastro, y (b) la hija de Herodías, que era hija de Aristóbulo, otro de sus hermanastros. Salomé era por tanto al mismo tiempo la sobrina y la sobrina nieta de su marido. Si colocamos toda esta información en una tabla nos será más fácil de comprender. Véase la página siguiente.

Al casarse con Herodías, la mujer de su hermano, Herodes había quebrantado la ley judía (Levítico 18:16; 20:21) y había ofendido las leyes de la decencia y de la moralidad.

Por este matrimonio adulterino y por la deliberada seducción de su cuñada, Juan reprendió a Herodes públicamente. Requería valor el reprender públicamente a un déspota oriental que tenía poder de vida y muerte sobre sus súbditos, y el valor de Juan al hacerlo se conmemora en la colecta del día de san Juan Bautista en algunas liturgias: Dios todopoderoso, por Cuya providencia Tu siervo Juan el Bautista nació milagrosamente y le enviaste para preparar el camino de Tu Hijo nuestro Salvador mediante la predicación del arrepentimiento: Concédenos que sigamos sus doctrina y vida santa de tal manera que nos arrepintamos de veras conforme a su predicación; y, siguiendo su ejemplo, hablemos siempre la verdad, reprendamos valerosamente el vicio, y suframos pacientemente por causa de la verdad.

A pesar de que Juan le había reprendido, Herodes todavía le temía y respetaba, porque Juan era indudablemente un hombre sincero y bueno; pero la actitud de Herodías eran diferente. Era implacablemente hostil a Juan, y estaba decidida a eliminarle.

Se le presentó la oportunidad en la fiesta del cumpleaños de Herodes, que este celebraba con sus cortesanos y jefes del ejército.

En aquella fiesta salió a bailar su hija Salomé. Los bailes de una sola bailarina en aquellos días y sociedad eran pantomimas vulgares y licenciosas. El que una princesa de sangre real se expusiera y degradara de esa manera es increíble, porque tales bailes estaban a cargo de prostitutas profesionales. El mismo hecho de que lo hiciera es un comentario sombrío sobre el carácter de Salomé, y de su propia madre, que la animó a hacerlo. Pero Herodes se mostró muy complacido, y le ofreció la recompensa que pidiera; así es que Herodías aprovechó la oportunidad que esperaba desde hacía tiempo; y Juan fue ejecutado para satisfacer el rencor de una mala mujer.
Podemos aprender aquí algo acerca de cada uno de los personajes de esta historia.

(i) Se nos revela Herodes.

(a) Era una curiosa mezcla. Temía y respetaba a Juan al mismo tiempo. Temía la lengua de Juan, y sin embargo encontraba placer en escucharle. No hay nada en este mundo tan extraño como la mezcla que se da en algunos seres humanos. Les es característico el ser tales mezclas. Boswell, en su Diario de Londres, nos dice que asistía a la iglesia y participaba del culto al mismo tiempo que hacía sus planes para encontrarse con una prostituta en las calles de Londres aquella misma tarde. Lo raro de algunas personas es que están igualmente atraídas por el pecado y por la bondad. Robert Louis Stevenson habla de personas «aferrándose a los restos de la virtud en el burdel o en el patíbulo.» Sir Norman Birkett, el famoso consejero de la Reina y juez, dice de los criminales que había juzgado: «Puede que intenten evadirse, pero no pueden; están condenados a una cierta nobleza; a lo largo de toda su vida los sigue a los talones el deseo del bien, el implacable cazador.» Herodes era capaz de temer y amar a Juan al mismo tiempo; podía aborrecer su mensaje, y sin embargo no podía sustraerse a su atractivo. Herodes no era más que un ser humano. ¿Somos nosotros tan distintos de él?

(b) Herodes era una persona que actuaba por impulso. Le hizo aquella promesa insensata a Salomé sin pensar en las consecuencias. Puede que la hiciera cuando estaba ya más que medio bebido. Que cada uno tenga cuidado. Que piense antes de hablar. Que nunca se encuentre por autoindulgencia en un estado en que pierda sus poderes de juicio y sea capaz de hacer cosas que luego le van a pesar.

(c) Herodes tenía miedo al qué dirán. Le cumplió su promesa a Salomé porque se la había hecho delante de su pandilla, y no quería quedar mal. Le tenía miedo a su risa y burla y chistes. Le tenía miedo a que le tuvieran por débil. Muchas personas han hecho cosas que después han lamentado amargamente porque no tuvieron el coraje moral de hacer lo que debían. Muchas personas se han hecho a sí mismas aparecer peores de lo que son porque le tenían miedo a las risas de sus supuestos amigos.

(ii) Salomé y Herodías se nos revelan aquí totalmente. Herodías tenía una cierta grandeza. Unos años después de esto, su Herodes procuró conseguir el título de rey. Se fue a Roma a solicitarlo. En vez de dárselo, el emperador le desterró a la Galia por tener la insolencia y la insubordinación de pedir tal título. Se le dijo a Herodías que no tenía necesidad de compartir el destierro de Herodes, que podía ser libre; pero ella contestó con orgullo que iría donde fuera su marido.

Herodías nos muestra lo que es capaz de hacer una mujer amargada. No hay nada mejor en el mundo que una buena mujer, ni nada peor que una mala. Los rabinos judíos tenían un dicho pintoresco. Decían que una buena mujer podía casarse con un mal hombre, y hacerle tan bueno como ella. Pero también decían que un buen hombre nunca debía casarse con una mala mujer, porque ella le arrastraría inevitablemente a su propio nivel. Lo malo de Herodías era que quería eliminar, y eliminó, al único hombre que tuvo el coraje de enfrentarla consigo misma. Ella quería vivir su vida sin que nadie le recordara sus fallos. Ella asesinó a Juan para poder vivir a su aire en paz. Se olvidó de que, aunque ya no tuviera que enfrentarse con Juan, todavía tenía que enfrentarse con Dios.

(iii) Juan el Bautista se nos revela totalmente como un hombre de coraje. Era un hijo del desierto y de los amplios espacios abiertos, y el encerrarle en las mazmorras oscuras de Maqueronte tiene que haber sido el colmo de la tortura más refinada. Pero Juan prefería la muerte a la falsedad. Vivía para la verdad, y murió por la verdad. La persona que les trae a sus semejantes la voz de Dios hace el papel de su conciencia. Muchos acallarían su conciencia si pudieran; así es que el que habla de parte de Dios siempre tiene que arriesgarse a sí mismo y su vida.

En el mundo antiguo no había más que una manera eficaz de transmitir un mensaje, y era mediante la palabra hablada. No existían los periódicos. Los libros se tenían que escribir a mano, y un libro del tamaño de Lucas-Hechos costaría más de 10.000 pesetas por copia. La radio y la televisión no las había soñado ni la imaginación más fantástica. Por eso Jesús mandó en misión a los Doce. .Estaba limitado por el espacio y el tiempo; sus ayudantes tenían que ser bocas que hablaran por Él.

Tenían que viajar ligeros. Eso era simplemente porque, el que viaja ligero puede llegar más lejos y más pronto. Cuanto más depende uno de cosas materiales tanto más atado está a un lugar. Dios necesita un ministerio estable; pero también necesita personas dispuestas a dejarlo todo para emprender la aventura de la fe.

Si no los recibían, tenían que sacudirse de los pies el polvo que se les hubiera pegado al marcharse de aquel lugar. Cuando los rabinos llegaban a Palestina de un país pagano, se sacudían hasta la última partícula de polvo pagano de los pies. Una aldea o una ciudad que no recibiera a los mensajeros de Jesús tenía que ser tratada como los judíos estrictos tratarían a un país pagano. Había rechazado la oportunidad, y había quedado excluida.
Que la misión fue efectiva se ve por la reacción de Herodes. Sucedían cosas. Tal vez había llegado Elías, el precursor anunciado.

Tal vez se trataba del gran profeta esperado (Deuteronomio 18:1 S). Pero, como ha dicho alguien, «la conciencia nos hace a todos cobardes», y Herodes se temía que Juan el Bautista, a quien él creyó haber eliminado, había vuelto del otro mundo a acecharle.

Una cosa del ministerio que Jesús les confió a los Doce se repite varias veces en este breve pasaje: predicar y sanar iban juntos. Une el interés en los cuerpos y en las almas. No se trataba sólo de palabras, por muy consoladoras que fueran, sino también de hechos. Era un mensaje que no se limitaba a dar noticias de la eternidad, sino que se proponía cambiar las condiciones de la Tierra. Era lo contrario del copio del pueblo» o del «paraíso de las huríes». Insistía en que la salud del cuerpo es parte tan integral del propósito de Dios como la del alma.

Nada ha hecho tanto daño a la iglesia como la repetida afirmación de «las cosas de este mundo no tienen importancia.» En la década de los 30 el paro invadió muchos hogares respetables y honrados. Al padre se le enmohecía el talento de no usarlo; la madre no podía hacer que las pesetas le cundieran como duros; los chicos no sabían más que tenían hambre. Todo el mundo estaba amargado. Decirle a gente así que las cosas materiales no importan era insultante e imperdonable, especialmente si el que lo decía vivía desahogadamente. Al General Booth del Ejército de Salvación le echaban en cara que ofrecía alimentos y comidas a los pobres en vez de predicarles el Evangelio, y el viejo guerrero devolvía la descarga diciendo: «Es imposible darle a la gente el consuelo del amor de Dios en el corazón cuando tienen los pies entumecidos de frío.»

Por supuesto que se puede exagerar la importancia de las cosas materiales; pero también se puede minimizar. La iglesia pagará muy caro el olvidarse de que Jesús empezó por mandar a sus hombres a predicar el Reino y a sanar, a salvar a la gente en cuerpo y alma.

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