Con estas y otras muchas razones Juan le anunciaba al pueblo la Buena Nueva. Entonces reprendió a Herodes, el gobernante, porque tenía por mujer a Herodías, la esposa de su hermano, y también por todo lo malo que había hecho; pero Herodes, a todas sus malas acciones añadió otra: metió a Juan en la cárcel. Lucas 3:19-20
Juan era tan atrevido y tan claro predicando la integridad que no pudo por menos de meterse en problemas. Herodes acabó por meterle en la cárcel. El historiador judío Josefo dice que Herodes le metió preso «porque temía que la gran influencia que Juan ejercía sobre el pueblo le colocara en posición y en disposición de levantar una revuelta; porque la gente parecía dispuesta a hacer todo lo que Juan aconsejara.» No cabe duda de que eso sería verdad, pero los autores del Nuevo Testamento dan una razón mucho más personal e inmediata. Herodes Antipas se había casado con Herodías, y Juan se lo reprochaba.
La relación que estaba involucrada en ese matrimonio era tremendamente complicada. Herodes el Grande se había casado muchas veces. Herodes Antipas, el que se casó con Herodías y metió a Juan en la cárcel, era hijo de Herodes el Grande y de una mujer que se llamaba Maltake. Herodías misma era hija de Aristóbulo, que era hijo de Herodes el Grande y de Mariamne, al que llamaban el Hasmoneo. Como hemos visto, Herodes había dividido el reino entre Arquelao, Herodes Antipas y Herodes Felipe. Tenía otro hijo, que también se llamaba Herodes, al que tuvo con otra Mariamne, hija de un sumo sacerdote. Este Herodes no tuvo parte en el reino de su padre, y vivió en Roma como un mero ciudadano, y se casó con Herodías. De hecho era medio tío suyo, porque él y su suegro eran hijos del mismo padre aunque de diferentes mujeres. Herodes Antipas, en una visita que hizo a Roma, sedujo a Herodías y se casó con ella. Herodías era al mismo tiempo su cuñada, porque estaba casada con su hermanastro, y su sobrina, porque era hija de Aristóbulo, otro hermanastro.
Todo el asunto era repugnante a los ojos de los judíos y totalmente contrario a la ley judía, e incluso a cualquier moral. Era peligroso reprender a un tirano oriental, pero Juan lo hizo. La consecuencia fue que le arrestaron y encarcelaron en los calabozos del castillo de Maqueronte, a orillas del Mar Muerto. Nada podía ser más cruel que meter a este hijo del desierto en una mazmorra. Por último le decapitaron para complacer el resentimiento de Herodías: Herodes, que quería matar a Juan, tenía miedo de la gente, porque todos creían que Juan era un profeta. Pero en el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías[3] salió a bailar delante de los invitados, y le gustó tanto a Herodes que le prometió bajo juramento darle cualquier cosa que pidiera. Ella entonces, aconsejada por su madre, dijo a Herodes: –Dame en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Esto entristeció al rey Herodes; pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, mandó que se la dieran. Ordenó, pues, cortarle la cabeza a Juan en la cárcel; luego la llevaron en un plato y se la dieron a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. Llegaron los seguidores de Juan, se llevaron el cuerpo y lo enterraron; después fueron y avisaron a Jesús. (Mateo 14:5-12); Es que, por causa de Herodías, Herodes había mandado arrestar a Juan, y lo había hecho encadenar en la cárcel. Herodías era esposa de Filipo, hermano de Herodes, pero Herodes se había casado con ella. Y Juan había dicho a Herodes: “No debes tener como tuya a la mujer de tu hermano.” Herodías odiaba por eso a Juan, y quería matarlo; pero no podía, porque Herodes le tenía miedo, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Y aunque al oírlo se quedaba sin saber qué hacer, Herodes escuchaba a Juan de buena gana. Pero Herodías vio llegar su oportunidad cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea. La hija de Herodías entró en el lugar del banquete y bailó, y el baile gustó tanto a Herodes y a los que estaban cenando con él, que el rey dijo a la muchacha: –Pídeme lo que quieras, y te lo daré. Y le juró una y otra vez que le daría cualquier cosa que pidiera, aunque fuera la mitad del país que él gobernaba. Ella salió, y le preguntó a su madre: –¿Qué pediré? Le contestó: –Pídele la cabeza de Juan el Bautista. La muchacha entró de prisa donde estaba el rey, y le dijo: –Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. El rey se puso muy triste; pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, no quiso negarle lo que le pedía. Así que mandó en seguida a un soldado con la orden de llevarle la cabeza de Juan. Fue el soldado a la cárcel, le cortó la cabeza a Juan y se la llevó en un plato. Se la dio a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. Cuando los seguidores de Juan lo supieron, recogieron el cuerpo y se lo llevaron a enterrar. (Marcos 6:17-29).
Siempre es peligroso decir la verdad; pero, aunque el que se identifica con la verdad puede acabar en la cárcel o en la horca, a fin de cuentas es un vencedor. El conde de Morton, que era el regente de Escocia, amenazó una vez al reformador Endrew Melville: —¡No habrá nunca tranquilidad en este país hasta que se os destierre o ahorque a media docena de vosotros!
—¡Menos amenazas, señor! –le contestó Melville–. En esa guisa no conseguiréis amedrentar a vuestros súbditos. Lo mismo me da pudrirme en la tierra que en el aire. ¡Dios sea glorificado, que no está en vuestro poder el ahorcar o el desterrar su verdad!
Platón dijo una vez que un sabio siempre preferirá que se cometa una injusticia con él, a cometerla él. No tenemos más que preguntarnos a nosotros mismos sí en última instancia preferiríamos ser Herodes Antipas o Juan el Bautista.