Saulo, resoplando aún amenazas asesinas contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote para solicitar plenos poderes para ir a las sinagogas de Damasco con el fin de traerse detenidos a Jerusalén a todos los de «este Camino» que pudiera encontrar, fueran hombres o mujeres. Iba ya aproximándose a las afueras de Damasco, cuando, de pronto, le rodeó un resplandor de luz celestial. Saulo se tiró al suelo, y oyó una voz que le decía: -¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues? -¿Quién eres tú, Señor? – le preguntó Saulo. Y el que hablaba le contestó: -Yo soy el Jesús al Que tú estás persiguiendo. Pero levántate, y entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que has de hacer. Sus compañeros de viaje se quedaron alucinados; porque oyeron la voz, pero no vieron a nadie. Saulo se levantó del suelo; pero, cuando abrió los ojos, no podía ver nada. Los otros le tomaron de la mano y le llevaron así a Damasco. Tres días estuvo ciego, y no comió ni bebió nada.
En este pasaje tenemos el relato de la conversión más famosa de todos los tiempos. Debemos intentar, hasta donde nos sea posible, entrar en la mente de Saulo. Al hacerlo, veremos que no se trata de una conversión repentina, sino de una rendición repentina. Algo de Esteban se le había grabado en la memoria de una manera indeleble. ¿Como era posible que un malvado muriera de esa manera? Para acallar su persistente duda, Saulo se entregó a la acción más violenta que pudo encontrar. Primero, persiguió a los cristianos de Jerusalén; pero esto ponía peor las cosas, porque una y otra vez tenía que preguntarse cuál era el secreto que tenían aquellas personas sencillas para arrostrar serenas e inintimidados el peligro y el sufrimiento. Así es que, antes que detenerse o retroceder, fue al Sanedrín.
Los poderes del Sanedrín se reconocían dondequiera que había judíos. Saulo había oído que algunos cristianos habían huido a Damasco, y pidió poderes para ir allá a que los extraditaran y se los entregaran. Pero el viaje puso las cosas todavía peor. Eran más de 200 kilómetros, que tendría que hacer posiblemente a pie -aunque muchas veces se ha dicho y se ha pintado que Saulo se cayó del caballo- y que le ocuparían toda una semana. Los únicos acompañantes que llevaba Saulo eran funcionarios del Sanedrín, una especie de policías; pero, como Saulo era fariseo, no podía tener ningún trato con ellos, así es que marcharía solo, e iría pensando, porque no tenía otra cosa que hacer.
La carretera pasaba por Galilea, y esto le hacía pensar aún más en Jesús. La tensión interior se le iba haciendo insoportable. Y así llegó a las afueras de Damasco, una de las ciudades más antiguas del mundo. Poco antes de llegar a la ciudad, la carretera escalaba el monte Hermón, desde el que se contemplaba Damasco, una hermosa ciudad blanca que se extendía por una llanura verde, «un manojo de perlas en una copa de esmeralda», como se la describía poéticamente. Esa región tenía un fenómeno característico: cuando el aire caliente de la llanura se encontraba con el aire frío de las montañas, se producían violentas tormentas eléctricas. Se ha sugerido que fue eso lo que pasó precisamente en aquel momento; pero lo más importante es que, desde una de aquellas tormentas o desde «otra», Cristo habló con Saulo. En ese momento acabó la batalla, y Saulo se rindió a Cristo.
El que entró en Damasco era un hombre cambiado. ¡Y hasta qué punto! El que había pensado llegar a Damasco como una furia vengativa, iba conducido de la mano, ciego y menesteroso. Todo el Evangelio está en lo que el Cristo Resucitado le dijo a Saulo: «Entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que has de hacer.» Hasta ese momento, Saulo había estado haciendo lo que él quería, lo que él creía mejor, lo que su voluntad decidía. Desde ese momento, se le diría lo que había de hacer. El cristiano es alguien que ha dejado de hacer lo que quiere, y ha empezado a hacer lo que Cristo quiere que haga.
Una bienvenida cristiana
En Damasco había un cristiano que se llamaba Ananías, y el Señor le dijo en una visión: -¡Ananías!
Aquí estoy, Señor -contestó él. Anda -le dijo el Señor- , ve a la calle que se llama la Derecha, y pregunta en la casa de Judas por uno de Tarso que se llama Saulo. Este hombre está orando, y se de ha mostrado en visión a un cierto Ananías, que viene y le impone las manos para devolverle la vista. -Pero, Señor… -le contestó Ananías- : Todo el mundo habla del daño que ha hecho este hombre a todo el pueblo de Dios de Jerusalén, y también me han dicho que ha venido aquí con poderes de los jefes de los sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu Nombre. -Ve – le dijo el Señor-, porque Yo he escogido precisamente a este hombre para que sea mi instrumento para hablarles de Mí a los paganos, y a los reyes, y a los israelitas. Yo le mostraré todo lo que es menester que padezca por amor de Mí. Ananías entonces salió de su casa, y fue ala otra, y le impuso las manos a Saulo diciéndole: -¡Hermano Saulo! Vengo de parte del Señor -de Jesús, que se te apareció en el camino cuando venías para acá-, para que recuperes la vista y te llenes del Espíritu Santo. E inmediatamente se le cayeron de los ojos unas cosas como escamas, y recobró la vista, se levantó y recibió el bautismo. Luego comió algo, y recuperó las fuerzas.
No cabe duda de que Ananías es uno de los héroes olvidados de la Iglesia Cristiana. Si es verdad que debemos Pablo a la oración de Esteban, también lo es que se le debemos al comportamiento fraternal de Ananías. Ananías recibió el mensaje del Señor de que fuera a ayudar a Saulo; tenía que ir a la calle que llamaban La Derecha. Era esta una calle importante que cruzaba Damasco de Este a Oeste. Estaba dividida a lo largo en tres partes: una central, por la que discurría el tráfico, y dos laterales para los que iban a pie, en las que los mercaderes ponían sus puestos y vendían sus mercancías. Cuando Ananías recibió aquel mensaje, le parecería sumamente extraño. Habría sido normal que se llegara a Saulo con toda clase de recelos, emprendiendo de mala gana una tarea desagradable; y podría haberse dirigido a él con recriminaciones. Pero, no; sus primeras palabras fueron: « ¡Hermano Saulo!»
¡Qué maravillosa bienvenida! Es uno de los más sublimes ejemplos de amor cristiano, del sentimiento que Cristo puede producir. Bryan Green nos cuenta que, después de una de sus campañas en América, pidió a los presentes en la última reunión que se pusieran en pie y dijeran en pocas palabras lo que les había ayudado. Una chica de color se puso en pie. No tenía costumbre de hablar en público, y no dijo más que unas frases: « En esta campaña he encontrado a Cristo, y El ha hecho que pudiera perdonar al que mató a mi padre.» ¡Hizo que pudiera perdonar! Esa es la esencia del Evangelio. En Cristo se encontraron Saulo y Ananías, dos hombres que habrían sido enemigos irreconciliables, pero que se reconocieron como hermanos.
Dando testimonio de Cristo
Pablo se quedó en Damasco con los cristianos algún tiempo, y desde el principio se puso a predicar a Jesús en las sinagogas. Su mensaje era: «¡Jesús es el Hijo de Dios!» Las audiencias le oían alucinadas. Y decían: -¿Pero no es éste el que hacía campañas despiadadas en Jerusalén contra todos los que mencionaban ese Nombre? ¿Y no es verdad que vino aquí para llevárselos presos y entregárselos a los jefes de los sacerdotes? Pero Saulo seguía predicando el Evangelio cada vez con más poder, y dejaba atónitos a los judíos que vivían en Damasco demostrándoles que Jesús es el Mesías.
Este es el relato que nos ha dejado Lucas de lo que le sucedió a Saulo después de su conversión. Si queremos tener una idea más completa de la cronología de este período, tenemos que leer también el relato del propio Pablo en su carta a los Gálatas 1:15-24. Comparando los dos pasajes llegamos a la conclusión de que la sucesión de los acontecimientos debe de haber sido así:
(a) La conversión de Saulo en la carretera de Damasco.
(b) Su predicación en Damasco.
(c) Se retira a Arabia (Gálatas 1:17).
(d) Vuelve a Damasco, y pasa tres años predicando allí (Gálatas 1:18).
(e) Va a Jerusalén.
(f) Huye de Jerusalén a Cesarea.
(g) Vuelve a las regiones de Siria y Cilicia (Gálatas 1:21).
Así es que vemos que Pablo empezó haciendo dos cosas:
(i) Se puso a dar testimonio en Damasco inmediatamente. Había allí muchos judíos, así es que habría también muchas sinagogas; y fue en ellas donde Pablo empezó a predicar a Cristo. Esa era una acción que requería mucho valor; porque Saulo había venido para ir a esas mismas sinagogas con poderes del Sanedrín y como representante de la religión oficial del pueblo de Israel. Le habría resultado mucho más fácil empezar a dar testimonio de Cristo donde no se le conociera de nada y donde su pasado no estuviera en contra suya. Pero Saulo decía: «Soy un hombre cambiado, y quiero que lo sepan los que mejor me conocen.» Ya estaba proclamando: « ¡No me avergüenzo del Evangelio de Cristo!» (Romanos 1:16).
(ii) La segunda cosa que hizo no nos la menciona Lucas: se fue a Arabia (Gálatas 1:17). Había experimentado un cambio radical, y tenía que estar a solas con Dios por algún tiempo. Tenía una vida nueva por delante, y necesitaba dos cosas:
(a) Dirección en un camino que era completamente nuevo para él, y
(b) Fuerza para la tarea casi irrealizable que se le había confiado. Acudió a Dios en busca de ambas cosas.
Escapando por los pelos
Después de un tiempo considerable, los judíos hicieron una conspiración para matar a Saulo, pero él se enteró.
Estaban vigilando las puertas de la ciudad noche y día para matarle; pero sus discípulos le llevaron por la noche y le descolgaron por el muro metido en un serón.
Este es un ejemplo típico de lo que pueden implicar unas pocas palabras en el texto bíblico. Lucas dice que después de un tiempo considerable sucedió esto que nos cuenta. Ese tiempo al que se alude de pasada fue de no menos de tres años (Gálatas 1:18). Pablo pasó tres años trabajando y predicando en Damasco, y los judíos estaban tan decididos a matarle que hasta vigilaban las puertas de la ciudad para que no se les escapara. Pero las ciudades antiguas tenían murallas, a menudo tan anchas que se podía conducir un carruaje por su parte superior. En muchas había casas cuyas ventanas daban a la muralla.
Probablemente fue por una de ellas por la que descolgaron a Pablo sus discípulos muro abajo metido en un serón al amparo de la noche, y así le sacaron de la ciudad de contrabando y le facilitaron la huida a Jerusalén. Este es sólo el principio de las aventuras de Pablo en el servicio de Cristo, pero ya aquí vemos que escapó por los pelos.
(i) Este episodio nos revela claramente el valor de Pablo. Debe de haber visto lo que se estaba preparando contra él en las sinagogas. Sabía lo que había sucedido con Esteban; y lo que él mismo, Saulo, había intentado hacer con los cristianos -y, por tanto, lo que le podía ocurrir a él. Estaba claro que el
Evangelio no iba a serle un camino fácil en este mundo; pero el tono general del pasaje indica claramente al que puede leer entre líneas que Pablo se crecía ante el peligro que le daba la oportunidad de demostrar su nueva lealtad al Maestro al Que había perseguido y ahora amaba y servía.
(ii) En este breve episodio vemos también la eficacia de la predicación de Pablo. Era tan imposible vencerle en buen debate que los judíos tuvieron que recurrir a la violencia. No se persigue a uno que es inofensivo. George Bernard Shaw dijo una vez que el mejor elogio que se le puede dedicar a un autor es quemar sus libros. Algún otro había dicho: «Un lobo no ataca a una oveja pintada.» Los sucedáneos del Cristianismo están a salvo; es el Cristianismo auténtico el que está bajo ataque. El que le persigan a uno es el mejor reconocimiento, porque es señal de que le consideran auténtico e influyente.
Rechazado en Jerusalén
Cuando llegó a Jerusalén, Saulo intentó ponerse en contacto con los cristianos; pero le tenían miedo, porque no podían creer que se había convertido de veras. Pero Bernabé le trajo y le presentó a los apóstoles, y les contó todo lo que le había sucedido a Saulo: que había visto al Señor en la carretera de Damasco, y que el Señor le había hablado; y lo abierta y valientemente que había predicado en Nombre de Jesús en Damasco. Entonces se le aceptó como miembro de la comunidad de Jerusalén, y se puso a predicar con libertad y sin miedo en el Nombre del Señor. Empezó a hablar y a discutir con los judíos de cultura griega; pero ellos intentaron matarle. Cuando sus hermanos en Cristo se enteraron de esto, le acompañaron hasta Cesarea y desde allí le arreglaron el viaje a Tarso.
Entonces la Iglesia estaba en paz en toda Judea y Galilea y Samaria, y seguía edificándose y viviendo en el temor del Señor; y crecía en número de creyentes gracias al ánimo que les daba el Espíritu Santo.
Cuando Saulo llegó a Jerusalén se encontró con que los cristianos le miraban con muchísimo recelo. Y era natural. Había sido allí donde había asolado a la Iglesia y metido en la cárcel a hombres y a mujeres. Ya hemos visto que, en momentos cruciales de la carrera de Pablo, ciertos hombres habían sido instrumentales en su conversión. En primer lugar, la Iglesia debe Pablo a la oración de Esteban. También al espíritu perdonador de Ananías. Ahora vemos que la Iglesia también debe Pablo al gran corazón amoroso de Bemabé. Cuando todos los demás le evitaban, por decir lo menos, Bernabé le tomó de la mano y dio la cara por él. En este gesto vemos a Bernabé como un verdadero cristiano.
(i) Era un hombre que siempre creía lo mejor de los demás. Cuando los otros creían que Saulo era un espía, Bernabé creyó que era auténtico. La humanidad se divide entre los que piensan lo mejor de los demás, y los que piensan lo peor; y es uno de los hechos curiosos de la vida que ordinariamente vemos nuestro reflejo en los demás y los hacemos lo que creemos que son. Si nos empeñamos en mirar a alguien con recelo, acabaremos por hacerle cometer algo sospechoso. Si insistimos en creer en un hombre, acabaremos por obligarle a justificar nuestra confianza. Como había de decir el mismo Pablo, «el amor no piensa mal.»
Nadie ha creído en los hombres tanto como Jesús, y ya es bastante que el discípulo llegue a ser como su Maestro.
(ii) Era un hombre que nunca mantenía el pasado de otra persona contra ella. Es frecuente el caso de que, porque uno ha cometido algún error, ya se le condena para siempre. Es una de las maravillosas cualidades del corazón de Dios que Él no nos la guarda por nuestros pecados pasados; y nosotros tampoco debemos condenar a nadie por haber fallado alguna vez.
En este pasaje vemos que Pablo adopta una actividad que le será característica: se pone a discutir con los judíos de cultura griega. Esteban había sido uno de aquellos helenistas; y es de suponer que Pablo volvió a las mismas sinagogas que antes se habían opuesto a Esteban, para dar testimonio del cambio que se había operado en él.
Aquí volvemos a ver a Pablo en peligro de muerte. Para él la vida se había convertido en una sucesión de situaciones en las que escapaba por los pelos. Ahora le sacaron de Jerusalén a escondidas y le llevaron hasta Cesarea, y de allí se fue a Tarso. De nuevo le vemos seguir el principio de volver a su ciudad natal para decirles a los que le conocían que ahora era un hombre cambiado, y que el que le había cambiado había sido Jesucristo.
Los hechos de Pedro
En sus viajes a todas las comunidades cristianas, Pedro fue a visitar a los creyentes que vivían en Lida. Y allí se encontró con un tal Eneas que hacía ocho años que no se levantaba de la cama, porque se había quedado paralítico. Y Pedro le dijo: -¡Eneas, Jesucristo te pone bueno! ¡Levántate y hazte la cama! Y el enfermo se levantó inmediatamente. Todos los habitantes de Lida y de Sarón le vieron, y se convirtieron al Señor. Había en Jope una mujer cristiana que se llamaba Tabita -que es lo mismo que Dorcas en griego, y que quiere decir «Gacela»-. Siempre estaba ocupada haciendo buenas obras y ayudando a los necesitados. Precisamente por entonces se puso enferma y murió. Después de amortajar el cuerpo, lo colocaron en el piso de arriba de la casa. Los cristianos se enteraron de que Pedro estaba en Lida; y, como Jope estaba cerca de allí, mandaron a dos hombres para que le dijeran: -Por favor, date prisa en venir a Lida. Pedro hizo los preparativos y se fue con ellos. Cuando llegaron, le llevaron al piso de arriba, donde se le acercaron todas las viudas llorando, a enseñarle las batas y los vestidos que hacía Dorcas cuando estaba con ellas. Pedro hizo salir a todas las personas, y se puso a orar de rodillas. Luego, vuelto hacia la difunta, le dijo: -¡Tabita, levántate! Y ella abrió los ojos; y, al ver a Pedro, se sentó en la cama. Pedro le dio la mano, y la ayudó a levantarse. Y entonces llamó a todos los cristianos y a las viudas, y les presentó a la mujer viva. El suceso se supo en todo Jope, y muchos creyeron en el Señor. Pedro se quedó una temporada allí, en casa de Simón el curtidor.
Pablo llevaba algún tiempo ocupando el centro de la escena; pero ahora se vuelven los focos hacia Pedro otra vez. Este pasaje sigue naturalmente detrás de 8:25, y nos presenta a Pedro en acción. Pero nos presenta mucho más que eso: claramente nos descubre el secreto del poder de Pedro. Cuando sanó a Eneas, no le dijo: «Yo te sano», sino « Jesucristo te sana.» Y antes de hablarle a Tabita -que es la palabra hebrea para gacela, lo mismo que Dorcas en griego-, Pedro oró. No era su propio poder el que Pedro invocaba, sino el de Jesucristo. A veces no pensamos más que en lo que nosotros podemos hacer, en lugar de en lo que Cristo puede hacer por medio de nosotros.
Hay una palabra muy interesante en este pasaje. En la versión Reina-Valera se llama dos veces a los cristianos santos (versículos 32 y 41). La misma palabra la usa antes Ananías refiriéndose a los cristianos de Jerusalén (versículo 13). Es la palabra que Pablo usaba corrientemente para describir a un miembro de la iglesia, como cuando dirige sus cartas «a los santos de tal y tal sitio.» La palabra griega es haguios, y tiene amplias asociaciones. Corrientemente se traduce por santo; pero el sentido original es diferente. Básicamente, un cristiano es alguien que es diferente de los que no son más que personas de este mundo. Pero, ¿dónde está la diferencia? Haguios se refería especialmente al pueblo de Israel, que era específicamente un pueblo santo, diferente. La diferencia consistía en que Dios había escogido a Israel entre todas las naciones para una misión; e Israel falló, y no cumplió su destino. Fue desobediente, y perdió sus privilegios. La Iglesia llegó a ser el verdadero Israel; y los cristianos son personas diferentes, porque Dios los ha elegido para que cumplan sus propósitos.
Así que nosotros los cristianos no somos diferentes de los demás porque se nos haya escogido para mayor honor en la Tierra; pero somos diferentes porque se nos ha escogido para un servicio especial: somos salvos para servir.
3 comentarios
Nilda Victoria Tores
Amenn
Evidain Collado
Amén buenas noches lovee
Irisbelia Otero
Amén