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Hechos 3: Se realiza una obra notable

El crimen de la cruz

Mientras el que había sido cojo seguía agarrado a Pedro y Juan, llegó corriendo toda la gente, alucinada, adonde ellos estaban, que era el pórtico de Salomón.

Cuando Pedro los vio, se puso a decirles: – ¡Israelitas! ¿Qué es lo que os sorprende tanto? ¿Y por qué os quedáis ahí mirándonos, como si hubiéramos hecho que este pudiera andar gracias a nuestro poder o a nuestra religiosidad? Esto ha sido posible porque el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su Siervo Jesús, a Quien vosotros repudiasteis y entregasteis a Pilato, aunque él había decidido soltarle. Así renegasteis del Santo y del Justo, pidiendo que se pusiera en libertad, en vez de a Él, a un asesino. Vosotros sois culpables de la muerte del Que ha abierto el camino de la vida; pero Dios le ha resucitado, y nosotros somos testigos de ello. Es el Nombre de Jesús y la fe en ese Nombre lo que le ha dado nuevas fuerzas a este hombre al que estáis viendo y conocéis. La fe que inspira ese Nombre es lo que le ha dado a este hombre la perfecta salud que todos podéis comprobar. En este pasaje resuenan tres de las notas características de la predicación cristiana original:

(i) Los primeros predicadores cristianos siempre subrayaban el hecho fundamental de que la Crucifixión fue el mayor crimen de la Historia humana. Siempre que la mencionan, había en sus voces un tono de horror. Jesús fue el Santo y el Justo, a Quien debería haber bastado ver para amar. El mismo gobernador romano se dio cuenta de que aquella crucifixión era una injusticia flagrante. Se escogió para la libertad a un violento criminal, y se mandó a la cruz al Que no había hecho más que el bien. Los primeros predicadores trataban de impactar los corazones de sus oyentes para que reconocieran el horrible crimen de la Cruz. Es como si dijeran: «¡Fijaos en lo que puede hacer e hizo el pecado!»

(ii) Los primeros predicadores siempre hacían hincapié en la vindicación de la Resurrección: en ella, Dios había dado su aprobación a la obra de Jesucristo. Es un hecho que, sin la Resurrección, la Iglesia no habría existido. La Resurrección era la prueba de que Jesucristo es indestructible y Señor de la vida y de la muerte. Era la prueba definitiva de que la obra de Cristo era la obra de Dios y, por tanto, nada podría hacerla fracasar.

(iii) Los primeros predicadores siempre insistían en el poder del Señor Resucitado. Nunca se presentaban a sí mismos como la fuente, sino sólo como canales del poder. Eran conscientes de sus limitaciones; pero también de que no había límites a lo que el Señor Resucitado podía hacer con y por medio de ellos. Ahí radica el secreto de la vida cristiana. Mientras el cristiano no piensa más que en lo que él puede hacer y ser, no cosecha más que fracaso y temor; pero cuando piensa en « no yo, sino Cristo en mí», tiene paz y poder.

Las notas de la predicación

Ahora bien, hermanos – siguió diciendo Pedro-, sé que no sabíais lo que os hacíais, y lo mismo vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido de esta manera lo que había anunciado de antemano por boca de todos sus profetas: que el Mesías había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos para que se os perdonen vuestros pecados y Dios nos envíe del Cielo tiempos de consolación y al Mesías que Dios ha destinado, que no es otro que Jesús, Que debe permanecer en el Cielo hasta que llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas que ha anunciado Dios por medio de sus santos profetas que ha habido desde la antigüedad. Porque ya les dijo Moisés a nuestros antepasados: «El SEÑOR vuestro Dios os suscitará un Profeta que saldrá de entre vuestros hermanos, como hizo conmigo. Hacedle caso en todo lo que os diga; porque todos los que no Le crean serán desarraigados del pueblo. » Y todos los profetas que han hablado de parte de Dios de Samuel en adelante, también han anunciado este tiempo presente. Vosotros sois los descendientes de aquellos profetas, y los beneficiarios del Pacto que hizo Dios con nuestros antepasados cuando le dijo a Abraham: «Tu Descendiente será la bendición de todos los pueblos de la Tierra.» Así es que a vosotros ha sido a los primeros que Dios, después de resucitar a su Siervo, Le ha enviado para que os bendiga, para que cada uno de vosotros se convierta dejando su mal camino.

En este breve pasaje resuenan casi todas las notas de la predicación cristiana original:

(i) Empieza con una nota de misericordia y de advertencia combinadas. Fue la ignorancia la- causa de que los judíos perpetraran el horrible crimen de la Crucifixión; pero la ignorancia ya no se puede justificar, y no puede ser excusa para seguir rechazando a Jesucristo. Esta nota de la aterradora responsabilidad del conocimiento resuena en todo el Nuevo Testamento. «Si fuerais ciegos, no tendríais culpa; pero como decís: «Vemos», vuestra culpabilidad se mantiene» (Juan 9:41). «Si Yo no hubiera venido a decírselo, no tendrían pecado; pero ahora ya no hay excusa para su pecado» (Juan 1 S: 22). «El que sabe lo que debe hacer, y falla, ese es el que peca» (Santiago 4:17). Haber visto la plena luz de la revelación de Dios es el mayor de los privilegios; pero es también la más terrible de las responsabilidades.

(ii) La obligación que este conocimiento conlleva es la de arrepentirse y convertirse. Las dos cosas van juntas. Arrepentirse podría querer decir simplemente cambiar de idea, y es más fácil cambiar de idea que cambiar de vida. Pero este cambio de idea debe conducir a dejar el camino viejo y emprender uno nuevo, que es lo que quiere decir la conversión.

(iii) Este arrepentimiento tendrá ciertas consecuencias. Afectará al pasado; los pecados serán borrados. Esta es una palabra muy expresiva. Antiguamente se escribía en papiro, y la tinta no contenía ácidos; así es que no afectaba al papiro como la tinta moderna, sino se secaba encima simplemente. Para borrar la escritura no había más que limpiarlo con una esponja húmeda: así es como borra Dios el pecado de una persona. Afectará también al futuro; traerá tiempos de consuelo. Vendrá algo a la vida que aportará fuerza en la debilidad y descanso en la fatiga.

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