Comprometidos a Sembrar La Palabra de Dios

Hechos 27 Empieza el último viaje

No cabe la menor duda que Pablo era el viajero más experimentado de todos los que iban en aquella nave. El Ayuno que se menciona es el del Día de la Expiación de los judíos, que cae en el equinoccio de otoño. Según la práctica marinera de aquel tiempo, era peligroso navegar después de septiembre, e imposible en noviembre. Hay que recordar siempre que los barcos antiguos no tenían sextante ni brújula, ni por tanto forma de orientarse en la niebla. Pablo aconsejó que invernaran donde se encontraban, en Buenos Puertos. Como hemos visto, la nave era probablemente un carguero alejandrino de cereales. El propietario probablemente habría sido contratado para llevar un cargamento de trigo a Roma. El centurión, que sería el oficial de más categoría a bordo, tendría la última palabra. Es significativo que Pablo, que no era más que un preso, pudo expresar su opinión. Pero Buenos Puertos no estaba cerca de ninguna ciudad grande donde pudiera invernar la tripulación; así es que el centurión desestimó el consejo de Pablo y adoptó el del piloto y el patrón de seguir navegando a lo largo de la costa hasta Fénix, que era un puerto más amplio.

Un inesperado viento del Sur parecía confirmar el plan; pero pronto los asaltó el viento del Nordeste. Era una tempestad, y el peligro era que, si no podían controlar la nave, darían inevitablemente en las arenas de la Sirte del Norte de África que fueron el cementerio de muchos barcos. Para entonces ya habían podido recuperar el esquife, que habría ido remolcado detrás, y subirlo a bordo, no fuera que se anegara de agua o que se estrellara contra el barco. Empezaron a tirar por la borda todo lo prescindible para aligerar la nave. Como no podían ver ni el Sol ni las estrellas, no sabían dónde estaban, y el miedo a caer en las arenas de la Sirte los atenazaba hasta el punto de hacerles perder toda esperanza.

¡Ánimo!

Cuando llevaban mucho tiempo sin comer, Pablo los reunió a su alrededor y les dijo: -Hombres, teníais que haberme hecho caso y no haber zarpado de Creta, y nos habríamos ahorrado este desastre y pérdida. Pero, hasta estando las cosas como están, seguid mi consejo y animaos; porque no vais a perder la vida ninguno, aunque la nave no se va a poder salvar. Os lo aseguro porque anoche ha estado conmigo un ángel del Dios al que pertenezco y sirvo, y me ha dicho: «No tengas miedo, Pablo, que vas a presentarte ante el César, y Dios te ha concedido que no pierda la vida ninguno de tus compañeros de viaje.» ¡Así que, ánimo, amigos! Porque yo tengo confianza en Dios y sé que todo saldrá exactamente como se me ha dicho. Pero tenemos que dar en una isla.

La situación en que se encontraba la nave era ya desesperada. Los cargueros de grano no eran pequeños; podían tener hasta 50 metros de eslora por 12 de manga y 10 de puntal, pero en la tempestad tenían graves desventajas. Eran lo mismo en la proa que en la popa, salvo que la popa tenía la forma de un cuello de ganso. No tenían el timón como los barcos modernos, sino como dos grandes paletas a los dos lados de la popa. Eran por tanto difíciles de manejar. Además, no tenían más que un mástil, en el que se ponía una gran vela cuadrada hecha de lona o de pieles cosidas. Con una vela así no podían .navegar con el viento en contra. Y lo peor de todo era que el único mástil y la gran vela sometían al armazón del barco a tal tensión en una tempestad que a menudo se producía un naufragio. Por eso reforzaron la nave, cosa que harían pasando guindalezas por debajo del casco y tensándolas con los cabrestantes de manera que el barco parecería un paquete atado.

Se puede comprender el peligro en que se encontraban. Entonces sucedió algo sorprendente: Pablo se hizo cargo de la situación; el preso actuó de capitán del barco, porque era el único al que le quedaba valor. Se cuenta que en uno de los viajes de Sir Humphrey Gilbert la tripulación del barco estaba aterrada; creían que estaban saliendo de este mundo en las nieblas y las tormentas de mares desconocidos. Le pidieron que volviera atrás, pero él no quiso.

«Estoy tan cerca de Dios en la mar -dijo- como en tierra.» El hombre de Dios no pierde el valor cuando el temor invade el corazón de todos los demás.

  • Páginas:
  • 1
  • 2
  • 3

Ayúdanos a continuar sembrando La Palbara de Dios

WebDedicado ha sido autorizado a recaudar los fondos para continuar con La Gran Comisión


Deja el primer comentario

Otros artículos de Nuestro Blog

Que pueden ser de interés para ti de acuerdo a tus lecturas previas.