Hebreos 9: La gloria del tabernáculo

(i) La primera respuesta se encuentra en el sentido de la palabra diathéké, que ha llegado a ser el más frecuente en la literatura cristiana. Todos nos hemos acostumbrado a hablar del Antiguo y Nuevo Testamento (Diathéké) en lugar de pacto o alianza, y debemos esta terminología a este pasaje de la Carta a los Hebreos. Hasta el versículo 16 se ha venido usando diathéké en el sentido bíblico corriente de pacto; pero a partir de aquí se le aplica el sentido de última voluntad o testamento. Como un testamento no llega a ser operativo hasta que muere el testador, el autor de Hebreos dice que el Nuevo Diathéké no puede darse por definitivo sin la muerte de Cristo.

(ii) La segunda respuesta se remonta al sistema sacrificial del Antiguo Testamento y a Levítico 17:11: « Porque la vida de la carne en la sangre está, y Yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; porqué es la sangre la que hace expiación.» « Sin derramamiento de sangre no puede haber expiación por el pecado», era un principio bien conocido entre los judíos. Así es que el autor de Hebreos se retrotrae a la inauguración del primer Pacto, en tiempos de Moisés; al momento en que el pueblo aceptó la Ley como la condición de su especial relación con Dios. Se nos dice que se hicieron sacrificios, y que Moisés «tomó la mitad de la sangre y la puso en vasijas; y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar.» Después de leer el libro de la Ley y que el pueblo lo aceptara, Moisés tomó la sangre que quedaba y la roció sobre el pueblo y dijo: « He aquí la sangre del pacto que el Señor ha hecho con vosotros de acuerdo con todas estas palabras» (Éxodo 24:1-8). A1 parecer aquí el autor de Hebreos iritroduce en la cita los becerros y machos cabríos y la lana escarlata y el hisopo que aparecen en el pasaje del Día de la Expiación, y menciona el tabernáculo, que todavía no se había construido; probablemente lo hace porque todo estaba presente en su mente y tiene relación con el tema que viene desarrollando. La idea fundamental es que no puede haber purificación ni ratificación de ningún pacto sin derramamiento de sangre. Por qué haya de ser así no hace falta explicarlo; basta con que lo afirme la Escritura. La razón que se implica y alude aquí es que la sangre es la vida, y la vida es lo más precioso que hay en el mundo, por lo que sólo se ha de ofrecer a Dios.

Todo esto se remonta al ritual del Antiguo Testamento, que no tiene más que un interés histórico; pero detrás de ello hay un principio eterno: El perdón es costoso. EL perdón humano es costoso. Un hijo o una hija se pueden descarriar, y puede que el padre o la madre los perdonen; pero ese perdón conlleva lágrimas, canas en el pelo, arrugas en el rostro, angustia y dolor de corazón. No se puede decir que no cueste nada. El perdón de Dios es costoso. Dios es amor, pero también es santo. Él es el Que menos puede quebrantar las grandes leyes morales sobre las que está construido el universo. El pecado debe recibir su castigo, o se desintegrará la misma estructura de la vida. Y Dios es el único que puede pagar el terrible precio que cuesta el perdón de la humanidad. Perdonar no es nunca decir: « Está bien. No importa.» Es lo más costoso del mundo. Sin el derramamiento de la sangre del corazón no puede haber perdón de pecados. Nada le hace a uno recapacitar con más fuerza que el ver el efecto que ha producido su pecado en alguien que le ama en este mundo, o en Dios, Que le ama por toda eternidad; y el decirse: «Eso es lo que costó perdonar mi pecado.» Donde ha de haber perdón, alguien ha de ser crucificado.

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