Todos los años había que repetir esta ceremonia. A todos les estaba prohibido entrar a la presencia de Dios menos al sumo sacerdote, y a él era algo que le producía terror. La purificación era meramente externa, con lavatorios de agua. El sacrificio consistía en animales y en su sangre. Todo aquello era un fracaso, porque tales cosas no pueden expiar el pecado. En todo ello, el autor de Hebreos ve un reflejo difuso de la realidad, una reproducción fantasmagórica del único Sacrificio verdadero: el de Cristo. Era un ritual impresionante, digno y hermoso; pero no era más que una sombra ineficaz. Jesucristo es el único Sacerdote y el único Sacrificio que pueden ofrecer el acceso a Dios a toda la humanidad.
El sacrificio que nos da acceso a Dios
Pero cuando apareció Cristo, Sumo Sacerdote de las cosas buenas por venir, por medio de un Tabernáculo mayor y más capaz de producir los resultados para los que fue diseñado, un Tabernáculo no hecho por manos humanas -es decir, un Tabernáculo que no pertenece a este mundo- , y no por la sangre de machos cabríos o de becerros, sino por la Suya propia, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, asegurándonos una Redención eterna. Porque, si la sangre de machos cabríos y becerros y las cenizas de una becerra podían, al rociarse, purificar a los inmundos para que sus cuerpos quedaran limpios, ¡cuánto más la sangre de Cristo, Que por el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin defecto a Dios, limpiará vuestra conciencia para que podáis dejar las obras que producen muerte y seáis servidores del Dios vivo!
Para entender este pasaje debemos tener presentes tres cosas qué eran básicas en el pensamiento del autor de Hebreos.
(i) Religión es acceso a Dios. Su misión es introducir al hombre a la presencia de Dios.
(ii) Este es un mundo de sombras difusas y de copias imperfectas; el mundo de las realidades está más allá. El propósito de toda clase de culto es poner a los seres humanos en contacto con las realidades eternas. Eso era lo que se suponía que podía hacer el culto del tabernáculo; pero el tabernáculo terrenal y su culto eran copias imperfectas del Tabernáculo real y de su Culto; y solamente el Tabernáculo y el Culto verdaderos pueden dar acceso a la realidad.
(iii) No puede haber religión sin sacrificio. La purificación ha de ser costosa; el acceso a Dios requiere pureza; el pecado humano tiene que ser expiado, y su inmundicia tiene que ser limpiada. Con estas ideas en mente, el autor de Hebreos prosigue a demostrar que Jesús es el Sumo Sacerdote que ofrece el único Sacrificio que puede dar acceso a Dios, que es el Sacrificio de Sí mismo en perfecta obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz (Cp. Filipenses 2:8).
Para empezar, se refiere a algunos de los grandes sacrificios que los judíos tenían costumbre de ofrecer a Dios en el Antiguo Pacto.
(i) Estaban los sacrificios de becerros y de machos cabríos. Aquí se está refriendo a dos de los grandes sacrificios del Día de la Expiación -el del becerro que tenía que ofrecer el sumo sacerdote por sus propios pecados, y el del chivo expiatorio que se llevaba al desierto cargado con los pecados del pueblo (Levítico 16:15, 21, 22).
(ii) Estaba el sacrificio de la vaca alazana. Este extraño ritual se nos describe en Números 19. Según la ley ceremonial judía, si alguien tocaba un cuerpo muerto, quedaba inmundo, excluido del culto; y todo lo que tocara o le tocara quedaba contaminado. Para purificarse se había prescrito un método: una vaca alazana se mataba fuera del campamento; el sacerdote salpicaba la sangre de la vaca delante del tabernáculo siete veces; luego se quemaba el cuerpo del animal con cedro, hisopo y un paño escarlata. Las cenizas que quedaban se dejaban fuera del campamento en un lugar limpio, y constituían una purificación del pecado. Este ritual debe de ser muy antiguo, porque no se explican ni su origen ni su significado. Los judíos de tiempos más recientes contaban que una vez le preguntó un gentil a Yojanán ben Zakkai qué quería decir ese rito, porque a él le parecía mera superstición; y el rabino le contestó que había sido establecido por el Santo Dios, y que no teníamos que preguntar las razones, sino dejar la cosa como estaba, aunque no lo entendiéramos. El hecho es que era uno de los grandes ritos de los judíos.