Hebreos 9: La gloria del tabernáculo

En primer lugar debemos preguntarnos: ¿qué sentido tenía el Día de la Expiación? Como ya hemos visto, la relación entre Israel y Dios era la del Pacto. El pecado por parte de Israel interrumpía esa relación, y todo el sistema sacrificial existía para hacer expiación por el pecado y restaurar la relación perdida. Pero, ¿qué sucedía si quedaban algunos pecados por los que no se había hecho expiación? ¿Y qué sucedía si ni siquiera se era consciente de esos pecados? ¿Qué sucedería si el mismo altar hubiera quedado profanado? Es decir, ¿qué pasaría si todo el sistema sacrificial no estuviera cumpliendo su misión?

El Día de la Expiación se resume en Levítico 16:33, 34: Y hará la expiación por el santuario santo, y el tabernáculo de reunión; también hará expiación por el altar, por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación. Y esto tendréis como estatuto perpetuo, para hacer expiación una vez al año por todos los pecados de Israel.

Era un gran acto general de expiación por todos los pecados. Era un gran día, en el que todo el pueblo y todas las cosas se limpiaban, para que pudiera continuar la relación entre Dios e Israel. Con ese fin, era un día de humillación. « Afligiréis vuestras almas» (Levítico 16:29), que era otra manera de decir que ayunaran. Toda la nación ayunaba ese día, hasta los niños; y los judíos realmente devotos se preparaban para ese día ayunando los diez anteriores. El Día de la Expiación es diez días después del día de Año Nuevo del calendario judío, que es a primeros de septiembre del nuestro. Era con mucho el día más importante del año, para el sumo sacerdote especialmente.

Veamos, entonces, lo que sucedía en él. Por la mañana muy temprano, el sumo sacerdote se purificaba con un baño. Se ponía las santas vestiduras impresionantes que sólo usaba ese día, que se nos describen en Exodo 28 y 33: los pantalones de lino fino y la toga larga que le llegaba hasta los pies, tejida de una pieza; el manto del efod, largo, todo de azul oscuro, con una orla en la que se alternaban granadas de azul, púrpura y carmesí con campanillas de oro; sobre este manto se ponía el efod, que era probablemente una especie de túnica de lino, bordada en púrpura, carmesí y oro, con un cinto elaborado. Llevaba en los hombros las dos piedras de ónice en las que estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel, seis en cada una. Llevaba sobre la túnica el pectoral, de un palmo cuadrado, con doce piedras preciosas en las que estaban grabados los nombres de las tribus de Israel. De esta manera llevaba el sumo sacerdote al pueblo sobre sus hombros y sobre su corazón. En el pectoral estaban los Urim y Tumim, que se ha traducido por luces y perfecciones (Éxodo 28:30), pero que no se sabe exactamente qué eran; sólo que el sumo sacerdote los usaba cuando quería consultar la voluntad de Dios. En la cabeza llevaba una mitra alta, de lino fino, en la cual había una lámina de oro sujeta con una cinta azul en la que estaba grabado: «santidad al Señor.» Nos podemos figurar el aspecto deslumbrador que tendría el sumo sacerdote ese su gran día. El sumo sacerdote empezaba por hacer lo que se hacía todos los días. Quemaba el incienso de la mañana, hacía el sacrificio de la mañana, y se encargaba de recortar las mechas de las lámparas del Candelabro de los siete brazos, uno de los grandes símbolos de Israel. Luego se pasaba a la primera parte del ritual especial de ese día. Todavía con sus ropas solemnes, sacrificaba un becerro y siete corderos y un carnero (Números 29:7, 8). Entonces se quitaba las ropas solemnes, se lavaba otra vez y se ponía la ropa sencilla de lino blanco. Se le traía un becerro que él había comprado con su propio dinero; colocaba las manos en la cabeza del becerro a la vista de todo el pueblo, y confesaba su propio pecado y el de su casa: «Ah, Señor Dios, he cometido iniquidad; he cometido transgresión; he pecado, yo y mi casa. Oh Señor, Te suplico que cubras las iniquidades, transgresiones y pecados que he cometido, cometiendo transgresión y pecado delante de Ti, yo y mi casa, como está escrito en la Ley de Tu siervo Moisés: «Porque ese día, Él cubrirá (hará expiación) para ti dejándote limpio. De todas tus transgresiones delante del Señor serás limpiado.»

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