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Hebreos 9: La gloria del tabernáculo

Por último, el autor de Hebreos traza un paralelismo entre la vida del hombre y la vida de Cristo.

(i) El hombre muere, y después viene el juicio. Eso ya era un golpe para los griegos, que pensaban que todo terminaba con la muerte. «Una vez que la tierra bebe la sangre de una persona dijo Esquilo-, ya no hay más que muerte, sin resurrección.» Y Eurípides: « No puede ser que los muertos vuelvan a la luz.» Homero hace decir a Aquiles cuando llega a las sombras: «Preferiría vivir sobre la tierra como jornalero de otro, con alguien que no tenga tierras y que viva con poco, antes que estar a la cabeza de todos los muertos que ya no son.» Mimnermo escribe con desesperación: ¡Oh Amor dorado! ¿Qué vida, qué gozo hay como el tuyo? ¡Venga la muerte cuando te hayas ido! ¡Ponga punto final!

Hay un sencillo epitafio griego: ¡Adiós, tumba de Melité; aquí yace la mejor de las mujeres, que amó a su amante marido Onésimo; tú fuiste la más excelente, por tanto, él te anhela después de tu muerte, porque fuiste la mejor de las esposas! ¡Adiós a ti también, amado esposo! Sólo, ama a mis hijos…»

Como G. Lowes Dickinson hace notar, en griego, la primera y la última palabra de un epitafio es «¡Adiós!» La muerte es el fin. Cuando Tácito está escribiendo su tributo en la biografía del gran Agrícola, lo único que puede decir al final es « Si…»

Si hubiera alguna morada para los espíritus de los justos; si, como desean los sabios, las almas grandes no perecieran con el cuerpo, ¡descansa en paz! « Si» es la única palabra. Marco Aurelio decía que, cuando muere un hombre y su chispa vuelve a perderse en Dios, todo lo que queda es «polvo, cenizas, huesos y hedor.» Lo significativo de este pasaje de Hebreos es su certeza de que el hombre resucitará; y la advertencia de que resucita para ser juzgado.

(ii) Con Cristo es diferente: murió, resucitó y volverá otra vez, no para ser juzgado sino para juzgar. La Iglesia Primitiva no se olvidó nunca de la esperanza en la Segunda Venida. Latía en toda su fe. Pero para los incrédulos era una perspectiva terrible.

Como leemos en Enoc acerca del Día del Señor antes que Cristo viniera: «Para todos vosotros, pecadores, no hay salvación, sino que lo que vendrá sobre vosotros será la destrucción y la maldición.» De alguna manera habrá de venir la consumación. Ese día, si Cristo viene como Amigo, no puede ser más que un día glorioso; si viene como un extraño o como Uno al Que hemos considerado un enemigo, sólo puede ser un día de juicio. Uno puede esperar el fin de todas -las cosas con gozosa expectación, o con desesperado terror. La diferencia sólo depende de cómo estemos con Cristo.

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