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Hebreos 8: El acceso a la realidad

El meollo de lo que estamos diciendo es el siguiente: ¡Tal es el Sumo Sacerdote que tenemos, Que se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad en el Cielo, un Sumo Sacerdote que ministra en el verdadero Santuario y Tabernáculo que ha establecido el Señor y no el hombre! Porque todos los sumos sacerdotes son elegidos para que ofrezcan dones y sacrificios; por tanto, era necesario que Él tuviera también algo que ofrecer. Si hubiera estado en la Tierra, ni siquiera habría sido sacerdote, porque para eso están los que ofrecen los dones que prescribe la Ley, que son hombres cuyo ministerio no es más que un tenue boceto del orden celestial, según las instrucciones que recibió Moisés cuando estaba a punto de completar el tabernáculo: «Mira -se le dijo-, que lo hagas todo según el modelo que se te ha mostrado en el monte.» Pero, según son las cosas, Jesucristo ha recibido un ministerio más excelente, de la misma manera que es el Mediador de un mejor Pacto, un Pacto que se ha establecido sobre la base de promesas superiores.

El autor de Hebreos acaba de describir el sacerdocio de la orden de Melquisedec en toda su gloria. Lo ha descrito como un sacerdocio que es para siempre, sin principio ni fin; el sacerdocio que Dios confirmó con un juramento; el sacerdocio que se basa en la grandeza personal, y no en ningún nombramiento legal ni en requisitos raciales; el sacerdocio que la muerte no puede afectar; el sacerdocio que puede ofrecer un Sacrificio que no hay que repetir; el sacerdocio que es tan puro que no tiene necesidad de ofrecer sacrificio por sus propios pecados. Ahora hace y subraya la gran declaración: «¡Es precisamente un Sacerdote así el que tenemos en Jesús!»

A continuación dice dos cosas de Jesús.

(i) Se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad de Dios en el Cielo. ¡A Ti la gloria – oh nuestro Señor! ¡A Ti la victoria – gran Libertador! Te alzaste triunfante – lleno de poder, más que el Sol radiante – al amanecer. ¡A Ti la gloria – oh nuestro Señor! ¡A Ti la victoria – gran Libertador! No puede haber mayor gloria que la del Jesús ascendido y exaltado.

(ii) Dice que Jesús es el Ministro del Santuario. Es la prueba de Su servicio. Es único en majestad y en servicio.

Jesús nunca consideró que la majestad era algo que se podía disfrutar egoístamente. Uno de los emperadores romanos más grandes fue Marco Aurelio; como administrador no tuvo rival. Murió a los cincuenta y nueve años, después de haberse agotado en el servicio de su pueblo. Fue uno de los santos estoicos. Cuando le eligieron para que ocupara el puesto supremo del imperio, su biógrafo Capitolino nos dice: «Se sintió abrumado más que jubiloso; y, cuando se le dijo que se mudara a la residencia privada del emperador Adriano, le costó trabajo abandonar la villa de su madre. Cuando los miembros de su familia le preguntaron por qué sentía tanto recibir la adopción imperial, les enumeró los quebraderos de cabeza que conllevaba la soberanía.» Marco Aurelio veía la realeza en términos del servicio, no de la majestad.

Jesús es el único ejemplo de majestad divina y de servicio divino combinados. Sabía que se le había dado la posición suprema, no para que la retuviera en aislamiento espléndido, sino más bien para permitir a otros alcanzarla y compartirla con Él. En Él se combinan la majestad y el servicio supremos.

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