Dios le hizo más de una promesa a Abraham. Génesis 12: 7 nos relata la que le hizo cuando le llamó a salir de Ur y le envió a lo desconocido y a la tierra prometida. Génesis 17-5, 6 es la promesa de que muchos descendientes van a heredar su bendición. Génesis 18:18 es una repetición de esta última. Pero la promesa que Dios selló con un juramento se encuentra en Génesis 22:16-18. El sentido verdadero de esta primera frase es: «Dios le hizo muchas promesas a Abraham, y por último le hizo una que confirmó con un juramento.» Esa promesa era, por así decirlo, doblemente segura. Era la palabra de Dios, que en sí ya es segura; pero, además, Dios la confirmó con un juramento. Ahora bien, esa promesa era que todos los descendientes de Abraham serían benditos; por tanto era para la Iglesia Cristiana, que es el verdadero Israel de Dios y la verdadera descendencia de Abraham. Esa bendición se hizo realidad en Jesucristo. Es verdad que Abraham tuvo que practicar la paciencia antes de recibir lo prometido. No fue sino hasta veinticinco años después de salir de Ur cuando nació su hijo Isaac. Abraham era ya viejo, y Sara, estéril; la peregrinación fue larga, pero Abraham no perdió nunca la esperanza ni la confianza en la promesa de Dios.
En la antigüedad, el ancla era el símbolo de la esperanza.
Epicteto dijo: «Así como un barco no debe depender de una sola ancla, tampoco una vida de una sola esperanza.» Pitágoras dijo: «La riqueza es un ancla floja, y la fama, más floja todavía. ¿Cuáles son las anclas que son fuertes? La sabiduría, el gran corazón, el coraje: estas son las anclas que ninguna tempestad puede hacer vacilar.» El autor de Hebreos insiste en que el cristiano tiene la mejor ancla-esperanza del mundo.
Esa esperanza, dice, es una qué entra en la corte interior más allá del velo. En el templo, el lugar más sagrado de todos era el Lugar Santísimo. Tenía un velo que cubría la entrada. En el Lugar Santísimo se creía que moraba la misma presencia de Dios.
Sólo había un hombre que podía entrar allí, y era el sumo sacerdote; y aun él no podía entrar en el Lugar Santísimo nada más que una vez al año, el Día de la Expiación.
Entonces, estaba establecido, no debía detenerse mucho, porque era peligroso y terrible entrar en la presencia del Dios vivo. Lo que dice el autor de Hebreos es lo siguiente: «Bajo la vieja religión judía nadie podía entrar a la presencia de Dios nada más que el sumo sacerdote, y sólo una vez al año; pero ahora Jesucristo ha abierto el camino para todos los hombres.»
El autor de Hebreos usa una palabra muy expresiva acerca de Cristo. Dice que entró en la presencia de Dios como nuestro Precursor. La palabra griega es prodromos. Su significado pasa por tres etapas.
(i) Quiere decir uno que se apresura.
(ii) Un pionero.
(iii) Un explorador que se adelanta para ver si el terreno está bien para que puedan avanzar las tropas. Jesús entró en la presencia de Dios para que todos los seres humanos Le pudieran seguir a salvo.
Vamos a decirlo más sencillamente de otra manera. Antes de que viniera Jesús, Dios era el Extranjero distante al que muy pocos judíos se podían acercar a riesgo de sus vidas. Pero, gracias a lo que Jesús ha hecho, Dios es ahora Amigo de todo el mundo. Hubo un tiempo en que la gente pensaba que Dios les tenía cerrada la puerta; pero ahora sabemos que la tiene abierta, y quiere que la pasemos para encontrarnos con Él como nuestro Padre celestial.
2 comentarios
Leticia Pesina
Valentin Calderon Lionel gracias ? Grande beneficio para mi vida estas Epístolas a los Hebreos. Las hago mias, dirigidas a mi ! No más velo
Valentin Calderon Lionel
Me alegra te sean de bendición.