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Hebreos 6: La necesidad de progresar

Por último, vamos a tomar nota de una cosa. Se ha indicado que en la Carta a los Hebreos hay cuatro cosas imposibles. Aparte de la imposibilidad de este pasaje, las otras tres son: (i) Es imposible que Dios mienta (6:18). (ii) Es imposible que la sangre de los becerros y de los chivos quite el pecado (10:4). (iii) Sin fe es imposible agradar a Dios (11:6).

El lado más luminoso

Queridos hermanos: Aunque os hemos hablado así, estamos convencidos de que hay cosas mejores para vosotros; sí, cosas que tienen que ver con la Salvación. Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra, y el amor que habéis desplegado poniéndoos activamente al servicio de los que están consagrados a Dios, en el pasado y en el presente. Esperamos de todo corazón que todos y cada uno de vosotros desplegaréis el mismo celo hasta hacer que lo que esperáis se haga realidad, y que seguiréis portándoos como ahora hasta el final, para no caer en un letargo inactivo, sino seguir el ejemplo de los que, a base de fe y paciencia, reciben en herencia lo que se les había prometido.

Hay una cosa que sobresale aquí. Este es el único pasaje de toda la carta en el que el autor se dirige a sus lectores llamándolos queridos hermanos. Y esto viene inmediatamente a continuación del pasaje más duro; como si dijera: «Si no os quisiera tanto como os quiero no os hablaría con tanta severidad.» Crisóstomo parafrasea la idea de la siguiente manera: « Es mejor que os haya metido miedo con mis palabras que tuvierais que lamentar los hechos.» Dice la verdad; pero, por muy dura que sea, la dice con amor.

Además, su misma manera de decirlo muestra lo individual que era su amor. «Esperamos -dice- que todos y cada uno de vosotros desplegaréis el mismo celo hasta hacer que lo que esperáis se haga realidad.» No está pensando en ellos como gente, sino como personas individuales. El doctor Paul Tournier, en su Libro de consulta de un médico, tiene un párrafo precioso sobre lo que él llama el personalismo de la Biblia. Dios le dice a Moisés: « Yo te conozco por nombre» (Éxodo 33:17). Y a Ciro: «Soy Yo, el Señor, el que te llamo por tu nombre» (Isaías 45:3). A uno le impacta, al leer la Biblia, la importancia que se da a los nombres personales. Se dedican capítulos enteros a largas genealogías. Cuando yo era pequeño pensaba que bien se hubieran podido omitir en el canon de la Sagrada Escritura; pero, desde entonces, me he dado cuenta de que estas ristras de nombres propios son un testimonio de que, en la perspectiva bíblica, el hombre no es ni una abstracción, ni una cosa, ni un fragmento de la masa como le consideran los marxistas, sino una persona. Cuando el autor de Hebreos escribió esas cosas tan serias no estaba reprendiendo a una iglesia, sino suspirando por hombres y mujeres, como hace Dios mismo.

Hay dos cosas interesantes que están implícitas en este pasaje.

(i) Se nos da a entender que, aun si estas personas a las que se escribe no han crecido en la fe cristiana y en el conocimiento como debían, y aun si han dejado que se les enfriara el primer entusiasmo, no han fallado en el servicio práctico a sus hermanos en la fe. Aquí hay una gran verdad práctica. A ‹veces, en la vida cristiana, pasamos por momentos áridos; no sacamos gran cosa de los cultos; nuestra participación en la enseñanza de la escuela dominical, o en el coro, o en diversos comités, se convierte en algo rutinario, sin alegría. En esas circunstancias tenemos dos alternativas: podemos dejar de asistir a los cultos y de colaborar; pero, si lo hacemos así, estamos perdidos. O podemos continuar con determinación, y la experiencia general es que la alegría y el entusiasmo y el gozo vuelven a su debido tiempo. En los momentos áridos, lo mejor que podemos hacer es seguir con los hábitos de la vida cristiana y de la iglesia. Si así lo hacemos, podemos estar seguros de que el Sol volverá a brillar.

(ii) Nuestro autor le dice a su público que sigan el ejemplo de los que, a base de fe y paciencia, reciben en herencia lo que se les había prometido. Lo que quiere decirles es: «No sois los primeros que se han embarcado en las glorias y los peligros de la fe cristiana. Otros arrostraron los peligros y soportaron las tribulaciones antes que vosotros, y vencieron.» Les está diciendo que sigan adelante, dándose cuenta de que otros han salido victoriosos de la lucha y han ganado la victoria. El cristiano no va por un camino totalmente desconocido, sino por el que han recorrido los santos.

La esperanza que no falla

Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, como no podía jurar por otro mayor que Él, juró por Sí mismo: « Te aseguro -dijo- que te bendeciré y te multiplicaré.» Abraham, después de practicar la paciencia, recibió lo que Dios le había prometido. Los humanos juramos por alguien que es mayor que nosotros; y un juramento se acepta como garantía que no admite discusión. Pero en esta ocasión, Dios, con un deseo verdaderamente excepcional de dejarles bien claro a los herederos de la promesa el carácter inalterable de Su intención, añadió un juramento, para que por dos cosas inalterables, en las que es imposible que Dios mienta, los que hemos huido hacia El en busca de protección estemos firmemente animados a asirnos a la esperanza de lo que esperamos. Esta esperanza es para nosotros como un ancla segura y estable, que entra con nosotros al aposento interior que está detrás del velo, al que ya ha entrado Jesús como nuestro Precursor cuando asumió el cargo de Sumo Sacerdote para siempre de la orden de Melquisedec.

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