Hebreos 13: Las evidencias de la vida cristiana

Que no falte nunca entre vosotros el amor fraternal. No dejéis de practicar la hospitalidad; porque hubo algunos que, al cumplir con este deber, acogieron a ángeles sin darse cuenta.

Acordaos de los que están presos; porque ya sabéis por propia experiencia lo que es eso. Acordaos de los que sufren malos tratos, porque lo mismo os puede suceder a vosotros mientras estéis en el cuerpo.

Que el matrimonio sea respetado entre todos vosotros, sin dejar que se corrompa la relación matrimonial. Dios juzga a los que son adúlteros e inmorales en su conducta. Manteneos libres del amor al dinero. Contentaos con lo que tenéis; porque Dios ha dicho: «No te voy a fallar ni a olvidar nunca. » Así es que podemos decir con confianza: «El Señor es el Que me ayuda: no tendré miedo. ¿Qué me pueden hacer los hombres?»

Al llegar al final de la carta, el autor de Hebreos trata de algunos asuntos prácticos. En esta sección bosqueja cinco cualidades esenciales de la vida cristiana.

(i) Está el amor fraternal. Las mismas circunstancias en que vivía la Iglesia Primitiva ponían en peligro a veces el amor fraternal. El mismo hecho de tomar tan en serio su fe era, en cierto sentido, un peligro. En una iglesia que está amenazada desde fuera y desesperadamente en serio por dentro, se presentan siempre dos peligros. Uno es el de «la caza de brujas»; es decir, el complejo de herejía. El mismo deseo de conservar la pureza de la fe provoca el que algunos se dediquen afanosamente a descubrir y eliminar al hereje y al que se ha desviado de la fe. Y el segundo peligro es el de tratar con dureza y despego al que le han faltado la fe o los nervios. La misma necesidad de una lealtad sin contemplaciones en medio de un mundo pagano y hostil tiende a añadir rigor en el trato con el que no tuvo valor para permanecer fiel a la fe en la hora de la crisis. Es una gran cosa mantener la fe en toda su pureza; pero, cuando el deseo de mantenerla nos convierte en inquisidores duros y despiadados; es que ha desaparecido el amor fraternal, y llegamos a una situación que es peor que la que queríamos evitar. Sea como sea, tenemos que combinar dos cosas: la seriedad en las materias de la fe y la amabilidad hacia la persona que se ha desviado.

(ii) Está la hospitalidad. El mundo antiguo respetaba y amaba la hospitalidad. Los judíos tenían un dicho: «Hay seis cosas cuyo fruto come el hombre en este mundo y por las que su estado se eleva en el mundo venidero.» Y la lista empieza por: «Ofrecer hospitalidad al forastero y visitar al enfermo.» Los griegos le daban a Zeus, como uno de sus títulos favoritos, el de Zeus Xenios, que quiere decir, «Zeus, el dios de los forasteros.» El viandante y el forastero estaban bajo la protección del rey de los dioses. La hospitalidad, como dice Moffatt, era un artículo de la religión antigua. Las posadas eran sucias, caras, inseguras y de mala fama. Los griegos se resistían a que la hospitalidad dependiera del dinero; la profesión de posadero se tenía por sospechosa. En Las Ranas, de Aristófanes, Dioniso le pregunta a Heracles, cuando están hablando de buscar hospedaje, si sabe dónde habrá menos pulgas. Platón, en Las Leyes, habla de un posadero que retenía a los huéspedes hasta que le pagaban el rescate. No deja de ser significativo el que Josefo diga que Rahab, la prostituta que acogió a los exploradores de Josué en Jericó, «tenía una posada.» Cuando Teofrasto describió a un hombre de cuidado en su libro de bocetos de caracteres, dijo que era apto para encargarse de una posada o de un burdel. En el mundo antiguo había un sistema alucinante de lo que llamaban «amistades de hospedaje.» A lo largo de los años, las familias, hasta cuando habían dejado de estar en contacto, tenían el acuerdo de que, cuando fuera necesario, se ofrecerían hospitalidad mutuamente. Esto era aún más necesario entre cristianos. Los esclavos no tenían un hogar propio al que pudieran ir. Los predicadores y los profetas itinerantes siempre estaban de camino. Por los asuntos normales de la vida, los cristianos tenían que hacer viajes. Las posadas públicas no eran solución, tanto por lo caras e inseguras como por lo inmorales. Habría en aquel tiempo muchos cristianos aislados que peleaban una vida solitaria. El Cristianismo tenía que ser, y ahora también tendría que ser, la religión de la puerta abierta. El autor de Hebreos dice que los que dieron hospitalidad a forasteros, a veces, sin saberlo, acogieron a ángeles de Dios. Está pensando en el ángel que vino a Abraham y Sara para decirles que iban a tener un hijo (Génesis 18:1 ss), y en el que vino a Manoa con un mensaje parecido (Jueces 13:3ss).

(iii) Está la solidaridad con los que tienen problemas. Es aquí donde vemos la Iglesia Primitiva en su aspecto más encantador. Sucedía a menudo que a un cristiano le metían en la cárcel, o algo peor. Podía ser por la fe, pero también por deudas, porque muchos de los cristianos eran pobres, o porque los hubieran capturado piratas o bandoleros. Entonces entraba la iglesia en acción. Tertuliano escribe en su Apología: « Si resulta que hay algunos en las minas; o desterrados a las islas, o encerrados en la cárcel sólo por su fidelidad a la causa de la Iglesia de Dios, se convierten en los protegidos de su confesión.» El orador pagano Arístides decía de los cristianos: «Si se enteran de que uno de su número está en la cárcel o en dificultades por ser cristiano, todos le ofrecen ayuda en su necesidad y, si se le puede redimir, le procuran la libertad.» Cuando Orígenes era joven, se dijo de él: « No sólo estaba al lado de los santos mártires en la cárcel y hasta que los condenaban, sino, cuando los llevaban a la muerte, los acompañaba sin temor al peligro.» Algunas veces condenaban a los cristianos a las minas, que era como mandarlos a Siberia. Las Constituciones Apostólicas establecían: «Si los impíos condenan a un cristiano a las minas por causa de Cristo, no os olvidéis de él, sino mandarle de los ingresos de vuestro trabajo y sudor para su sustento y apoyo como soldado que es de Cristo.» Los cristianos buscaban a sus hermanos en la fe hasta en las selvas. De hecho había una comunidad cristiana en las minas de Fenón. A veces había que rescatar a los cristianos que caían en poder de ladrones o bandidos. Las Constituciones Apostólicas establecen: «Todo el dinero que podáis reunir de vuestro trabajo honrado, destinadlo a la redención de los santos, comprando la libertad de esclavos, cautivos o prisioneros, personas maltratadas o condenadas por los tiranos.» Cuando los ladrones de Numidia se llevaron a sus amigos cristianos, la iglesia de Cartago reunió una cantidad entonces astronón-tica para rescatarlos, y prometió más. Hasta se daba el caso de cristianos que se vendían a sí mismos como esclavos para que se reuniera el dinero necesario para el rescate de sus amigos. Estaban preparados hasta a pagar para poderse introducir en la cárcel. Los cristianos se hicieron tan notorios por su ayuda a los presos que, al principio del siglo IV, el emperador Licinio publicó una nueva ley según la cual «nadie podía mostrar amabilidad a los condenados a prisión llevándoles comida, ni tener compasión de los que estaban muriéndose de hambre en la cárcel.» Y se añadía que, a los que descubrieran haciéndolo, se los condenaría a sufrir la misma condena que los que trataban de ayudar. Estos ejemplos están tomados de la obra de Harnack La expansión del Cristianismo, y se podrían añadir otros muchos. En los primeros tiempos, ningún cristiano que sufriera por su fe se vería abandonado u olvidado por sus hermanos.

(iv) Estaba la pureza. Lo primero, el matrimonio se respetaba universalmente. Esto podía querer decir una de dos cosas casi opuestas.

(a) Había ascetas que despreciaban el matrimonio. Algunos, hasta llegaban a castrarse para llegar a lo que ellos consideraban la pureza. Orígenes, por ejemplo, llegó a ese extremo para poder enseñar el Evangelio también a las jóvenes. Hasta un pagano como el médico Galeno se dio cuenta de que los cristianos «incluyen a hombres y mujeres que se abstienen de cohabitar toda la vida.» El autor de Hebreos insiste, frente a esos ascetas, en que hay que honrar, y no despreciar, el matrimonio.

(b) Había quienes estaban en peligro de volver a la inmoralidad. El autor de Hebreos usa dos palabras. Una denota vivir en adulterio; la otra, toda clase de impureza, tal como el vicio contra naturaleza. Los cristianos trajeron al mundo un ideal nuevo de pureza. Hasta los paganos lo reconocían. Galeno, en el pasaje antes citado, añade: «También hay en su número individuos que, en el control y dominio de sí mismos y en su seria búsqueda de la virtud, han alcanzado un nivel no inferior al de los verdaderos filósofos.» Cuando Plinio, el gobernador de Bitinia, examinaba a los cristianos e informaba al emperador Trajano, tenía que admitir, aunque estaba buscando razones para condenarlos, que en sus reuniones en el día de su Señor, « se comprometen bajo juramento, no a cometer ningún crimen, sino a no cometer robos ni hurtos ni adulterios, ni faltar a su palabra o negarse a devolver un depósito cuando se les reclama.» En los primeros tiempos, los cristianos presentaban al mundo tal ejemplo de pureza que hasta sus críticos o sus enemigos no podían por menos de admirar.

(v) Está el contentamiento. El cristiano tenía que mantenerse libre del amor al dinero. Tenía que estar contento con lo que tuviera; ¿y cómo no estarlo si tenía la constante presencia de Dios? Hebreos cita dos grandes pasajes del Antiguo Testamento Josué 1: S y Salmo 118:6- para mostrar que el hombre de Dios no necesita nada más porque tiene siempre consigo la presencia y la ayuda de Dios. Nada que se le pudiera dar sería mayor riqueza.

Los líderes y el líder supremo

Acordaos de vuestros líderes, los que os comunicaron la Palabra de Dios. Considerad cómo se despidieron de esta vida, y seguid el ejemplo de su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y para siempre.

Aquí tenemos una implícita descripción del verdadero líder.

(i) El verdadero líder de la iglesia predica a Cristo y así Le lleva a las personas. Leslie Weatherhead cuenta en alguna parte la historia de un chico en edad escolar que decidió hacerse pastor. Le preguntaron cuándo lo había decidido, y dijo que cuando oyó un sermón en la capilla del colegio. Le preguntaron cómo se llamaba el predicador, y dijo que no se acordaba. Lo único que sabía era que le había presentado a Jesús. Un verdadero predicador se las arregla para que le olviden a él pero no puedan olvidar al Cristo que les ha predicado.

(ii) El verdadero líder de la iglesia vive la fe, y así trae a Cristo a las vidas de las personas. Se ha definido a un santo como «una persona en la que Cristo vuelve a vivir.» El deber de un verdadero predicador no es tanto hablarles a las personas de Cristo como mostrarles a Cristo en su propia vida. La gente no presta tanta atención a lo que dice como a cómo se es.

(iii) El verdadero líder está dispuesto a morir por su fe. Da ejemplo de cómo se debe vivir y de cómo se debe morir. «Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin» (Juan 13:1); y el verdadero líder, habiendo amado a Jesús, Le ama hasta el fin. Su lealtad no se detiene a mitad de camino.

(iv) El verdadero líder les deja a sus seguidores dos cosas: un ejemplo y una inspiración. Quintiliano, el maestro latino de la oratoria, dijo: « Es una cosa buena saber y darle vueltas en la mente a las cosas ilustres que se hicieron en el pasado.» Epicuro aconsejaba constantemente a sus discípulos que se acordaran de los que habían vivido en la virtud en el pasado.

Si hay una cosa que la iglesia y el mundo necesiten más que ninguna otra en cada generación es un liderato así. De aquí pasa el autor de Hebreos a otro gran pensamiento. Es una de las cosas de la vida que todos los líderes terrenales vienen y van. Tienen un papel que representar en el drama de la vida, y luego baja el telón. Pero Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y para siempre. Su preeminencia es permanente; su liderato, para siempre. Ahí radica el secreto del liderato terrenal: el líder verdadero es el que es liderado por Jesucristo. El Que anduvo por los caminos de Galilea es tan poderoso como siempre para vencer al pecado y amar al pecador; y, como entonces escogió a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a hacer Su trabajo, así ahora está buscando los que han de traerle a Él a los hombres, y a los hombres a Él.

El verdadero y el falso sacrificio

No os dejéis arrastrar por doctrinas extrañas y peregrinas, porque lo que importa es fortalecer el corazón en la gracia, y no con comer o dejar de comer diferentes clases de alimentos, que son cosas que nunca les sirvieron para nada a los que seguían esa línea de conducta. Nosotros tenemos un Altar del que no tienen derecho a comer los que sirven en el tabernáculo. Digo esto porque los cuerpos de los animales cuya sangre lleva el sumo sacerdote al Lugar Santísimo como ofrenda por el pecado, esos cuerpos se queman fuera del campamento. Por eso fue por lo que Jesús sufrió la muerte fuera de las puertas de Jerusalén: para hacer aptos a los hombres mediante Su propia Sangre para la presencia de Dios. Así que, salgamos a Él fuera del campamento, compartiendo su oprobio; porque no tenemos aquí residencia permanente, sino vamos en busca de la ciudad por venir. Así que presentemos siempre a Dios por medio de Jesucristo sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan constantemente su fe en Su Nombre. Y tampoco os olvidéis de hacer el bien y de compartirlo todo, porque esos son los sacrificios que son del agrado de Dios.

Puede que nunca se descubra el sentido exacto de este pasaje. Está claro que se estaban introduciendo doctrinas raras y falsas en la iglesia cuando se escribió esta carta. El autor de Hebreos no tenía necesidad de nombrarlas; sus lectores sabían muy bien a lo que se refería, porque algunos de ellos habían sucumbido, y todos estaban en peligro. Sólo podemos suponer de lo que se trataba.

Podemos empezar con un hecho esencial. El autor de Hebreos está convencido de que la única fuerza verdadera le viene al corazón del hombre sólo de la gracia de Dios, y que lo que se come y bebe no tiene nada que ver con su fuerza espiritual. Así es que, en la iglesia a la que estaba escribiendo había algunos que daban mucha importancia a cuestiones alimentarias. Hay varias posibilidades.

(i) Los judíos tenían leyes rígidas de alimentación, expuestas ampliamente en Levítico 11. Creían que podían servir y agradar a Dios comiendo o dejando de comer ciertas cosas. Es posible que hubiera en esa iglesia algunos que estaban dispuestos a abandonar la libertad cristiana para volver a someterse al yugo de las reglas y los estatutos judíos, creyendo que de esa manera adquirirían más fuerza espiritual.

(ii) Algunos griegos tenían unas ideas muy definidas acerca de la comida. Hacía tiempo que Pitágoras había dado enseñanzas en este sentido. Creía en la reencarnación; es decir, que el alma de una persona tenía que vivir en un cuerpo tras otro hasta merecer la liberación. Esa liberación se podía adelantar mediante la oración, la meditación, la disciplina y el ascetismo; así es que los pitagóricos eran vegetarianos. También estaban los que se llamaban gnósticos, que creían que la materia es totalmente mala, y que hay que concentrarse en el espíritu, que es totalmente bueno. Creían por tanto que el cuerpo es esencialmente malo, y que se ha de tratar con rigor y austeridad. Reducían la comida al mínimo, y también se abstenían de comer carne. Así es que había bastantes griegos que creían que con lo que comieran o dejaran de comer fortalecían su vida espiritual y liberaban su alma.

(iii) Ninguna de estas cosas parece encajar del todo. Aquí el comer y beber tiene algo que ver con el Cuerpo de Cristo. El autor de Hebreos se retrotrae a las ceremonias del Día de la Expiación, según las cuales el cuerpo del becerro que se ofrecía por los pecados del sumo sacerdote y el cuerpo del chivo que se ofrecía por los pecados del pueblo debían consumirse totalmente en el fuego en un lugar fuera del campamento (Levítico 16:27). Eran ofrendas por el pecado; y la cosa era que, aunque los que tomaran parte en aquel culto quisieran participar de la carne de los- sacrificios, no les estaba permitido. El autor de Hebreos ve en Jesús el perfecto Sacrificio. El paralelismo es completo para él, porque también Jesús fue sacrificado «fuera de la puerta», es decir, fuera de las murallas de Jerusalén. Las crucifixiones siempre se llevaban a cabo fuera de los pueblos. Jesús era la Ofrenda por el pecado del Pueblo; y de ahí se sigue que, de la misma manera que nadie podía comer la carne del animal que se había ofrecido por los pecados el Día de la Expiación, nadie pueda comer la carne de Jesús.

Puede que aquí tengamos la clave. Puede que hubiera algún grupo en esa iglesia que, ya fuera en la celebración de la Cena del Señor o en las comidas congregacionales, cuando se consagraban los alimentos a Jesús, mantenían que estaban comiendo de hecho el Cuerpo de Cristo. Puede que estuvieran convencidos de que, como habían consagrado sus alimentos a Cristo, Su Cuerpo había entrado en ellos. Eso era lo que algunos griegos religiosos creían que pasaba con sus dioses. Cuando los paganos ofrecían un sacrificio; les devolvían parte de la carne, con la que hacían una fiesta, a veces en el mismo templo; y creían que, cuando comían la carne del sacrificio, el dios al que se lo habían ofrecido estaba en aquella carne y así entraba en ellos. Puede que algunos de aquellos griegos hubieran importado esas ideas a la iglesia, y hablaban de comer el Cuerpo de Cristo.

El autor de Hebreos creía con toda la intensidad de su ser que no es lo que entra,por la boca lo que puede traer a Cristo a nuestra vida, y que El sólo viene por gracia y se recibe por fe. Es probable que tengamos aquí la reacción a un sacramentalismo excesivo. Es curioso que el autor de Hebreos no menciona nunca los sacramentos; parece que no entraban en el tema e intención de esta carta. Es probable que, ya tan pronto, había algunos que tenían una opinión mecánica de los sacramentos, olvidando que no hay sacramento en el mundo que sirva para nada en sí mismo, y que su efectividad depende del encuentro de la gracia de Dios con la fe del hombre. No es la carne, sino la fe y la gracia lo que importan.

Este extraño argumento ha hecho pensar al autor de Hebreos. Cristo fue crucificado fuera de las puertas de la ciudad. Fue apartado de los hombres y contado con los transgresores. Ahí el autor de Hebreos ve todo el cuadro. Nosotros también tenemos que separarnos de la vida del mundo y estar dispuestos a soportar el mismo oprobio que soportó Jesús. El aislamiento y la humillación pueden salirle al encuentro al cristiano como pasó con su Salvador.

Hebreos va más adelante. Si el cristiano no puede volver a ofrecer el Sacrificio de Cristo, ¿qué es lo que puede ofrecerle a Dios? Nuestro autor dice que le puede ofrecer algunas cosas.

(i) Puede ofrecerle su continua alabanza y acción de gracias. Los antiguos afirmaban a veces que una ofrenda de acción de gracias era más aceptable a Dios que una ofrenda por el pecado, porque cuando uno ofrecía un sacrificio por el pecado estaba tratando de obtener un beneficio para sí, mientras que la ofrenda de acción de gracias era sólo la expresión de un corazón agradecido. El sacrificio de la gratitud es uno que todos podemos y debemos ofrecer a Dios.

(ii) El cristiano Le puede ofrecer a Dios la pública y gozosa confesión de su fe en el Nombre de Cristo. Esa es la ofrenda de lealtad. El cristiano siempre Le puede ofrecer a Dios una vida que no se avergüenza de mostrar a Quién pertenece y sirve.

(iii) El cristiano Le puede ofrecer a Dios las obras de ama bilidad que hace a sus semejantes. De hecho, eso era algo que los judíos sabían muy bien. Después del año 70 d.C., los sacrificios del templo ya no se podían ofrecer, porque el templo había sido destruido. Los rabinos enseñaron que con el templo había desaparecido el ritual; pero la teología, la oración, la penitencia, el estudio de la Ley y la caridad eran sacrificios que se podían ofrecer y que eran equivalentes a los anteriores. Rabí Yojanán ben Zakkai llegó al convencimiento en aquellos tristes días de que « la práctica de la caridad era un sacrificio válido por el pecado.» Un antiguo escritor cristiano dice: «Esperaba que tu corazón diera fruto y que adoraras a Dios el Creador de todo y que Le ofrecieras continuamente oraciones como medios de compasión; porque la compasión que los hombres muestran a los hombres es un sacrificio incruento y agradable a Dios.» Después de todo, Jesús mismo dijo: « En cuanto lo hicisteis por uno de los más pequeños de estos Mis hermanos, lo hicisteis por Mí» (Mateo 25:40). El mejor de todos los sacrificios que Le podemos ofrecer a Dios es la ayuda que prestamos a Sus hijos necesitados.

Obediencia y oración

Obedeced a vuestros líderes y someteos á ellos, porque ellos se privan del sueño para velar por vuestras almas, conscientes de que tendrán que dar cuenta de lo que se les ha confiado. Hacedlo así para que puedan cumplir su misión con gozo en vez de tristeza; porque, si les sois causa de tristeza, no sacaréis de ello ningún provecho.

Seguid orando por nosotros, porque creemos tener la conciencia tranquila; porque queremos vivir en todos sentidos de forma que nuestra conducta sea ejemplar. Os exhorto a que lo hagáis especialmente para que se me conceda volver a vosotros más pronto.

El autor de Hebreos establece el deber de la congregación hacia sus líderes presentes y su líder ausente. A los líderes presentes la congregación les debe obediencia. Una iglesia es una democracia, pero no enloquecida; debe obediencia a los que ha escogido como guías. La obediencia no se les otorga a los líderes para gratificar su sentimiento de poder o para aumentar su prestigio. Se les debe para que al final del día pueda verse que los líderes no han perdido ninguna de las almas que fueron confiadas a su cuidado. El mayor gozo del líder de una comunidad cristiana es ver que los que lidera están establecidos en la vida cristiana. Como escribió Juan: « No puedo tener un gozo mayor que el de oír que mis hijos siguen la Verdad» (3 Juan 4). La mayor tristeza para un líder de comunidad cristiana es ver que sus liderados están cada vez más lejos de Dios.

Para con el líder ausente el deber de la congregación es la oración. Es un deber cristiano el traer al Trono de la Gracia a nuestros seres queridos ausentes, y recordar diariamente allí a todos los que ocupan puestos de liderato y de autoridad. Cuando Stanley Baldwin fue nombrado primer ministro del Reino Unido, sus amigos se agolparon a su alrededor para felicitarle; pero él dijo: « Lo que necesito no son vuestras felicitaciones, sino vuestras oraciones.»

Debemos respeto y obediencia a los que están en autoridad en la iglesia cuando están con nosotros, y debemos recordarlos en nuestras oraciones también cuando están ausentes.

Oración, saludo y bendición

Que el Dios de la paz, Que devolvió de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas con la Sangre del Pacto Eterno, a nuestro Señor Jesucristo, os equipe con todo lo bueno para que hagáis Su voluntad, y cree en vosotros por medio de Jesucristo lo que es agradable a Su vista. A Él sea la gloria por siempre jamás. Amén.

Hermanos, os pido encarecidamente que soportéis esta exhortación mía; porque no es más que una breve carta lo que os envío.

Quiero que sepáis que nuestro hermano Timoteo está en libertad otra vez. Si viene pronto, os iré a ver con él.

Recuerdos para todos vuestros líderes y todos los que están consagrados a Dios. Los de Italia os mandan saludos. La Gracia sea con todos vosotros. Amén.

La gran oración de los dos primeros versículos de este pasaje traza un retrato perfecto de Dios y de Jesús.

(i) Dios es el Dios de la paz. Hasta en la situación más inquietante, Dios puede darnos la paz en el corazón. Si en una comunidad hay división es porque las personas se han olvidado de Dios, y lo único que puede devolver la paz perdida es el recuerdo de Su presencia. Cuando la mente y el corazón de una persona están distraídos, y se encuentra desgarrada entre los dos lados de su propia naturaleza, lo único que le puede hacer conocer la paz es entregar su vida al control de Dios. El Dios de la paz es el único Que puede darnos la paz con nosotros mismos, con los demás y con Él.

(ii) Dios es el Dios de la vida. Fue Dios el Que devolvió a Jesús de entre los muertos. Su amor y Su poder son lo único que puede darle a un hombre la paz durante la vida y la victoria en la muerte. Jesús murió en obediencia a la voluntad de Dios, y fue esa misma voluntad la que Le devolvió de entre los muertos. Para el que obedece la voluntad de Dios no hay tal cosa como un desastre final; hasta la misma muerte es la entrada en la Tierra conquistada.

(iii) Dios es el Dios Que nos revela Su voluntad y Que nos equipa para cumplirla. Él nunca nos asigna una tarea sin darnos al mismo tiempo el poder para cumplirla. Cuando Dios nos envía, nos envía equipados con todo lo que necesitamos.

La pintura de Jesús también es triple.

(i) Jesús es el gran Pastor de las ovejas. La alegoría de Jesús como el buen Pastor nos es muy preciosa; pero, aunque nos sorprenda, Pablo nunca la usa, y el autor de Hebreos sólo aquí. Hay una leyenda encantadora de Moisés que nos cuenta lo que hizo cuando había huido de Egipto y estaba cuidando las ovejas de Jetro en el desierto. Una oveja se le perdió. Moisés la buscó pacientemente hasta que la encontró bebiendo en un arroyuelo de montaña. Se le acercó, y se la echó a los hombros. «Así es que tenías sed, y por eso te extraviaste» -le dijo Moisés cariñosamente y sin guardarle rencor por el trabajo que le había dado; y así la llevó a casa. Cuando Dios lo vio, Se dijo: « Si Moisés es tan compasivo con una oveja descarriada que ni siquiera es suya, es el hombre que Yo quiero como líder de mi pueblo.» Un pastor es uno que está dispuesto a dar su vida por las ovejas; las soporta por su estupidez y nunca deja de quererlas. Eso es lo que Jesús hace por nosotros.

(ii) Jesús es el Que ha establecido el Nuevo Pacto y ha hecho posible una nueva relación entre Dios y el hombre, ha quitado el terror y nos ha mostrado el amor de Dios.

(iii) Jesús es el Que murió. El mostrarnos a los hombres cómo es Dios, y abrirnos el acceso a Él, Le costó la vida. Su Sangre fue el precio de esta nueva relación.

La carta termina con algunos saludos personales. El autor de Hebreos medio se disculpa por su longitud. Si hubiera desarrollado estos tópicos tan profundos, nunca habría llegado al final de la carta. Es corta -Moffatt nos dice que la podemos leer en menos de una hora- en comparación con la grandeza de las verdades eternas que nos presenta. No se sabe a qué viene la referencia a Timoteo, pero suena como si él también, el autor, hubiera estado preso por causa de Jesucristo.
Y así termina la carta, con una bendición. En toda ella ha hablado de la Gracia de Cristo que abre el camino de acceso a Dios, y termina con la oración de que esa maravillosa Gracia se cierna y descanse sobre sus lectores.[/private][/private][/private][/private]

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