Hebreos 11: La fe de la ofrenda aceptable

Los árabes tienen una leyenda diferente. Cuentan que Abraham vio muchos ganados y manadas, y le preguntó a su madre: «¿Quién es el señor de todo esto?» Su madre le dijo: «Tu padre, Téraj.» « ¿Y quién es el señor de Téraj?», volvió a preguntar el muchacho. « Nemrod» -le contestó su madre. « ¿Y quién es el Señor de Nemrod?» -volvió a preguntar Abraham. Su madre le dijo que dejara de preguntar tanto; pero Abraham ya estaba buscando con el pensamiento al Que es el Señor de todo. Las leyendas nos siguen contando que Téraj no sólo adoraba doce ídolos, uno por cada mes del año, sino que además era fabricante de ídolos. Un día, Abraham se quedó a cargo de la tienda, atendiendo a los que venían a comprar ídolos. Abraham les preguntaba cuántos años tenían, y le contestaban que cincuenta, o sesenta. «¡Pobre hombre el de tal edad -dijo Abraham-, que adora lo que se hace en un día!» Un hombre fuerte y robusto de setenta años entró. Abraham le preguntó su edad y le dijo: «¡Eres un tonto en adorar a un dios que es más joven que tú!» Una mujer trajo un plato de carne para los dioses. Abraham cogió un palo y destrozó todos los ídolos menos uno, en cuyas manos dejó el palo. Cuando Téraj volvió, se enfadó mucho; y Abraham le dijo: « Padre, una mujer trajo este plato de carne para tus dioses; como todos lo querían, el más fuerte les quitó la cabeza de un golpe a los demás, no fuera que no le dejaran nada.» «¡Eso es imposible -dijo Téraj-, porque no son más que pedazos de madera o de piedra!» Y Abraham le contestó: « ¡Deja que oiga tu oído lo que ha dicho tu boca!»
Todas estas leyendas nos dan una imagen gráfica de Abraham buscando a Dios, insatisfecho con la idolatría de su pueblo.

Así es que, cuando recibió la llamada de Dios, ¡estaba dispuesto a adentrarse en lo desconocido para encontrarle! Abraham es el ejemplo supremo de la fe.

(i) La fe de Abraham era la fe que está dispuesta para la aventura. La llamada de Dios suponía dejar hogar y familia y ocupación; y sin embargo fue. Tenía que salir a lo desconocido, y fue. Hasta los mejores de nosotros tenemos algo de timoratos. Nos da miedo lo que nos pueda suceder si nos atrevemos a tomarle la palabra a Dios y obramos de acuerdo con Sus mandamientos y promesas.

El obispo Newbigin nos cuenta los trámites que llevaron a la formación de la Iglesia Unida del Sur de la India. Él mismo tomó parte en las negociaciones y largas discusiones que fueron necesarias. A menudo las cosas se detenían por la «prudencia»

de algunos que querían saber a qué conduciría cada paso; hasta que el moderador recordó a todos que un cristiano no tiene derecho a preguntar adónde va.

Muchos de nosotros vivimos una vida cautelosa de acuerdo con el principio de que la seguridad es lo primero; pero, para vivir la vida cristiana, hace falta estar dispuestos a arriesgarse a la aventura. Si la fe pudiera prever todos los pasos del camino, no sería realmente fe. A veces el cristiano tiene que ponerse en camino adonde la voz de Dios le llama sin saber cuáles serán las consecuencias. Como Abraham, tiene que salir sin saber adónde va.

(ii) La fe de Abraham era la fe que tiene paciencia. Cuando llegó a la Tierra Prometida, no se le permitió tomarla como suya. Tuvo que vivir en ella como forastero, en tienda de campaña, como sus descendientes habían de vivir después en el desierto. En la vida de Abraham las promesas de Dios nunca se hicieron realidad; y, sin embargo, nunca perdió la fe.

Es característico de casi todos nosotros que siempre tenemos prisa. Esperar nos es más difícil que aventurarnos. Y el tiempo más difícil es el de en medio. En el momento de la decisión hay entusiasmo y emoción; al llegar a la meta está el resplandor y la gloria de la satisfacción; pero en el tiempo intermedio hay que saber esperar y velar y trabajar, aunque parece que no pasa nada.

Es entonces cuando se abandonan tantas esperanzas, y se reducen tantos ideales, y nos hundimos en la apatía de los sueños muertos. La persona de fe es la que mantiene viva la esperanza y el esfuerzo a tope hasta en los días grises en los que parece que no se puede hacer nada más que esperar.

(iii) La fe de Abraham era la fe que mira más allá de este mundo. Leyendas más tardías creían que a Abraham se le había concedido vislumbrar la Nueva Jerusalén. En el Apocalipsis de Baruc Dios dice: « Se la mostré a mi siervo en la noche» (4:4). En 4 Esdras dice su autor: «Sucedió que, cuando estaban practicando la impiedad delante de Ti, escogiste a uno entre ellos cuyo nombre era Abraham; le amaste y le revelaste a él solo el fin de los tiempos, secretamente, de noche» (4:13). Nadie ha hecho nunca nada que valiera la pena sin una visión que le permitiera arrostrar las dificultades y los desalientos del camino. A Abraham se le concedió la visión; y, hasta cuando su cuerpo estaba deambulando por Palestina, su alma estaba en comunión con Dios. Dios no puede darnos una visión si no Le dejamos que nos la dé; pero, si esperamos en Él, aunque sea en los desiertos de la Tierra, nos enviará la visión; y, con ella, la faena y la lucha del camino de cada día valdrán la pena.

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