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Hebreos 11: La fe de la ofrenda aceptable

(ii) A Noé no le desanimaron las burlas de la gente. Cuando brillaba el Sol, su conducta tiene que haber parecido una locura. ¿Quién sino un loco de remate acometería la construcción de tal carcamán en tiempo seco y lejos de la mar? El que Le toma la palabra a Dios puede que emprenda a veces una actividad que parezca una locura. No tenemos más que pensar en los primeros días de la Iglesia. Uno se encuentra con un amigo, y le dice: « He decidido hacerme cristiano.» El otro le contesta: « ¿Pero es que no sabes lo que les pasa a los cristianos? ¡Están fuera de la ley! Los meten en la cárcel, se los echan a los leones, los crucifican, los queman vivos…» El primero dice: «Sí, ya lo sé.» Y el otro: «¡Estás loco de remate!» Tenemos que estar preparados a que nos tomen por locos por causa de Jesús. No debemos olvidar que hubo un tiempo en que Sus amigos vinieron a buscarle para llevársele a casa, porque pensaban que estaba mal de la cabeza. La sabiduría de Dios muchas veces le parece locura a la gente.

(iii) La fe de Noé fue el juicio de los otros. Por eso es por lo que, por lo menos en un sentido, es peligroso ser cristiano. No es que los cristianos se crean más justos que nadie, o que sean criticones; ni que vayan por ahí fijándose en lo que los demás hacen mal; ni que digan: «Yate lo decía yo.» A menudo lo que sucede es que, sencillamente por ser cristianos, traemos juicio sobre los que no lo son. Alcibíades, aquel joven brillante pero salvaje de Atenas, le decía a Sócrates: «Sócrates, te odio, porque siempre que me encuentro contigo me haces verme tal como soy.» Uno de los atenienses más simpáticos y ejemplares fue Arístides, al que llamaban « el Justo»; pero le condenaron al ostracismo. Cuando le preguntaron a uno por qué lo había votado, contestó: « Porque estoy harto de que le llamen «el Justo».» Ante la bondad, el mal queda condenado.

(iv) Noé fue justo por la fe. Sucede que es el primero al que se llama dikaios, justo, en la Biblia (Génesis 6:9). Su bondad consistió en que Le tomó la palabra a Dios. Cuando otros quebrantaban los mandamientos de Dios, Noé los cumplía; cuando otros se hacían los sordos a las advertencias de Dios, Noé les hacía caso; cuando otros se reían de Dios, Noé Le respetaba. Se ha dicho de Noé que, «con su luminosa fe en Dios, puso al descubierto el sombrío escepticismo del mundo.» En un tiempo cuando la gente pasaba de Dios, Noé Le honraba y Le consideraba la suprema Realidad del mundo.

La aventura y la paciencia de la fe

Fue por su fe por lo que Abraham, cuando Dios le llamó, demostró su obediencia al marcharse al lugar que iba a recibir en herencia, aunque marchó sin saber adónde había de ir. Fue por su fe por lo que vivió como forastero en la tierra que se le había prometido, como si se tratara de una tierra extranjera, viviendo en tiendas de campaña, lo mismo que hicieron después Isaac y Jacob, que fueron sus coherederos en aquella promesa; porque esperaba una ciudad con fundamentos cuyo arquitecto y constructor es Dios.

La vocación de Abraham se nos cuenta con sencillez dramática en Génesis 12:1. En torno al nombre de Abraham se fueron tejiendo leyendas judías y orientales, algunas de las cuales debe de haber conocido el autor de Hebreos. Esas leyendas nos cuentan que Abraham era el hijo de Téraj (R-V, Thare o Taré), general del ejército de Nemrod (R-V Nimrod). Cuando nació Abraham apareció en el cielo una estrella tan brillante que parecía borrar todas las otras. Nemrod trató de matar al niño Abraham, pero le escondieron en una cueva y le salvaron la vida. Fue precisamente en esa cueva donde tuvo la primera visión de Dios. Cuando era joven salió de la cueva y se quedó mirando el desierto a lo lejos. Salía el Sol en toda su gloria, y Abraham dijo: « ¡No cabe duda de que el Sol es Dios, el Creador!» Y entonces se arrodilló y adoró al Sol. Pero, cuando llegó la tarde, el Sol se puso por el Oeste y Abraham dijo: «¡ No! ¡El Autor de la creación no se puede poner!» Salió la Luna por el Este, y aparecieron las estrellas. Entonces Abraham dijo: «¡La Luna debe de ser Dios, y las estrellas su ejército!» Así que se arrodilló y adoró a la Luna; pero, cuando pasó la noche, la Luna se puso y apareció otra vez el Sol; y Abraham dijo: «Está claro que éstos no son más que cuerpos celestes, y que no son dioses, porque obedecen una ley. Adoraré al Que les impuso la ley.»

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