Los héroes de la fe
¿Y qué más púedo decir? Me faltaría tiempo para contar las historias de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, que por la fe dominaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron lo que Dios les había prometido, cerraron bocas de leones, extinguieron el poder del fuego, se libraron del filo de las espadas, sacaron fuerzas de flaqueza, se hicieron fuertes en batallas, derrotaron a ejércitos extranjeros.
En este pasaje, nuestro autor recorre la historia de su pueblo; y de ella se le presentan a la memoria unas figuras emblemáticas tras otras. No las pone en ningún orden especial; pero, cuando consideremos las cualidades sobresalientes de cada una, advertiremos la línea de pensamiento que las enlaza. La historia de Gedeón se nos cuenta en Jueces 6 y 7. Con sólo trescientos hombres Gedeón venció a los madianitas, que tenían atemorizado a Israel, obteniendo una victoria que quedó grabada indeleblemente en la memoria de su pueblo. La historia de Barac está en Jueces 4 y 5. Bajo la inspiración de la profetisa Débora, Barac reunió a diez mil hombres jóvenes, y se enfrentó con los terribles cananeos con sus novecientos carros de hierro, y obtuvo una victoria casi increíble. Fue algo así como si una compañía de infantería casi desarmada hubiera derrotado a una división de tanques. La historia de Sansón, el que siempre peleó solo, se encuentra en Jueces 13 a 16. En la soledad de su espléndida fuerza, una y otra vez arrostró las situaciones más adversas, y siempre salió vencedor. Fue el azote de los filisteos.
La historia de Jefté está en Jueces 11 y 12. Era hijo ilegítimo, lo que le redujo a una situación de destierro y a una vida fuera de la ley; pero cuando los amonitas tenían atemorizado a Israel, se le pidió que volviera, y obtuvo una tremenda victoria, aunque su voto le costó la vida de su hija. Luego se menciona a David que, para sorpresa de muchos y suya propia, de zagalejo llegó a ser preferido a sus hermanos y ungido rey (1 Samuel 16:1-13). Luego se menciona a Samuel, que le nació a su madre como respuesta a la oración y después de larga esterilidad (I Samuel 1), y que una y otra vez aparece solo como el único hombre de Dios fuerte y fiel en medio de un pueblo atemorizado, descontento y rebelde. Y luego vienen los profetas, que uno tras otro dieron fiel testimonio personal de Dios.
La lista completa nos presenta a hombres que arrostraron dificultades increíbles en su fidelidad a Dios. Eran hombres que no creían que Dios estaba de parte de los grandes batallones, y que estaban dispuestos a asumir riesgos tremendos y hasta aterradores por Él. Se trataba de hombres que aceptaron alegre, valiente y confiadamente, las tareas que Dios les encomendó, que eran irrealizables en términos humanos. Eran hombres que no tenían miedo de quedarse solos y de arrostrar dificultades tremendas por ser leales a Dios. El cuadro de honor de la Historia incluye a los que prefirieron estar en la minoría con Dios antes que en la mayoría con el mundo.
En la segunda parte del pasaje, el autor de Hebreos dice, en frases que parecen una ráfaga de ametralladora, lo que hicieron estos hombres y otros como ellos. Para la mayor parte de nosotros se pierde gran parte del impacto porque no nos damos cuenta de que cada una de estas frases es un epígrafe. Para los que conocían bien las Escrituras en la versión griega, cada una de estas frases haría sonar la campanilla del recuerdo. La palabra que usa para dominar reinos es la que usa el historiador judío Josefo refiriéndose a David. La frase para hacer justicia es la descripción de David en 2 Samuel 8:15. La expresión para cerrar bocas de leones es la que se usa de Daniel en Daniel 6:18, 23. La frase extinguieron el poder del fuego se refiere directamente a Sadrac, Mesac y Abed-pego en Daniel 3:19-28. Cuando dice que se libraron del filo de las espadas dirige el pensamiento a la forma en que se libró Elías de la amenaza de muerte según 1 Reyes 19:1 ss, y Eliseo según 2 Reyes 6:31 ss. El clarinazo se hicieron fuertes en batallas, derrotaron a ejércitos extranjeros, retrotraería el pensamiento inmediatamente a las hazañas inolvidables de los macabeos.
La frase sacar fuerzas de flaqueza traería a la pantalla de la memoria muchas escenas. Nos recuperaría la de la extraordinaria curación de Ezequías, cuando ya se había vuelto de cara a la pared para morir (2 Reyes 20:1-7). Y, tal vez más probablemente cuando estaba escribiendo nuestro autor, sus lectores se acordarían del épico y sangriento incidente de Judit, uno de los libros del Antiguo Testamento griego. Hubo un tiempo cuando Israel estaba amenazado por los ejércitos de Nabucodonosor al mando de su general Holofernes. El pueblo judío de Betulia había decidido rendirse al cabo de cinco días, porque se le habían acabado las reservas de comida y de agua. En el pueblo vivía una viuda judía llamada Judit. Era muy rica y muy hermosa, pero había vivido en luto solitario desde que murió su marido Manasés. Se puso su ropa más vistosa, y convenció a su pueblo para que la dejara ir al campamento de los asirios. Consiguió entrar a la presencia de Holofernes, y le hizo creer que estaba convencida de que la derrota de su pueblo era el castigo por sus pecados. Se ofreció a introducirle subrepticiamente en Jerusalén; y, una vez que se había ganado su confianza, cuando él se quedó dormido después de mucho beber, ella le mató con su propia daga, le cortó la cabeza y se la llevó a su pueblo. Los traidores fueron silenciados, y la derrota inminente se transformó en una victoria tumultuosa. La debilidad femenina se había tomado fortaleza.