Séneca escribió: «El sabio no provocará jamás la ira de los poderosos; antes la esquivará, de la misma manera que los marineros no juegan a sabiendas con el peligro de la tempestad.» En aquella ocasión, Moisés habría podido lanzarse, pero el pueblo no estaba preparado. El haberlo hecho temerariamente habría supuesto perder la vida, y la liberación de Egipto no habría podido llevarse a cabo. Tuvo la grandeza y el valor de esperar a que Dios dijera: «Ahora es el momento.»
Moffatt cita un dicho de A. S. Peake: « El valor de abandonar una acción en la que se ha puesto el corazón y de aceptar alegremente la inacción como la voluntad de Dios es de la más elevada e infrecuente calidad, y lo puede crear y sostener solamente la visión espiritual más clara.» Cuando nuestro instinto de pelea dice: « ¡Adelante!», hay que ser grande y valiente para esperar. Es humano el temer perder la oportunidad; pero es grande esperar el momento de Dios -¡hasta cuando parece que es desaprovechar la oportunidad!
(iv) Llegó el día en que Moisés tenía que hacer todos los preparativos para la primera Pascua. El relato se encuentra en Éxodo 12:12-48. Había que hacer el pan sin levadura; había que matar el cordero pascual; había que pintar el dintel de las puertas con la sangre del cordero para que el ángel de la muerte la viera y pasara de largo sin matar al primogénito de aquella familia. Pero lo más alucinante fue que, según el relato de Éxodo, Moisés no sólo hizo todos los preparativos para la noche en que los israelitas habían de salir de Egipto, sino que también dispuso que tenían que observarlos anualmente en el futuro. Es decir: que no tenía la menor duda de que aquella empresa tendría éxito, el pueblo sería librado de la esclavitud de Egipto y algún día llegarían a la Tierra de Promisión. Ahí tenemos a una multitud de infelices esclavos hebreos a punto de emprender un viaje por un desierto desconocido a una tierra desconocida que se les había prometido, y ahí estaba todo el ejército de Egipto a sus talones; y sin embargo, Moisés nunca puso en duda que Dios los conduciría hasta el final sanos y salvos. Moisés era, por encima de todo, el hombre que tuvo fe en que, si Dios le había dado a Su pueblo una orden, también le daría la fuerza para llevarla a cabo. Moisés estaba seguro de que Dios no encarga a Sus siervos una tarea para luego dejarlos en la estacada, sino que va con ellos cada paso del camino.
(v) Llegó el gran acto del cruce del mar Rojo. La historia se nos cuenta en Éxodo 14. Ahí leemos que los israelitas pudieron cruzar milagrosamente, y los egipcios se ahogaron cuando intentaron hacer lo mismo. Fue en aquel momento cuando la fe de Moisés se le comunicó a todo el pueblo, guiándolos hacia adelante cuando hubieran podido volverse atrás. Aquí tenemos la fe de un líder y de un pueblo dispuestos a intentar lo imposible al mandato de Dios, dándose cuenta de que el mayor obstáculo del mundo no es tal si Dios está presente para ayudarnos a superarlo. El libro Como en Adán contiene esta frase: «El sentido de la vida consiste en saltar vallas, no en tumbarse a lamentarse al lado de acá.» Para Moisés correspondía a la fe intentar superar las que parecían barreras insuperables en la seguridad de que Dios ayudaría al que se hiciera el propósito de seguir adelante. Por último, este pasaje no sólo nos habla de la fe de Moisés, sino también de la fuente de esa fe. El versículo 27 nos dice que pudo arrostrar todo aquello «como si viera al Que es invisible.» La característica sobresaliente de Moisés era la íntima relación que tenía con Dios. En Éxodo 33:9-I1 leemos cómo entraba en el tabernáculo: «El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como -el que habla con un amigo.» En Números 12:7, 8 leemos el veredicto de Dios cuando algunos se querían rebelar contra Moisés: «Con él Yo hablo de boca a boca.» Para decirlo claramente: el secreto de la fe de Moisés era que conocía personalmente a Dios.
Salía a enfrentarse con cualquier tarea de la presencia de Dios. Se dice que, antes de una gran batalla, Napoleón se quedaba solo en su tienda; mandaba a buscar a sus comandantes, uno a uno; cuando entraban, él no les decía palabra, pero los miraba a los ojos y les daba la mano; y ellos salían dispuestos a morir, por el general al que amaban. Eso era lo que pasaba con Moisés y Dios. Moisés tenía la fe que tenía porque conocía a Dios como Le conocía. Cuando salimos de la presencia de Dios, no hay nada que nos pueda vencer. Nuestro fracaso y nuestro miedo se deben a menudo a que tratamos de hacer las cosas solos. El secreto de una vida victoriosa es estar cara a cara con Dios antes de estar cara a cara con los hombres.