(i) Estaba la fe de los padres de Moisés. Su parte en la historia se encuentra en Exodo 2:1-10. Éxodo 1:15-22 nos cuenta que el faraón, en su odio, trató de acabar con el pueblo de Israel matando a los que iban naciendo. Una leyenda nos cuenta que Amram y Jocabed, los padres de Moisés (Éxodo 6:20), tuvieron problemas por culpa del decreto del faraón. Amram se divorció de su mujer, no porque dejara de quererla, sino para evitarle el dolor de ver morir a sus hijos. Estuvieron divorciados tres años; pero entonces Miriam profetizó: «Mis padres tendrán otro hijo, que libertará a Israel de manos de los egipcios.» Y le dijo a su padre: « ¿Qué has hecho? Has despedido a tu mujer porque no podías confiar en el Señor Dios, Que protegería al hijo que te naciera.» Así es que Amram, sintiendo vergüenza de su incredulidad, recuperó la confianza en Dios y volvió a convivir con su mujer; y a su debido tiempo nació Moisés. Era un niño tan precioso que sus padres decidieron esconderle en su casa, lo que hicieron durante tres meses. Entonces, cuenta la leyenda, los egipcios organizaron una trama horrible. El faraón había decidido que se buscaran los niños que estuvieran escondidos, y se mataran. Es un hecho que, cuando un niño oye llorar a otro, se pone a llorar también. Así es que mandaron madres egipcias con sus bebés a las casas de los israelitas, y allí los pellizcaban para que lloraran. Esto hacía que los niños israelitas también lloraran, y así los descubrían y mataban. En vista de esto, Amram y Jocabed decidieron hacer una arquilla y confiar a su hijo al río Nilo.
El que Moisés llegara a nacer ya fue un acto de fe; y el que siguiera viviendo, otro. Empezó por ser un hijo de la fe.
(ii) El segundo acto de fe fue la lealtad de Moisés a su pueblo. La historia se nos cuenta en Éxodo 2:11-14. De nuevo nos encontramos con leyendas que iluminan el cuadro. Cuando confiaron a Moisés a las aguas del Nilo, le encontró la hija del faraón, que se dice que se llamaba Bithia, o más corrientemente Thermutis. Se quedó alucinada con la belleza del niño. La leyenda dice que, cuando sacaron del agua la arquilla, el arcángel Gabriel le dio unos cachetitos al bebé para que llorara, y se le ablandara el corazón a Thermutis al ver aquella carita tan preciosa con pucheritos y con lágrimas en los ojillos.
Thermutis, bien a su pesar, era estéril; el caso es que se llevó a casa al bebé Moisés, y le cuidó como si fuera suyo. Moisés iba creciendo tan bonito que la gente se volvía en la calle, y hasta paraba de trabajar para mirarle. Era tan listo que superaba con mucho a todos los otros chicos en conocimientos y en inteligencia. Cuando todavía era pequeño, Thermutis le llevó al faraón, y le contó cómo le había encontrado. Le colocó en los brazos de su padre, que se mostró tan encantado con el niño que le abrazó; y, a petición de Thermutis, prometió hacerle su sucesor. En broma, se quitó la corona y se la puso a Moisés en la cabeza; pero el niño se la quitó y la tiró al suelo y se puso a pisotearla. Los sabios del faraón presagiaron que aquel niño pisotearía algún día el poder real de Egipto, y querían matarle allí mismo. Pero se propuso una prueba: le pusieron delante al niño Moisés un cacharrito lleno de piedras preciosas y otro lleno de ascuas. Si extendía la mano y tocaba las joyas, eso demostraría que era peligroso por ser demasiado listo; y, si tocaba las ascuas, eso probaría que era suficientemente tonto para no ser ningún peligro. El niño Moisés estaba a punto de tocar las joyas cuando Gabriel le cogió la mano y se la desvió hacia los carbones. Se quemó un dedito; se lo metió en la boca y se quemó la boca; por eso se decía más tarde que no era buen orador (Éxodo 4:10), y que fue tartamudo toda la vida.
El caso es que Moisés siguió con vida. Se crió con toda clase de lujos. Era el heredero del reino. Se convirtió en uno de los mayores.generales egipcios; conquistó a los etíopes, que eran una amenaza para Egipto, y después se casó con una princesa etíope. Pero nunca se olvidó de sus compatriotas; y llegó el día en que decidió solidarizarse con los israelitas oprimidos y despedirse del futuro de riquezas y realeza que le esperaba en Egipto.
Moisés renunció a la gloria terrenal por amor al pueblo de Dios. Cristo dejó Su gloria por amor a la humanidad; aceptó los azotes, y la vergüenza y la muerte más terrible. Moisés, en su día y generación, compartió los sufrimientos de Cristo, escogiendo la lealtad que conducía a los sufrimientos en lugar de las facilidades que conducían a la gloria terrenal. Sabía que los premios de la Tierra eran despreciables comparados con la última recompensa de Dios.
(iii) Llegó el día en que Moisés, por haber intervenido a favor de su pueblo, tuvo que salir de Egipto y refugiarse en Madián (Éxodo 2:14-22). Por el orden que se viene siguiendo debe de ser a eso a lo que se refiere el versículo 27. Algunos intérpretes encuentran dificultades aquí, porque la narración de Éxodo dice que Moisés huyó a Madián porque tuvo miedo del faraón (Éxodo 2:14), mientras que Hebreos dice que se marchó « impasible ante la rabia incendiaria del faraón.» No tiene por qué haber una contradicción. El autor de Hebreos sencillamente profundizó en la historia. Para Moisés, el retirarse a Madián no fue un acto de n-fiedo, sino de valor. Muestra el valor de un hombre que ha aprendido a esperar. Los estoicos eran sabios; decían que una persona no debe arriesgar innecesariamente su vida provocando la ira de un tirano.