Gálatas 2: Uno que no se dejaba intimidar

La unidad esencial

Pero cuando Pedro vino a Antioquía, yo me opuse a él cara a cara, porque era de condenar. Antes de que llegaran unos de parte de Santiago, tenía costumbre de comer con los gentiles. Cuando vinieron, se retrajo y se separó, porque les tenía miedo a los del bando de la circuncisión. Los demás judíos también hicieron el hipócrita con él, de tal manera que hasta Bernabé se desvió con ellos en sus posturas hipócritas.

El problema no se había terminado ni muchísimo menos. Una parte importante de la vida de la Iglesia original era una comida en común que llamaban el Agapé, o Fiesta del Amor. En esta fiesta, toda la congregación se reunía para participar de una comida general provista mediante un reparto de los recursos o medios que se tuvieran. Para muchos de los esclavos debe de haber sido la única comida decente que hacían en toda la semana; y expresaba de una manera muy especial la comunión de los cristianos.

Eso parece, a primera vista, una cosa muy hermosa. Pero debemos recordar el exclusivismo rígido de los judíos más fanáticos. Se consideraban el pueblo escogido de tal manera que implicaba el rechazo de todos los demás. «El Señor es misericordioso y lleno de gracia. Pero lo es solamente con los israelitas; a las otras naciones las aterra.» «Los gentiles son como estopa o paja que se quema, o como las motas que dispersa el viento.» «Si un hombre se arrepiente, Dios le acepta; pero eso se aplica solamente a Israel, y no a los gentiles.» «Ama a todos, pero odia a los herejes.» Este exclusivismo entraba en la vida diaria. Un judío estricto tenía prohibido hasta tener una relación comercial con un gentil; no debía hacer un viaje con un gentil; no debía ni dar hospitalidad ni aceptarla de un gentil.

Aquí en Antioquía surgió un problema tremendo: en vista de todo esto, ¿podían sentarse juntos los judíos y los gentiles en una comida congregacional? Si se cumplía la ley antigua, está claro que era imposible. Pedro vino a Antioquía, y, en un principio, apartándose de los antiguos tabúes en la gloria de la nueva fe, participaba de la comida en común entre judíos y gentiles. Entonces llegaron algunos de Jerusalén que eran del bando judío tradicionalista. Usaban el nombre de Santiago, aunque seguramente no representaban su punto de vista, y se metieron tanto con Pedro que acabó por retirarse de la comida congregacional. Los otros judíos se retiraron también con él, y por último hasta Bemabé se vio implicado en esta secesión. Fue entonces cuando Pablo habló con toda la intensidad de que era capaz su naturaleza apasionada, porque vio claramente algunas cosas.

(i) Una iglesia deja de ser cristiana cuando hace discriminación de clases. En la presencia de Dios, una persona no es judía ni gentil, noble ni plebeya, rica ni pobre; es un pecador por quien Cristo murió. Si las personas comparten una común filiación, también tienen que ser hermanas.

(ii) Pablo vio que esa acción intensa era necesaria para contrarrestar la escisión que había tenido lugar. No esperó; intervino.

No influía en él el hecho de que estuviera en ello el nombre y la conducta de Pedro. Era algo malo, y eso era todo lo que le importaba a Pablo. Un nombre famoso no puede nunca justificar una acción infame. La acción de Pablo nos da un ejemplo gráfico de cómo un hombre fuerte en su firmeza puede poner en jaque una desviación del curso correcto antes de que se convierta en una riada.

El fin de la ley

Pero cuando vi que se estaban desviando del recto sendero que establece el Evangelio, le dije a Pedro delante de todos los demás: « Si tú, que eres judío de nacimiento, escoges vivir como un gentil y no como un judío, ¿por qué obligas a los gentiles a vivir como judíos? Nosotros somos judíos por naturaleza, no somos pecadores gentiles, como se los llama; y sabemos que nadie se justifica con Dios porque haya hecho lo que establece la ley, sino solamente mediante la fe en Jesucristo: Ahora hemos aceptado esta fe en Jesucristo para estar en la debida relación con Dios, y esa fe no tiene nada que ver con las obras que establece la ley, porque nadie puede llegar a estar en relación con Dios haciendo las obras que manda la ley Ahora bien, si en nuestra búsqueda de llegar a estar en la debida relación con Dios por medio de Jesucristo nosotros también nos encontramos como los que se llaman pecadores, ¿vais a decir que Cristo está al servicio del pecado? ¡No lo permita Dios!»

Aquí se llega por fin a la verdadera raíz del asunto. Se estaba imponiendo una decisión que no se podía aplazar mucho más. El hecho del asunto era que la decisión de Jerusalén había sido una componenda; y, como todas las componendas, tenía en sí misma el germen de la discordia. En efecto, la decisión había sido que los judíos seguirían viviendo como judíos, observando la circuncisión y la ley, pero que los gentiles eran libres de estas obligaciones. Estaba claro que las cosas no podían seguir así, porque la consecuencia inevitable era que se produjeran dos tipos de cristianos, y dos clases distintas dentro de la Iglesia. El razonamiento de Pablo seguía este camino. Le dijo a Pedro: « Tú compartiste la mesa con los gentiles; tú comiste como ellos; por tanto, tú aceptaste en principio que no hay nada más que un camino tanto para los judíos como para los gentiles. ¿Cómo puedes ahora volverte atrás, y querer que los gentiles se circunciden y se sometan a la ley?» Aquello no tenía sentido para Pablo.

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