La lección para Egipto del cedro cortado
La gloria de Egipto y el grado de su caída son ilustrados por la alegoría de un cedro majestuoso que es cortado.
Se le dice a Ezequiel que proclame a Egipto, en otras palabras: “Tu grandeza puede ser comparada a la de un magnífico cedro. Este cedro tenía una abundante provisión de agua. Se alzaba por encima de sus compañeros, y se extendía sobre una ancha área. Confiaban en él para protección y refugio. Tenía un gran esplendor. No tenía iguales. Era envidiado por los demás. Porque sobresalía por encima de los demás y estaba orgulloso de hacerlo, fue entregado a un gobernante para que se encargara de él. Fue cortado. Los que confiaban en él le abandonaron. Ningún otro adquirirá su grandeza. El día de su destrucción fue un día oscuro para muchos. Los que buscaron su protección tuvieron un fin similar. Tú y tu poder militar serán cortados de igual modo.”
Consideraré al cedro: “He aquí que Asiria era el cedro”. Una leve enmienda al texto cambiaría la referencia a Asiria a la de un ciprés, como en “Consideraré a un ciprés, un cedro en el Líbano”. El cambio hace más directa la alegoría, aunque el sentido general permanece igual. Fue el orgullo el que llevó a la caída del cedro y, por implicación, a Egipto. Los más crueles de los pueblos: una frase usada antes para los babilonios. Yacerás en medio de los incircuncisos, junto con los muertos a espada. Siendo que los egipcios practicaban la circuncisión y daban gran énfasis a los ritos apropiados de sepultura, esta predicción habría sido doblemente aborrecible para ellos.
El rey de Egipto recordaba al rey de Asiria en su grandeza: aquí vemos que se le parece en su orgullo. Y se le parecerá en su caída. Su pecado acarrea su ruina. Ninguna de nuestras consolaciones se pierde para siempre, sino aquellas a las cuales hemos renunciado mil veces.
Cuando caen los grandes hombres, muchos caen con ellos, como tantos han caído ante ellos. La caída de los hombres orgullosos es una advertencia para los demás, para mantenerlos humildes.
Véase cuán bajo está el faraón; y véase a qué llegó toda su pompa y orgullo. Mejor es ser un humilde árbol de justicia, que da fruto para gloria de Dios, y para bien de los hombres. El impío a menudo se ve floreciente como el cedro y se ensancha como la haya, pero pronto muere y su lugar no se halla más. Entonces, fijémonos en el hombre perfecto y contemplemos al justo, porque el fin de ese hombre es la paz.