Tiro, centro comercial del mundo
Esta sección está escrita en prosa y es considerada por algunos autores como adición erudita posterior. El autor sagrado declara en principio que todos los pueblos se daban cita con sus navegantes para llevar y cambiar las mercancías con la reina del comercio de la época. En primer término enumera los pueblos que contribuían con sus mercenarios de guerra a crear el gran imperio fenicio: de Paras, Lud y Put, regiones del nordeste de áfrica, cuyas gentes habían sido tomadas como soldados mercenarios de los comerciantes de Tiro. También contribuían con gentes de guerra al servicio de Tiro las gentes de Arvad y de Jelec y los Gammadim, de la costa siria.
Ruina de la nave
Después de enumerar a los pueblos que suministraban sus guerreros a Tiro, el autor comienza a enumerar las regiones con que traficaba y los productos que recibía a cambio de sus múltiples mercancías. En primer lugar, la lejana Tarsis con sus tradicionales productos›metálicos de plata, hierro y estaño 10. Dentro de la zona del Mediterráneo estaban Javan, Túbal y Mesec, que proporcio naban esclavos y bronce. Los pueblos de origen indoario ofrecían sus característicos caballos y corceles. En el mar Rojo estaba Deddn, que ofrecía el marfil recibido de la India. Edom, al sudeste del mar Muerto, servía de intermediario para recibir los productos típicos de la península arábiga, púrpura, recamados, coral y rubíes, productos todos provenientes de otros comercios del mar Indico. Entre los pueblos con los que comerciaba Tiro no faltaban Juda e Israel, que entregaban sus recursos naturales de aceite, miel y trigo de Minnit, ciudad de Amón, en TransJordania, que daba nombre a una clase de trigo que después se cultivaba en Palestina. Damasco ofrecía sus finos de Jelbón y lana de Sajar. Las ciudades de Arabia, como Vedan y Yaván de Uzal, ofrecían sus característicos productos aromáticos y aun hierro. Deddn, también en esta zona del desierto arábigo, ofrecía sus sillas de montar. Las tribus típicamente beduinas de Cedar aportaban la carne de sus rebaños esteparios. Y de nuevo las ciudades de Arabia Sebd y Regma traían sus aromas y piedras preciosas. No faltaban las aportaciones de Mesopotamia: Jarán, Carine, Edén, Asiría y Kilmad. Con estos nombres se cierra la prolija enumeración de los pueblos que traficaban con Tiro. El autor sagrado ha logrado en ella dar una profunda impresión de la opulencia de la ciudad fenicia, que ha de contrastar con la trágica suerte que le espera.
A pesar de que Tiro se creía segura en su opulencia comercial, también para ella le llegará la hora del máximo castigo. Sus negocios han sido demasiado lucrativos, abusando de su posición comercial excepcional. Todos los pueblos dependían en cierto modo de sus mercancías, y en este sentido había mantenido una hegemonía tiránica sobre pueblos menos prósperos. Tiro caerá al mar empujado por el viento solano, el ejército de Nabucodonosor, que viene del oriente en una primera embestida, y después el de Alejandro Magno, quien, después de vencer a Darío en Licia, cayó sobre la costa fenicia, subyugándola totalmente. La caída de Tiro en el corazón del mar, con todos sus mercaderes y marineros, causará el estupor de sus admiradores. Los marineros de otras naves, consternados y temerosos de que les suceda lo mismo, se bajarán a tierra y entonarán una elegía por la triste suerte de la que era reina de los mares, con las típicas demostraciones de duelo: gritos de desesperación y de dolor, polvo sobre la cabeza, revolcones en tierra, rasura de los cabellos e indumentaria de saco. Todos los que recibían beneficios de la gran metrópoli, los habitantes de las islas, las costas del Mediterráneo, sentirán el escalofrío del miedo, pues no estarán seguros, habiendo caído la que parecía omnipotente.
Pero no faltará quien se alegre por la destrucción de Tiro. Ella se había alegrado de la ruina de Jerusalén, pero ahora los mercaderes de los pueblos silbarán irónicamente contra ella, pues ha desaparecido la gran competidora comercial, la monopolista de las riquezas de la tierra: la magnífica entre todas las ciudades se ha convertido en objeto de espanto para todos los pueblos, porque han visto a donde ha llegado tanta gloria pasada: ya no serás más por los siglos, es el terrible veredicto del que dirige los hilos secretos de la historia, del omnipotente Yahvé de Judá. [/private]