Evangelio según Juan

La humanidad de Jesús

El hecho de que Juan se propusiera corregir estas dos tendencias gnósticas explica un curioso énfasis paradójicamente doble de su Evangelio: Por una parte, no hay otro Evangelio que subraye tan sin compromisos la humanidad real de Jesús. Jesús estaba enfadado con los que vendían y compraban en los atrios del templo (Juan 2:15); estaba físicamente cansado cuando se sentó al lado del pozo que había cerca de Sicar, en Samaria (Juan 4:6); Sus discípulos le ofrecieron algo de comer de la manera que se le ofrecería a uno que tuviera hambre (Juan 4:31); Jesús simpatizaba con los que tenían hambre y miedo (Juan 6:5, 20); sentía dolor y lloraba con los que estaban de duelo (Juan 11:33, 35, 38); en la agonía de la cruz, el grito que salió de sus labios resecos fue: «¡Tengo sed!» (Juan 19:28). El Cuarto Evangelio nos presenta a un Jesús que no era una figura irreal o docética, sino uno que experimentaba el cansancio de un cuerpo agotado, y las heridas de una mente y de un corazón apesadumbrados. Es el Jesús humano en todos los sentidos el que el cuarto Evangelio nos presenta.

La deidad de Jesús

Por otra parte, ningún otro Evangelio nos presenta más claramente la deidad de Jesús.

(a) Juan subraya la preexistencia de Jesús. «Antes que Abraham fuese -les dijo Jesús-, Yo soy» (Juan 8:58); Jesús habla de la gloria que tuvo cerca de Dios antes que el mundo existiera (Juan 17:5). Una y otra vez habla de su bajada desde el Cielo (Juan 6:33-38). Juan veía en Jesús a uno que había existido siempre, hasta antes de la creación del mundo.

(b) El Cuarto Evangelio hace hincapié más que los otros en la omnisciencia de Jesús. Juan nos presenta que Jesús sabía, al parecer milagrosamente, el pasado de la mujer samaritana (Juan 4:16-17); sin que nadie se lo dijera, Jesús sabía el tiempo que había estado aquel enfermo cerca del estanque milagroso (Juan 5:6); desde antes, ya sabía la respuesta a la pregunta que le hizo a Felipe (Juan 6:6); sabía que Judas le iba a traicionar (Juan 6:61-64), y antes de que nadie se lo dijera ya sabía que Lázaro había muerto (Juan 11:14). Juan veía que Jesús tenía un conocimiento especial y milagroso independientemente de lo que otros le pudieran decir. No tenía necesidad de hacer preguntas, porque ya sabía todas las respuestas.

(c) El Cuarto Evangelio hace hincapié en el hecho de que Jesús hacía siempre las cosas por propia iniciativa y sin depender de nadie. No fue la petición de su madre lo que le movió a realizar el milagro de las bodas de Caná de Galilea, sino Su propia decisión personal (Juan 2:4); la insistencia de sus hermanos no fue lo que le obligó a ir a Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos (Juan 7:10); nadie le quitó la vida, Él mismo la ofreció voluntaria -y libremente (Juan 10:18; 19:11). Juan se dio cuenta de que Jesús actuaba con una independencia divina, libre de toda influencia humana. Jesús siempre decidía y actuaba por sí mismo.

Para salirles al paso a los gnósticos y a sus extrañas doctrinas, Juan nos presenta a un Jesús que era indudablemente humano, pero que era también indudablemente divino.

El autor del cuarto Evangelio

Hemos visto que el propósito del autor del Cuarto Evangelio era presentar el Evangelio de una forma que resultara comprensible para los griegos, y también combatir las herejías e ideas equivocadas que habían surgido en el seno de la Iglesia. Ahora debemos pasar a preguntarnos: ¿Quién fue el autor del Cuarto Evangelio? La tradición responde unánimemente que fue el apóstol Juan. Vamos a ver que, sin duda, la autoridad de Juan respalda el Evangelio, aunque es posible que no fuera su mano la que le diera la forma definitiva. Vamos a recoger lo que sabemos del apóstol Juan.
Era el más joven de los hijos de un tal Zebedeo, que tenía un negocio de pesca lo suficientemente bien montado como para tener empleados además de sus hijos (Marcos 1:19s). Su madre se llamaba Salomé, y parece probable que fuera hermana de María, la madre de Jesús (Mateo 27:56; Marcos 16:1). Con su hermano Santiago obedeció la llamada de Jesús (Marcos 1:20). Parecería que Santiago y Juan eran socios de Pedro en el negocio de la pesca (Lucas 5:7-10). Era uno de los que formaban el círculo más íntimo de los discípulos, porque las listas empiezan siempre por los nombres de Pedro, Santiago y Juan, y hay ciertas ocasiones especiales en las que Jesús llevó sólo consigo a estos tres (Marcos 3:17; 5:37; 9:2; 14:33).

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