Una y otra, vez, cortés pero firmemente, relega a Juan al lugar que le corresponde. Una y otra vez, el mismo Juan niega haber poseído o pretendido la categoría suprema, y se la reconoce a Jesús sin el menor lugar a duda. Ya hemos visto que en los otros Evangelios el ministerio de Jesús no empezó hasta que metieron en la cárcel a Juan el Bautista; pero en el Cuarto Evangelio los ministerios de ambos coincidieron en parte. Es posible que el autor del Cuarto Evangelio presentara los hechos de forma que se viera que se habían encontrado, y que Juan había aprovechado los encuentros para admitir, y hacer admitir a otros, la supremacía de Jesús. Se hace notar expresamente que, Juan «no era la luz» (Juan 1:8). Se le presenta rechazando concretamente ninguna aspiración mesiánica (Juan 1:20ss; 3:28; 4:1; 10:41). No se permite considerarle como el testigo supremo (Juan 5:36). No se le hace la menor crítica a Juan el Bautista; pero se corrige la posible tendencia a darle un lugar que pertenece solamente a Jesús.
(b) Cierto tipo de herejía que se había extendido ampliamente en los días en que se escribió el Cuarto Evangelio se llama con el nombre general de gnosticismo (Doctrina filosófica y religiosa de los primeros siglos de la Iglesia, mezcla de la cristiana con creencias judaicas y orientales, que se dividió en varias sectas y pretendía tener un conocimiento intuitivo y misterioso de las cosas divinas).
Si no lo tenemos en cuenta y lo entendemos un poco, perderemos mucho de la grandeza y del propósito de Juan. La doctrina básica del gnosticismo era que la materia es esencialmente mala, y el espíritu esencialmente bueno. De ahí pasaban los gnósticos a afirmar que Dios no podía tocar la materia y, por tanto, no había creado el mundo. Lo que sí hizo fue producir una serie de emanaciones, cada una de las cuales estaba más lejos de Él, hasta que, por fin, hubo una que podía tocar la materia. Esa emanación fue la que creó el mundo.
Esa idea ya es en sí suficientemente mala; pero la hizo peor algo que se le añadió. Los gnósticos afirmaban que cada emanación sabía menos de Dios que las anteriores, hasta que se llegaba a un nivel en el que, no sólo eran ignorantes, sino hostiles a Dios. Así llegaban a la conclusión de que el dios creador era, no sólo diferente del Dios real, sino totalmente ignorante de Él y hostil a Él. Cerinto, uno de los líderes de los gnósticos, dijo que «el mundo fue creado, no por Dios, sino por un cierto poder muy distante de Él y muy lejos de ese otro poder que está sobre el universo, e ignorante del Dios que está sobre todo.»
Los gnósticos creían que Dios no había tenido nada que ver con la creación del mundo. Por eso Juan empieza su Evangelio con la afirmación tajante: «Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de lo que hay hecho» (Juan 1:3). Por eso Juan insiste en que «de tal manera amó Dios al mundo» (Juan3:16). Frente a los gnósticos, que tanto erraban al «espiritualizar» a Dios hasta tal punto que no podía tener nada que ver con el mundo, Juan presentaba la doctrina cristiana del Dios que creó el mundo y cuya presencia llena el mundo que Él ha hecho.
Las creencias de los gnósticos influían en su idea de Jesús.
(a) Algunos de los gnósticos afirmaban que Jesús era una de las emanaciones que procedían de Dios. Mantenían que no era divino en ningún sentido real; que era sólo una especie de semidiós más o menos distante del Dios real; que era simplemente uno de una cadena de seres inferiores entre Dios y el mundo.
(b) Algunos de los gnósticos mantenían que Jesús no tenía un cuerpo real. El cuerpo es materia, y Dios no podía tocar la materia; por tanto Jesús era una especie de fantasma, no un ser de carne y hueso. Sostenían, por ejemplo, que cuando andaba por la tierra no dejaba huellas, porque su cuerpo no tenía peso ni sustancia. No podrían haber dicho nunca: « El Verbo se hizo carne» (Juan 1:14). Agustín nos dice que había leído muchas de las obras de los filósofos de su tiempo; que había encontrado muchas cosas que eran como lo que hay en el Nuevo Testamento; pero dijo: «Que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros no lo leí allí.» Por eso Juan, en su Primera Epístola, insiste en que Jesús vino en la carne, y declara que el que lo niegue está movido por el espíritu del anticristo (1 Juan 4:3).
Esa forma particular de gnosticismo se llama docetismo, de la palabra griega dokein, que quiere decir parecer; y la herejía así llamada mantenía que Jesús simplemente parecía ser un hombre.
(c) Algunos gnósticos sostenían una variante de esa herejía. Decían que Jesús era un hombre al que vino el Espíritu de Dios en el bautismo; que el Espíritu siguió con él toda su vida, hasta el final; pero, como el Espíritu de Dios no podía sufrir y morir, le dejó inmediatamente antes de que le crucificaran. Explicaban el grito desde la cruz como: «Mi poder, mi poder, ¿por qué me has abandonado?» Y decían en sus libros que había personas hablando en el Monte de los Olivos con uno que era exactamente igual que Jesús, mientras el hombre Jesús moría en la cruz.
Así es que las herejías gnósticas se presentaban en dos formas. O bien creían que Jesús no era realmente divino sino simplemente una de la serie de emanaciones que procedían de Dios, o que no era humano en ningún sentido, sino una especie de fantasma que se presentaba en forma humana. Las creencias gnósticas destruyen a la vez la divinidad real y la humanidad real de Jesús.