Evangelio según Juan

(a) En el Cuarto Evangelio echamos de menos el carácter de compasión que se encuentra en los relatos de los otros tres. En los otros fue la compasión lo que movió a Jesús a sanar al leproso (Marcos 1:41); Su simpatía lo que le salió al encuentro a Jairo (Marcos 5:22); Le dio pena del padre del muchacho epiléptico (Marcos 9:14); cuando devolvió a la vida al hijo de la viuda de Naín, Lucas dice con una ternura infinita que «se le devolvió a su madre» (Lucas 7:15).

Pero en Juan los milagros no son tanto obras de compasión como acciones que demuestran la gloria de Cristo. Después del milagro de Caná de Galilea, Juan comenta: «Esta, la primera de sus señales, la hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó Su gloria» (Juan 2:4). La resurrección de Lázaro tuvo lugar «para la gloria de Dios» (Juan 11:4). La ceguera del ciego de nacimiento existía para permitir la demostración de la gloria de las obras de Dios (Juan 9:3). No es que para Juan no hubiera amor ni compasión en los milagros; pero en ellos veía la gloria de la realidad de Dios abriéndose paso en el tiempo y en las condiciones humanas.

(b) A menudo los milagros de Jesús en el Cuarto Evangelio van acompañados de largos discursos. La multiplicación de los panes y los peces va seguida de un largo mensaje sobre el pan de vida (capítulo 6); la curación del ciego viene a ilustrar el dicho de que Jesús es la luz del mundo (capítulo 9); la resurrección de Lázaro conduce al dicho de que Jesús es la resurrección y la vida (capítulo 10). Para Juan, los milagros no eran simplemente acontecimientos singulares en el tiempo, sino vislumbres de lo que Dios está haciendo siempre y de lo que es Jesús siempre; son ventanas a la realidad de Dios.

No es sólo que Jesús alimentó una vez a cinco mil personas; esa era una ilustración de que es siempre el pan de vida real. No es sólo que Jesús le dio la vista a uno que había nacido ciego, sino que El es siempre la luz del mundo. No es sólo que Jesús resucitó una vez a Lázaro, sino que Él es siempre y para todos los hombres la resurrección y la vida. Para Juan, un milagro no era meramente un hecho aislado, sino una ventana abierta a la realidad de lo que Jesús ha sido siempre, y es, y siempre ha hecho, y siempre hace.

Con esto en mente, aquel gran investigador que fue Clemente de Alejandría (c. 230 d.C.) llegó a uno de los más famosos y convincentes veredictos acerca del origen y propósito del Cuarto Evangelio. Su sugerencia era que los Evangelios que contienen las genealogías se habían escrito primero -es decir, Mateo y Lucas-; y que más tarde Marcos, a ruego de muchos que habían oído predicar al apóstol Pedro, escribió su Evangelio, que incluía los materiales de la predicación de Pedro; y que «por último, Juan, reconociendo que lo que hacía referencia a las cosas corporales del ministerio de Jesús se había narrado suficientemente, y animado por sus amigos e inspirado por el Espíritu Santo, escribió un Evangelio espiritual.» (Citado por Eusebio, Historia Eclesiástica 6:14). Lo que Clemente quería decir era que Juan no estaba tan interesado en los hechos concretos como en su significado; no tanto en los datos como en la verdad. Juan no veía los acontecimientos de la vida de Jesús simplemente como sucesos en el tiempo; los veía como ventanas por las que se ve la eternidad; e investigaba el sentido espiritual de los hechos y de las palabras de Jesús como no lo intentaron los otros tres evangelistas.

Ese sigue siendo uno de los veredictos más convincentes y profundos que se han alcanzado acerca del Cuarto Evangelio. Así pues, lo primero de todo, Juan presentó a Jesús como la Mente de Dios que había venido a la Tierra en una persona humana; una persona que posee la realidad en vez de las sombras, y que puede conducir a los hombres de las sombras al mundo real que Platón y otros grandes griegos habían intuido. El Evangelio, que había estado revestido con el ropaje de las categorías judías, asumió por fin la grandeza del pensamiento de los griegos.
El brote de las herejías

El segundo de los hechos importantes que confrontaban a la Iglesia cuando se escribió el Cuarto Evangelio era el brote de las herejías. Hacía ya setenta años que Jesús había sido crucificado. La Iglesia era ya una organización y una institución. Se iban concibiendo y formulando teologías y credos; e, inevitablemente, los pensamientos de algunos siguieron caminos equivocados y surgieron herejías. Una herejía no suele ser una falsedad total; a menudo se produce cuando se subraya exageradamente algún aspecto de la verdad. Podemos descubrir por lo menos dos de las herejías que el autor del cuarto Evangelio trataba de combatir.

(a) Había ciertos cristianos, especialmente los de origen judío, que le asignaban un lugar demasiado alto a Juan el Bautista. Había habido algo en él que era natural que produjera una gran impresión en los judíos. Pertenecía a la estirpe de los profetas, y hablaba con voz profética. Sabemos que en tiempo posterior hubo una secta de Juan el Bautista.

En Hechos 19:1-7 leemos que Pablo encontró en Éfeso a un grupito de doce hombres en la frontera de la Iglesia Cristiana que no habían llegado más allá del bautismo de Juan.

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