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Evangelio según Juan

Vamos a tomar sólo un ejemplo. Si un griego tenía en la mano el Evangelio según san Mateo, en cuanto empezara a leerlo se encontraría con una larga genealogía. Los judíos estaban familiarizados con las genealogías, pero a los griegos les parecían algo sumamente extraño. Si seguía leyendo, se encontraba con que Jesús era hijo de David, un rey del que los griegos ni siquiera habrían oído, y que era el símbolo de una ambición racial y nacionalista que no le decían nada. Luego se encontraría con la descripción de Jesús como el Mesías, un término que no habría oído nunca. ¿Es que un griego que quisiera hacerse cristiano estaba obligado a reorganizar todas las categorías de su pensamiento para que se ajustaran a las de los judíos? ¿Tendría que aprender un montón de la historia dé los judíos y de su literatura apocalíptica: (que, hablaba de la venida del Mesías) antes de poder ser cristiano? Como lo expresó E. J. Goodspeed: «¿No había manera de que se le pudiera introducir directamente a las realidades de la Mvációá cristiana sin tener que pasar, diríamos ‹que ser reciclado›, al judaísmo?» Los griegos eran los mejores pensadores del mundo. ¿Tenían que abandonar la totalidad de su gran herencia intelectual, y empezar a pensar en los términos y las categorías de pensamiento de los judíos?

Juan se enfrentó con este problema directa y honradamente. Y encontró una, de las mayores soluciones que hayan entrado nunca en la mente humana. Más adelante, en el comentario, trataremos de la gran solución de Juan mucho más en detalle. De momento sólo la mencionaremos brevemente. Los griegos tenían dos grandes concepciones.

(a) Tenían la concepción del Logos. En griego, logos quiere decir dos cosas: palabra y razón. Los judíos estaban familiarizados con la idea de la Palabra todopoderosa de Dios: «Dios dijo: « ¡Que haya luz!» Y hubo luz» (Génesis 1:3). Los griegos estaban familiarizados con la idea de la razón. Cuando observaban el universo, veían un orden magnífico e infalible. El día y la noche se sucedían con constante regularidad; las estaciones del año seguían su turno indefectiblemente; las estrellas y los planetas recorrían sus rutas invariables; la naturaleza tenía leyes inalterables. ¿Qué producía este orden? Los griegos contestaban sin dudar que el Logos, la Mente de Dios, es responsable del orden mayestático (Perteneciente o relativo a la majestad) del universo. Y a la pregunta sobre qué es lo que le da al hombre la capacidad de pensar, razonar y saber, contestaban igualmente sin la menor duda que el Logos, la Mente de Dios que mora en el interior del hombre, le hace un ser pensante racional. Juan se aferró a esta idea. Así era como pensaba en Jesús. Les decía a los griegos: «Toda la vida habéis estado fascinados por esa gran directriz y controladora Mente de Dios. Pues bien: la Mente de Dios ha venido al mundo en el hombre Jesús. Miradle, y veréis cómo son la mente y , el pensamiento de Dios.» Juan había descubierto una nueva categoría en la qué los griegos podían pensar en Jesús, una categoría en la que se presentaba, a Jesús como nada menos que Dios actuando en forma humana.

(b) Tenían la concepción de dos mundos. Los griegos siempre pensaban en dos mundos: Uno era el mundo en que vivimos, un mundo, maravilloso a su modo, pero que es un mundo de sombras: y copias e irrealidades. El otro era el mundo real, en el que las grandes realidades, de las que nuestras cosas terrenas son sólo copias pobres y pálidas, permanecen para siempre. Para los griegos, el mundo invisible era el mundo real; él mundo visible era sólo una sombría irrealidad.

Platón sistematizó esa manera de pensar en su doctrina de las formas o ideas. Mantenía que en el mundo invisible estaba el modelo perfecto de todas las cosas, y que las cosas de este mundo eran copias sombrías de esos modelos eternos. Dicho más sencillamente: Platón mantenía que en algún lugar está el modelo perfecto de una mesa, del que todas las mesas de este mundo son copias imperfectas; en algún lugar está el modelo perfecto de lo bueno y de lo bello, del que toda bondad y belleza terrenas son sólo copias imperfectas. Y la gran realidad, la idea suprema, el modelo de todos los modelos y la forma de todas las formas era Dios. El gran problema era cómo salir de este mundo de sombras, y entrar en el mundo de la realidad. Juan declara que eso es precisamente lo que Jesús nos capacita para hacer. Él es la realidad, que ha venido a la Tierra. La palabra griega para real es aléthinós; está íntimamente relacionada con aléthés, que quiere decir verdadero, y con alétheía, que quiere decir la verdad.

La antigua versión Reina Valera y la revisión de 1960 traducen aléthinós por verdadero; habría sido mucho mejor traducirlo por real. Jesús es la luz real (Juan 1:9); Jesús es el pan real (Juan 6:32); Jesús es la vid real (Juan 15:1); a Jesús Le pertenece el juicio real (Juan 8:16). Jesús es el único que encarna la realidad en nuestro mundo de sombras e imperfecciones. Hay algo que se deriva de esto. Todas las acciones que Jesús llevó a cabo son, por tanto, no sólo hechos que ocurrieron en el tiempo, sino ventanas por las que se nos permite contemplar la realidad. Eso es lo que Juan quiere decir cuando habla de los milagros de Jesús como señales (sémeía). Las obras maravillosas de Jesús no eran simplemente hechos admirables; eran ventanas que se abrían a la realidad que es Dios. Esto explica por qué Juan nos relata los milagros de una manera completamente diferente de la de los otros tres evangelistas. Hay dos diferencias principales.

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