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Evangelio según Juan

No podemos hacernos los ciegos a las diferencias obvias que existen entre Juan y los otros Evangelios.
Conocimientos exclusivos de Juan

Una cosa es segura: Si Juan difiere de los otros Evangelios, no es ni por ignorancia ni por falta de información. El hecho indudable es que, si omite mucho de lo que los otros relatan, también refiere mucho que los otros no mencionan. Juan es el único que cuenta las bodas de Caná de Galilea (Juan 2:1-11); la conversación de Jesús con Nicodemo (Juan 3:1-15); la historia de la samaritana (Juan 4); la resurrección de Lázaro (Juan 11); cómo Jesús les lavó los pies a Sus discípulos (Juan 13:1-17), y la enseñanza maravillosa de Jesús acerca del Espíritu Santo, el Confortador, que se encuentra extendida por los capítulos 14 al 17. Es sólo en Juan donde se identifican algunos de los discípulos: Tomás habla (Juan 11:16; 14:5; 20:24-29); se nos revela el carácter de Andrés (Juan 1:4.0-41; 6:8-9; 12:22); tenemos detalles del de Felipe (Juan 6:5-7; 14:8-9), y escuchamos la crítica mordaz de Judas a la unción de Betania (Juan 12:4-5). Y lo curioso es que estos detalles extra son intensamente reveladores. Los retratos que hace Juan de Tomás, Andrés y Felipe son como camafeos o viñetas en los que ha quedado grabado su carácter de, una manera que nos resulta inolvidable.

Además, una y otra vez Juan aporta detalles que parecen proceder del recuerdo vivo de uno que estuvo allí: los panecillos que el chaval le trajo a Jesús eran de cebada (Juan 6:9); cuando Jesús se acercó a sus discípulos cuando estaban cruzando el lago en medio de la tempestad, habían remado de cinco a seis kilómetros (Juan 6:19); había seis tinajas de piedra en Caná de Galilea (Juan 2:6); Juan es el único que dice que los cuatro soldados se jugaron la túnica inconsútil (Sin costura, una sola pieza de principio a fin, sin principio ni fin como los es Nuestro Señor Jesucristo) mientras Jesús estaba muriendo. (Juan 19-23); sabía el peso exacto de la mezcla de mirra y áloe, cien libras, que llevó Nicodemo para ungir el cuerpo de Jesús (Juan 19:39), y recordaba cómo el aroma del perfume de la unción se había extendido por toda la casa de Betania (Juan 12:3). Muchos de estos detalles parecen tan insignificantes que no tendrían ninguna importancia si no fuera porque son indicios del testimonio fidedigno del narrador.

Por mucho que difiera Juan de los otros tres Evangelios, las diferencias no se pueden atribuir a ignorancia, sino más bien al hecho de que tenía más conocimientos, o mejores fuentes, o una memoria más fiel que los otros.

Adicional evidencia de la información especializada del autor del Cuarto Evangelio se encuentra en su conocimiento detallado de Palestina y de Jerusalén. Sabía el tiempo que se había invertido en la construcción del templo (Juan 2:20); que los judíos y los samaritanos estaban enemistados tradicionalmente (Juan 4:9); la baja opinión que los judíos tenían de las mujeres (Juan 4:9), y el concepto que tenían del sábado (Juan 5:10; 7:21-23; 9:14). Tenía un conocimiento íntimo de la geografía de Palestina: conocía dos Betanias, una de las cuales estaba al otro lado del Jordán (Juan 1:28; 12:1); sabía que algunos de los discípulos eran de Betsaida (Juan 1:44; 12:21); que Caná estaba en Galilea (Juan 2:1; 4:46; 21:2), y que Sicar estaba cerca de Siquem (Juan 4:5). Tenía un conocimiento de Jerusalén calle por calle: conocía la Puerta de las Ovejas y el estanque que había por allí cerca (Juan 5:2); el estanque de Siloé (Juan 9:7); el Pórtico de Salomón (Juan 10:23); el torrente Cedrón (Juan 18:1); el enlosado que se llamaba Gabatá (Juan 19:13), y Gólgota, que es como una calavera (Juan 19:17). Debe recordarse que Jerusalén fue destruida el año 70 d.C., y que Juan no escribió hasta el año 100 o por ahí; y, sin embargo, se conocía Jerusalén como la palma de la mano.

Circunstancias en que escribió Juan

Ya hemos visto que hay diferencias innegables entre el Cuarto y los otros tres Evangelios; y también hemos visto que, fuera por la razón que fuera, no era por falta de conocimiento por parte de Juan. Ahora debemos preguntarnos: ¿Qué propósito tenía Juan al escribir su Evangelio? Si podemos descubrirlo, también descubriremos por qué seleccionó y elaboró los hechos de esa manera.

El Cuarto Evangelio se escribió en Éfeso hacia el año 100 d.C. Para entonces habían surgido dos características especiales en la situación de la Iglesia Cristiana. La primera, que el Cristianismo se había desplazado al mundo gentil. La Iglesia Cristiana ya no era predominantemente judía; todo lo contrario: era gentil en su inmensa mayoría. Casi todos sus miembros procedían, no de un trasfondo judío, sino helenístico. En tales circunstancias, había que plantear el Cristianismo de nuevo. No es que hubiera cambiado la verdad del Evangelio; pero había que cambiar los términos y las categorías en que se había expresado anteriormente.

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