Evangelio según Juan

De nuevo recibimos la impresión de que detrás del Cuarto Evangelio está la autoridad de un grupo y de una iglesia. Ahora pasamos a un documento muy importante, que se conoce como el Canon de Muratori, por el nombre del investigador que lo descubrió. Es la primera lista de libros del Nuevo Testamento que publicó la Iglesia, y que se compiló en Roma hacia el año 170 d.C. No sólo da una lista de los libros del Nuevo Testamento, sino también breves noticias acerca del origen, naturaleza y contenido de cada uno de ellos. Su relato de la manera en que llegó a escribirse el Cuarto Evangelio es sumamente importante e iluminador: «A petición de sus condiscípulos y de sus obispos, Juan, uno de los discípulos, dijo: ‹Ayunad conmigo tres días desde ahora, y lo que se nos revele a cada uno, sea a favor de que yo lo escriba o no, nos lo comunicaremos›.» Aquella misma noche se le reveló a Andrés que Juan había de relatar todas las cosas, ayudado por «la revisión de todos.»

No es fácil aceptar todo ese relato, porque no parece posible que Andrés -si es que era el apóstol- estuviera en Éfeso hacia el año 100 d.C.; pero lo que se reseña con la mayor claridad es que, si bien la autoridad y la mente y la memoria que hay detrás del Cuarto Evangelio son las de Juan; es clara y definitivamente el producto, no de. una persona, sino de un grupo y de una comunidad.

Ahora podemos reconstruir lo que sucedió. Hacia el año 100 d.C. había en Éfeso un grupo de personas cuyo líder era Juan. Le respetaban como a un santo y le amaban como a un padre. Debe de haber tenido cerca de los 100 años. Antes de que muriera, pensaron muy sensatamente que sería una gran cosa que el anciano apóstol escribiera sus memorias de los años que había estado con Jesús. Pero acabaron haciendo mucho más que eso. Nos los figuramos sentados, reviviendo los días pasados. Uno diría: «¿Recordáis cómo dijo Jesús…?» Y Juan diría: «Sí; y ahora sabemos lo que quería decir…»

En otras palabras: este grupo no escribió solamente lo que dijo Jesús; eso no habría sido nada más que una demostración de buena memoria. Estaban escribiendo lo que Jesús quería decir; eso era la dirección del Espíritu Santo. Juan había meditado sobre cada palabra que había dicho Jesús; y había pensado bajo la dirección del Espíritu Santo, Que era Alguien muy real para él. W. M. Macgregor tiene un sermón titulado: «Lo que Jesús llega a ser para uno que le ha conocido mucho tiempo.» Esa es la exacta descripción de Jesús que encontramos en este Evangelio. A. H. N. Green Armytage lo expresa perfectamente en su libro Juan que vio Marcos, dice, le va bien al misionero, con su relato escueto de los hechos de la vida de Jesús. Mateo le va bien al maestro, con su colección sistemática de las enseñanzas de Jesús; Lucas le va bien al párroco o al pastor, con su gran simpatía y su retrató de Jesús como el amigo de todos; pero Juan es el Evangelio del contemplativo. Y sigue hablando del aparente contraste entre Marcos y Juan. «Los dos Evangelios son, -en cierto sentido, el mismo Evangelio. Solamente que, donde Marcos vio las cosas sencilla y llanamente, al natural y literalmente, Juan las vio sutil, profunda y espiritualmente. Podríamos decir que Juan iluminó las páginas de Marcos con la lámpara de una vida de meditación.» Wordsworth definía la, poesía como «Emoción recogida en tranquilidad.» Esa es una descripción perfecta del Cuarto Evangelio. Por eso Juan es, sin lugar a dudas, el mayor de los Evangelios. Su objetivo no era transcribirnos lo que dijo Jesús como podía haberlo hecho un buen taquígrafo, sino transmitirnos lo que Jesús quería decir. En él, todavía habla el Señor Resucitado. Juan no es tanto El Evangelio según san Juan, como El Evangelio según el Espíritu Santo. No fue el Juan de Éfeso el que escribió el Cuarto Evangelio: fue el Espíritu Santo el Que lo escribió por medio de Juan.

El amanuense del Evangelio

Todavía tenemos que hacernos una pregunta. Podemos estar bien seguros de que la mente y la memoria que hay detrás del Cuarto Evangelio son las del apóstol Juan; pero también hemos visto que por detrás hay también un testigo que fue el escritor, -el amanuense, la persona que tiene por oficio escribir a mano, copiando o poniendo en limpio escritos ajenos, o escribiendo lo que se le dicta-, en el sentido de que fue el que lo escribió materialmente. ¿Podemos descubrir quién fue? Sabemos, por lo que nos han transmitido los escritores de la Iglesia Primitiva, que había realmente, no uno, sino dos Juanes en Éfeso al mismo tiempo: por una parte estaba el apóstol Juan; pero estaba también otro Juan, al que se conocía como el anciano Juan.

Papías, al que le encantaba recoger todo lo que pudiera encontrar sobre la historia del Nuevo Testamento y de Jesús, aporta aquí una información muy interesante. Era obispo de Hierápolis, que estaba bastante cerca de Éfeso, y vivió del 70 al 145 d.C. Es decir, que fue un contemporáneo de Juan. Describe cómo trataba de descubrir «lo que habían dicho Andrés, o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Santiago, o Juan, o Mateo, o cualquier otro de los discípulos del Señor; y lo que decían Aristión y el anciano Juan, los discípulos del Señor.» En Éfeso estaban el apóstol Juan y el anciano Juan; y el anciano Juan era tan bien conocido que se le llamaba simplemente El Anciano. No cabe duda de que tenía una posición única en la Iglesia. Tanto Eusebio como Dionisio el Grande nos dicen que había todavía en sus días dos tumbas famosas en Éfeso: la del apóstol Juan y la del anciano Juan.

Ahora vamos a fijarnos en las dos cartas Segunda de Juan y Tercera de Juan. Son del mismo autor que el Cuarto Evangelio, y ¿cómo empiezan? La segunda carta empieza: «El anciano, a la señora elegida y a sus hijos» (2 Juan l). La tercera carta empieza: «El anciano, al amado Gayo» (3 Juan 1). Aquí tenemos la solución.

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