Comprometidos a Sembrar La Palabra de Dios

Enfrentándose con la verdad

Jesús le dijo: Ve a llamar a tu marido y vuelve acá. La mujer le contestó: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien dices que no tienes marido; porque has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido. Es cierto lo que has dicho. Al oir esto, la mujer le dijo: Señor, ya veo que eres un profeta. Nuestros antepasados, los samaritanos, adoraron a Dios aquí, en este monte; pero ustedes los judíos dicen que Jerusalén es el lugar donde debemos adorarlo. Jesús le contestó: Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén. Juan 4:16-21

Ya hemos visto que la mujer Le pidió a Jesús en tono de broma que le diera el agua viva para no tener más sed y poderse ahorrar el fatigoso paseo diario al pozo. Instantánea e impactantemente Jesús la hizo volver a la realidad. Se había terminado el tiempo para los juegos de palabras y las bromas. «Vete a por tu marido, y vuelve con él» -le dijo Jesús. La mujer se puso rígida, como si le hubiera dado un dolor repentino; dio un paso atrás, como si hubiera recibido un golpe; se puso pálida, como si de pronto hubiera visto un fantasma… y eso era precisamente lo que le había pasado: se había visto repentinamente a sí misma.

De pronto, no tuvo más remedio que enfrentarse consigo misma, y con su vida andrajosa e inmoral e inadecuada. Hay dos revelaciones en el Evangelio: la de Dios y la de nosotros mismos. Nadie se ha visto como es en realidad a menos que se haya visto en la presencia de Cristo; y lo que se ve entonces no es nada halagüeño. Para decirlo de otra manera: la conversión empieza con un sentimiento de pecado. Uno se da cuenta de pronto de que la vida que vive no vale. Despertamos a nosotros mismos y a nuestra necesidad de Dios.

Algunos intérpretes han mantenido, por lo de los cinco maridos, que esta historia no representa un hecho real, sino una verdad alegórica. Ya hemos visto que, cuando los habitantes originales de Samaria fueron deportados a Media, los asirios trajeron a otros de cinco naciones diferentes. Cada grupo trajo sus dioses: Pero cada nación se hizo sus dioses en la ciudad donde habitaba, y los pusieron en los templos de los lugares altos que habían construido los de Samaria (2 Reyes 17:29); y se ha sugerido que la mujer representa a Samaria, y sus cinco maridos a los dioses que trajeron aquellos pueblos, con los que, por así decirlo, se casaron los samaritanos. El sexto marido representa al Dios verdadero, al Que adoraban, no en verdad, sino en ignorancia; y por tanto no estaban casados de veras. Puede que haya en esta historia un recuerdo de la infidelidad de los samaritanos; pero es demasiado pictórica para ser una alegoría manufacturada. Rezuma realismo por todas partes. Alguien ha dicho que la profecía es una crítica basada en la esperanza. Un profeta le señala a una persona o nación que va por mal camino; pero no para sumirlas en la desesperación, sino para indicarles el camino de la sanidad, de la enmienda y de la rectificación. Así Jesús, empezó por revelarle a esta mujer la condición en que se encontraba; pero luego pasó a revelarle en qué consiste el verdadero culto en el que nuestras almas pueden tener un encuentro con Dios.

La pregunta de la mujer nos suena extraña. Dijo, y para ella era una cuestión angustiosa: «Nuestros líderes dicen que es aquí, en el monte Guerizim, donde debemos dar culto a Dios; y vosotros, los judíos, decís que es en Jerusalén. ¿Qué es lo que tengo que hacer?»

Los samaritanos ajustaban la historia a sus conveniencias. Enseñaban que había sido en el monte Guerizim donde Abraham había estado dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac; donde Melquisedec le había salido al encuentro a Abraham; donde Moisés había instalado el primer altar y ofrecido los primeros sacrificios cuando el pueblo de Israel entró en la Tierra Prometida -aunque eso fue en el monte Ebal, donde se han encontrado recientemente restos arqueológicos que lo confirman: Así que, cuando hayan cruzado el río Jordán, deberán levantar sobre el monte Ebal las piedras que les he dicho, y blanquearlas con cal. (Deuteronomio 27:4). Tergiversaban los textos bíblicos y la historia para glorificar el monte Guerizim. A la mujer le habían enseñado a reverenciar el monte Guerizim como el lugar más santo de la Tierra, y a despreciar a Jerusalén. Lo que estaba en su mente, y lo que se estaba diciendo a sí misma, era: «Yo soy una pecadora, y tengo que ofrecerle a Dios un sacrificio por mis pecados; tengo que llevar una ofrenda a la casa de Dios y ponerme a buenas con Él. ¿Adónde tengo que ir?» Para ella, lo único que podía saldar el pecado era el sacrificio. Su problema fundamental era ¿Dónde había que presentar ese sacrificio? A estas alturas ella ya no está discutiendo los respectivos méritos del templo del monte Guerizim y los del monte de Sión; lo que quiere saber es: «¿Dónde puedo yo encontrar a Dios?

Jesús le contestó que el día de las viejas rivalidades humanas estaba llegando a su final; y que estaba próximo el tiempo cuando la humanidad encontraría a Dios en todas partes. Sofonías había tenido la visión de que las personas adorarían a Dios «cada una en su lugar» (Sofonías 2:11). Y Malaquías había soñado que en todas partes se ofrecería incienso como ofrenda pura al nombre de Dios (Malaquías 1:11). La respuesta que Jesús le dio a la Samaritana fue que no tenía necesidad de ir a ningún sitio determinado para encontrar a Dios, no tenía necesidad de ofrecer sacrificio en ningún lugar especial: el verdadero culto encuentra a Dios en cualquier lugar.

Ayúdanos a continuar sembrando La Palbara de Dios

WebDedicado ha sido autorizado a recaudar los fondos para continuar con La Gran Comisión


Deja el primer comentario

Otros artículos de Nuestro Blog

Que pueden ser de interés para ti de acuerdo a tus lecturas previas.