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El vil ratón

En una ciudad muy grande y muy bonita habí­a un barrio que sobresalí­a entre todos los otros, por ser el más lujoso; sus casas eran unas hermosas mansiones, todas las personas que viví­an en este barrio, eran muy adineradas. Pero en una de estas hermosas y grandí­simas mansiones viví­a un pequeño ratoncito, el cual se paseaba por todos los rincones de esta hermosa mansión; andaba solito, ya que a su mamá rata la habí­an matado uno de los empleados que habitaba en aquella mansión. Al pobre ratoncito querí­an matarlo, pues lo odiaban y lo menospreciaban, ya que decí­an que era sucio y solo serví­a para comerse los sobrados de comida que quedaban por ahí­ y para darle mal aspecto a la espectacular mansión. Decí­an que era lo más vil que podí­a existir.

Pero un dí­a, tres hombres se paseaban por el barrio, pusieron su mirada en la linda mansión donde viví­a el ratoncito. Estos tres hombres eran una banda de ladrones muy reconocida, siempre que se fijaban un objetivo, lo lograban; esta vez, su objetivo era robar todas las cosas de valor que habí­a en esta hermosa mansión. Se pasearon alrededor de ella, observándola por dentro a través de sus ventanas.

Uno de ellos dijo: Yo creo que la caja fuerte debe estar detrás de esa linda pintura que está en ese cuadro, traeré una maleta bien grande para guardar todo el dinero.

Otro de los ladrones dijo: Miren esas preciosas porcelanas, se nota que son muy finas, deben de valer millones, yo me encargaré de ellas.

Finalmente, el último ladrón dijo: Yo me llevaré todas las joyas que encuentre, buscaré en los baúles, en los cofres y hasta el último rincón de esta hermosa mansión que nos espera este grandioso fin de semana. Por los perros no hay que preocuparse, los mataremos con carne envenenada. El pequeño ratoncito estaba en un rincón, escuchando todo lo que aquéllos hombres hablaban.

La banda de ladrones se habí­a enterado que ese fin de semana, todas las personas que viví­an en esta mansión se iban de viaje, eso querí­a decir que iba a quedar completamente sola.

El dueño de la mansión creí­a que dejando a sus grandí­simos perros vigilando, no le iba a pasar absolutamente nada a su mansión, la cual habí­a construido con el trabajo de toda su vida.

El ratoncito quedó muy asustado y a la vez muy pensativo, pues sabí­a que estos hombres vení­an a robar y él no podí­a quedarse con las patas cruzadas

Cuando llegó la noche del dí­a mas esperado por estos tres hombres, llegaron a la hermosa mansión, sacaron varios pedazos de carne, la cual, estaba envenenada, se la dieron a los perros e instantáneamente murieron. Empezaron a entrar uno a uno, por una de las ventanas que habí­a quedado un poco abierta.

El primero de ellos, bajó el cuadro donde estaba la hermosa pintura y preciso, allí­ estaba la caja fuerte, empezó a darle una, otra y otra clave, hasta que por fin logró abrirla, feliz, empezó a guardar todo el dinero en la grandí­sima maleta que habí­a llevado.

El segundo ladrón, empezó con mucho cuidado a guardar cada una de las finí­simas porcelanas. Fue ahí­, cuando el ratoncito empezó a actuar; le dio tres vueltas alrededor de él y luego, se entró por la bota de su pantalón y empezó a subir por su pierna; inmediatamente, el ladrón mandó a volar las porcelanas, pues le tení­a pavor a los ratones, más que a cualquier grandí­simo perro y gritó: » ¡Un ratón, por favor ayúdenme, un ratón!»

En esos momentos, el celador del barrio escuchó los ruidos y los gritos en la hermosa mansión y de una vez llamó a la policí­a.

La policí­a capturó a la banda de ladrones, nadie comprendí­a que habí­a pasado, pues esta banda era muy sutil en sus robos, jamás hací­an un solo ruido cuando estaban logrando su objetivo; pero cuando estaban esposados, al segundo ladrón le habí­a dado un tremendo ataque de nervios y seguí­a diciendo: ¡Un ratón, por favor maten el ratón! ¡Un ratón!

Fue ahí­, donde todos se dieron cuenta que si no hubiera sido por el ratoncito, esta banda hubiera hecho el robo más grande que nunca antes habí­an logrado. Cuando llegaron los dueños de la hermosa mansión, le contaron al pie de la letra todo lo que habí­a pasado.

Ellos se sintieron muy mal con el ratoncito, pues lo habí­an menospreciado tanto, hasta el hecho de querer matarlo. Pusieron su confianza en los grandí­simos perros guardianes, que al fin y al cabo no sirvieron para nada.

La moraleja de esta historia es que a lo que a nosotros nos parece necio y débil, Dios lo ha escogido para avergonzar a los sabios y para avergonzar a lo fuerte. Al ratoncito lo veí­an como lo más vil, pero a lo vil del mundo y a lo menospreciado, ha escogido Dios, a fin de que nadie se crea mejor que los demás.

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