El reino de los cielos se parece a dos hermanos que vivían felices y contentos hasta que recibieron la llamada de Dios para que fueran sus discípulos.
El de más edad respondió con generosidad a la llamada, aunque tuvo que ver como se desgarraba su corazón al separarse de la familia, y de la muchacha a la que amaba y con la que soñaba casarse. Pero al fin se marchó a un país lejano donde gastó su propia vida al servicio de los más pobres de entre los pobres.
Se desató en aquél país una persecución, fue detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte.
Y el Señor le dijo: “Muy bien, siervo fiel y cumplidor, me has servido por el valor de mil talentos, voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Pasa al banquete de tu Señor!
La respuesta del más joven fue mucho menos generosa. Decidió ignorar la llamada, seguir su camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz matrimonio, le fue bien en los negocios y llegó a ser rico y prospero.
De vez en cuando daba limosna a algún mendigo y se mostraba bondadoso con su mujer y sus hijos. También de vez en cuando, enviaba una pequeña suma de dinero a su hermano mayor que se hallaba en un remoto país y le ponía una nota en la que decía:
“Tal vez con esto puedas ayudar mejor a esos pobres diablos!.”
Y cuando le llegó la hora, el Señor le dijo: “Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de diez talentos… Voy a recompensarte con mil millones de talentos… ¡Entra al banquete de tu Señor!”.
El hermano mayor se sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que él, pero se alegró sobremanera y dijo: “Señor, aún sabiendo esto, si tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría exactamente lo mismo que he hecho”.