Un día el carpintero estaba cortando una rama de un árbol cerca de un río y su hacha se le cayó al río. El infeliz carpintero le rogó a Dios.
Dios se le apareció y le preguntó:
— ¿Por qué estás llorando?
— Mi hacha se le ha caído al río.
Dios se metió en el río y le sacó una hacha de oro. Le preguntó:
— ¿Es ésta tu hacha?
— No. Dios se metió de nuevo al río y sacó un hacha de plata:
— ¿Y ésta, es la tuya?
— No. Esa no es.
Dios volvió al río, sacó un hacha de madera y preguntó:
— ¿Es ésta tu hacha?
— Sí. Esa es.
Dios estaba tan contento con la sinceridad del carpintero que le dejó las tres hachas y mandó al carpintero a su casa.
Otro día, en el campo, paseaban el carpintero y su esposa. Su esposa tropezó y cayó al río. El infeliz carpintero le rogó a Dios. Dios se le apareció y le preguntó:
— ¿Por qué estás llorando?
— Mi esposa se ha caído al río.
Dios se metió en el río, sacó a Gabriela y preguntó:
— ¿Es ésta tu esposa?
— ¡Sí, sí!
Dios se enfureció.
— Eres un mentiroso, un rufián!
— ¡Oh, Dios; perdóname! Ha sido un malentendido. Pues si digo que no es Gabriela, después tú me sacarías a Sofía Vergara. Después si digo que no es ella, entonces sacarías a mi esposa y al decir que sí es ella Tú me dejarías con las tres. Dios, yo soy un humilde carpintero y no podría mantener las tres. Sólo por eso dije sí la primera vez.
La moraleja de la historia es que los hombres sólo mentimos por causas honorables y con buenas intenciones.