Alto y triunfante, muy erguido y apuntando hacia el cielo, un almendro sobresalía en el huerto. Se sentía feliz cuando los agraciados cotorritos, con sus vivaces colores, o los gorriones elegantes y señoriales se correteaban sobre sus ramas. Hospedaba con gozo jilgueros, ruiseñores, y otros pájaros cantadores.
Pero un día una abubilla se posó sobre una de sus ramas. El pájaro apoyó su oreja sobre la corteza del árbol y percibió el hormigueo de las minúsculas pero voraces larvas que abundaban debajo de la corteza. Enfiló su largo pico encorvado en el tronco del almendro, y comenzó a extraer las larvas y a devorarlas.
El almendro cayó en una negra tristeza. Ese pájaro escuálido, que hurgaba con el pico en su corteza y arruinaba su perfecto tronco, era verdaderamente insoportable. El soberbio almendro hizo todo lo posible para echar a la abubilla que por fin un día se fue.
Desde ese momento las pequeñas larvas pudieron engordar en paz y lentamente invadieron todo el tronco. Una noche, un solo golpe de viento fue suficiente para quebrar al orgulloso árbol.
Esta anécdota es por sí misma elocuente, a veces las ayudas que requerimos son dolorosas y molestas, sin embargo reflexionemos lo siguiente:
Todos necesitamos ayuda: Si alguien «mete el pico debajo de tu piel», mostrándote tus defectos y faltas, no te enojes, ¡dale las gracias!, en vez de sacudírtelo como aun molesto insecto.
Hay que dejar la actitud de autosuficiencia que nos lleva a querer resolver nuestros propios problemas sin ayuda pues nunca seremos lo suficientemente objetivos para ver lo que nos resistimos a ver, lo suficientemente humilde para reconocer nuestros errores y disculparnos por ellos, ni lo suficientemente atinados para encontrar el mejor remedio a nuestros males.
Hay que tener la valentía suficiente para mostrar nuestras debilidades y miserias a un «consejero», persona sabia juiciosa y prudente que nos ayuda en nuestro proceso de crecimiento.
El proceso de «limpieza» de nuestra alma y de «curación» de nuestras heridas puede ser doloroso, cansado y penoso, pero no por ello podemos dejar de hacerlo ya que si permitimos crecer el «cáncer» de nuestras miserias humanas y defectos terminaremos como el almendro del cuento, invadidos por completo, corroídos por dentro, muertos en vida y listos para derrumbarnos estrepitosamente ante los vientos de las dificultades cotidianas.
La «abubilla» que cada uno tenemos no es otra que la madre o el padre que nos corrige por nuestro bien, y que junto con los maestros, van modelando nuestra personalidad con firmeza y comprensión.
Una «abubilla» es también el amigo que en vez de callarse para evitar disgustos con nosotros, se atreve a hacernos ver cuando cometemos injusticias, cuando empezamos a engañar, a ser deshonestos o a ir nos por mal camino.
«Abubillas» son las autoridades civiles que nos exigen cumplir las leyes de tránsito, respetar el orden público y la propiedad y pertenencias de los demás, pagar impuestos que contribuyen al bien común a través del sostenimiento de servicios públicos.
«Abubilla» son los líderes de opinión cuando utilizan su poder de influencia para despertar en nosotros los más nobles sentimientos de solidaridad y seriedad con los necesitados, aquellos que denuncian injusticias sociales, que proponen caminos válidos de actuación civil sin manipularnos para manifestaciones inútiles y lesivas de los derechos de otros.
«Abubilla» es aquel ministro de Dios que fiel a su misión mueve nuestra conciencia a través de sus sermones o exortaciones.
«Abubilla» es, finalmente, nuestra propia conciencia que es la voz interior puesta por el mismo Dios para juzgar todos nuestros actos a la luz de su bondad o maldad, y que nos sirve como regla práctica de actuación en cada situación de vida al movernos a buscar el bien y evitar el mal, a no querer para otros lo que no queremos para nosotros mismos, y a buscar siempre los medios lícitos para alcanzar fines buenos, bajo el principio de que un fin bueno no justifica el empleo de medios ilícitos o malos.
Foto: Victor Guimera