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Hechos 2: El aliento de Dios

Todo el pasaje nos presenta una de las ideas dominantes y básicas del Antiguo y del Nuevo Testamento: El Día del Señor. Hay mucho en la Biblia que nos resultará difícil de entender a menos que conozcamos los principios que subyacen bajo esta concepción. Los judíos nunca perdían de vista que eran el pueblo escogido de Dios, e interpretaban que Dios los había elegido para una gloria y un privilegio especiales entre todos los pueblos de la Tierra. Sin embargo, eran una nación pequeña. Su historia había sido una sucesión de desastres. Estaba claro que, por medios humanos, nunca alcanzarían la gloria que les estaba destinada como pueblo escogido. Así es que, poco a poco, llegaron a la conclusión de que, lo que los hombres no podían, Dios lo haría. Y empezaron a esperar el día en que Dios intervendría directamente en la Historia y los elevaría al honor que soñaban. El día de esa intervención divina sería El Día del
Señor. La Historia quedaría dividida en dos edades: La Edad Presente, y La Edad por Venir, que sería El Siglo de Oro de Dios.

Entre las dos Edades estaría El Día del Señor, que sería el doloroso alumbramiento de la Nueva Era. Vendría tan por sorpresa como el ladrón nocturno; los cimientos de la Tierra serían sacudidos, y el universo entero se desintegraría. Sería un día de juicio y de terror. A lo largo de los libros proféticos del Antiguo Testamento y en gran parte del Nuevo encontramos descripciones de ese Día. Los pasajes más característicos son: Isaías 2:12; 13:6ss; Amós 5:18; Sofonías 1:7; Joel 2; 1 Tesalonicenses 5:2ss; 2 Pedro 3:10. Aquí Pedro les está diciendo a los judíos: «Hace generaciones que estamos soñando con el Día del Señor, el gran Día en que Dios intervendrá en la Historia. Ahora, con Jesús, ha llegado ese Día.» Detrás de todo ese escenario estaba la gran verdad de que, en la Persona de Jesús, Dios mismo había entrado en la escena de la Historia humana.

Señor y Cristo: Hechos 2:22-36

-¡Hombres de Israel, escuchadme bien! – siguió diciéndoles Pedro- . Jesús de Nazaret ha sido un Hombre al Que Dios ha acreditado ante vosotros por medio de milagros y obras que eran señales inequívocas del poder de Dios en acción. Dios estaba actuando por medio de Él, y vosotros lo habéis visto todo y no lo podéis negar. De acuerdo con lo que Dios tenía planificado y sabía de antemano que iba a suceder, ese Hombre os fue entregado, y vosotros le matasteis haciendo que le crucificaran los paganos que no tienen ni idea de la Ley de Dios. Pero Dios le desató las ligaduras de la muerte y le devolvió a la vida otra vez, porque era imposible que quedara bajo el control de la muerte. Porque David dice de Él: «Tengo siempre presente al Señor; porque le tengo a mi diestra soy inconmovible. Por tanto, mi corazón se mantiene alegre, y el júbilo brota en mi lengua, y mi vida transcurre en esperanza; porque Tú no abandonarás mi alma en la tierra de los muertos, ni permitirás que tu Santo experimente la corrupción del sepulcro. ¡Tú me has dado a conocer los senderos que conducen a la vida verdadera! ¡Tú me llenarás de alegría cuando me concedas tu presencia!» Queridos hermanos: Se os puede decir sin ambages que el patriarca David murió, y le enterraron, y seguimos conservando su tumba. Pero, como era profeta y sabía que Dios le había dado su palabra y le había jurado que Uno de sus descendientes se sentaría en su trono para siempre, previó la Resurrección del Mesías y habló acerca de Él; porque es al Mesías al Que Dios «no ha abandonado en la tierra de los muertos», y su cuerpo el que «no experimentó la corrupción del sepulcro.» Que Dios ha resucitado a este Jesús es el hecho del que tenemos conocimiento personal. En prueba de que ha sido exaltado ala diestra de Dios y de que ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, ha dado esta demostración del Espíritu que estáis viendo y oyendo. Porque David no ascendió al Cielo en persona; y sin embargo dice: «Dijo el SEÑOR a mi Señor: «Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como un estrado bajo tus pies. «» ¡Que se dé por enterada toda la nación de Israel de que Dios ha puesto a este Jesús a Quien vosotros crucificasteis como Señor y Mesías!

Aquí tenemos un pasaje que está lleno de la esencia del pensamiento de los primeros predicadores.

(i) Insiste en que la Cruz no fue ningún accidente. Formaba parte del plan eterno de Dios (versículo 23), que es algo que se afirma con frecuencia en Hechos (véase 3:18; 4:28; 13:29). El pensamiento de Hechos nos salvaguarda de dos serios errores sobre la muerte de Jesús.

(a) La Cruz no fue una salida de emergencia porque a Dios le hubieran fallado otros planes. Forma parte de la vida misma de Dios.

(b) No debemos pensar nunca que nada de lo que hizo Jesús cambiara la actitud de Dios hacia los hombres. No debemos oponer un Jesús dulce y amable a un Dios airado y vengativo. Fue Dios el Que envió a Jesús, el Que planificó la venida de Jesús al mundo. Podemos decir que la Cruz es una ventana en el tiempo por la que podemos ver el amor sufriente que hay eternamente en el corazón de Dios.

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