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Hechos 2: El aliento de Dios

Ahora bien: en Hechos nos encontramos especialmente con el kérygma, porque este libro nos relata la proclamación de los hechos del Evangelio que se dirige a los que no los conocen. Este kérygma sigue el esquema que se encuentra en todo el Nuevo Testamento.

(i) Contiene las pruebas de que Jesús, y todo lo que Le sucedió, son el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. En los tiempos modernos cada vez se hace menos hincapié en el cumplimiento de las profecías. Se ven los profetas, más como proclamadores de la voluntad de Dios a los hombres, que como pronosticadores de acontecimientos futuros. Pero el hincapié de la predicación original en la profecía nos conserva y presenta una gran verdad: la de que la Historia no es mera casualidad sin razón ni propósito, sino que tiene sentido, y que hay una ley moral en el universo. Creer en la posibilidad de la profecía es creer que Dios está en control, y que está llevando a cabo su propósito.

(ii) Jesús de Nazaret es el Mesías prometido y esperado. En Él se han cumplido las profecías mesiánicas y ha amanecido la Nueva Era. La Iglesia Primitiva tenía la convicción de que toda la Historia se centraba en Jesús; con su venida, la Eternidad había invadido el tiempo, y Dios había aparecido en la escena humana. Por tanto, ni la vida ni el mundo podían ser ya lo que eran antes. Con la venida de Jesús se había hecho presente algo crucial, irrepetible y definitivo.

(iii) La predicación original continuaba exponiendo que Jesús era descendiente del rey David; que había impartido enseñanza y obrado milagros; que Le habían crucificado; que había resucitado, y que estaba a la diestra de Dios. La Iglesia Primitiva estaba completamente segura de que el Evangelio dependía de la vida terrenal de Cristo, y de que había que relatar esa vida. Pero también estaba convencida de que aquella vida y muerte terrenales no eran el final de la historia, sino que las había seguido la Resurrección. Jesús no era para ellos alguien acerca del que leían o escuchaban una historia, sino Alguien con Quien se habían encontrado y a Quien conocían en su experiencia personal. No era el personaje de un libro, alguien que había vivido y muerto; era una presencia viva para siempre.

(iv) Los primeros predicadores pasaban entonces a insistir en que Jesús iba a volver otra vez en gloria para establecer su Reino en la Tierra. En otras palabras: la Iglesia Primitiva creía intensa y apasionadamente en la Segunda Venida. De nuevo nos encontramos con una enseñanza que aparece rara vez en la predicación moderna, pero que conserva una gran verdad: que la Historia tiene una meta, y que algún día llegará su culminación.

(v) La predicación terminaba con la afirmación de que sólo en Jesús está la salvación, que el que crea en Él recibirá el Espíritu Santo, y que al que no crea no le queda esperanza. Es decir, que terminaba con una seria advertencia; la que oyó John Bunyan, el autor de EL Peregrino, como si Alguien se lo estuviera diciendo al oído: «¿Quieres dejar tus pecados e ir al Cielo, o seguir con tus pecados e ir al Infierno?»

Si leemos de una sentada el sermón de Pedro en Pentecostés veremos cómo se entrelazan en él estos cinco temas.

Ha llegado el día del Señor: Hechos 2:14-21

Pedro se puso en pie con los otros once apóstoles, y empezó a hablarles en voz bien alta para que todos pudieran oírle: – ¡Eh, vosotros judíos y todos los que estáis en Jerusalén: enteraos bien y prestad atención a lo que os voy a decir! Estos no están borrachos como decís vosotros, puesto que no son más que las 9 de la mañana. Lo que pasa es que se está cumpliendo lo que dijo el profeta Joel: «En los días finales -dice Diosderramaré de mi Espíritu sobre toda la humanidad. Vuestros hijos e hijas darán profecías; vuestros jóvenes tendrán visiones, y vuestros ancianos, sueños. En esos días derramaré de mi Espíritu sobre los hombres y las mujeres que me sirven, y ellos serán mis profetas. Mostraré maravillas arriba en los cielos, y pruebas visibles de mi poder divino abajo en la Tierra: sangre, y fuego, y vapor de humo. El Sol se convertirá en tinieblas, y la Luna en sangre, antes que llegue el gran Día del Señor en todo su esplendor. Y será un hecho que todos los que invoquen el Nombre del Señor estarán a salvo.»

En el versículo 15, Pedro insiste en que esas personas no pueden estar borrachas, porque es la hora tercera del día (Versión Reina-Valera). Las horas del día contaban desde la salida hasta la puesta del Sol, es decir, poco más o menos, desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde; por tanto, la hora tercera eran las 9 de la mañana.

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