Cuando nos damos cuenta de lo que es el pecado vemos que no es algo que se han inventado los curas o los pastores, sino que es algo que inunda la vida. Es el fracaso en cualquier esfera de la vida de ser como debemos y podemos ser.
La otra palabra que usa Pablo, que traducimos por transgresiones, es paróptóma. Quiere decir literalmente resbalón o caída. Se usa de una persona que yerra el camino, y que cada vez se aleja más de lo que debería ser su destino; se usa de un hombre qúe se despista, y se desliza por terrenos peligrosos lejos de la verdad. Transgresión es seguir un camino equivocado cuando podríamos seguir el correcto; es faltar a la verdad que debemos conocer. Por tanto es el fracaso en alcanzar la meta que deberíamos habernos propuesto.
¿Estamos en la vida donde debemos estar? ¿Hemos alcanzado la meta de eficacia y habilidad que podían hacernos alcanzar nuestras condiciones? ¿Hemos alcanzado la meta de servicio a los demás que teníamos la obligación de alcanzar? ¿Hemos alcanzado la meta de bondad que podríamos haber alcanzado?
La idea central de pecado es el fracaso, fracaso de acertar en la intención, fracaso de mantenernos en el camino debido, fracaso de hacer la vida lo que podríamos haberla hecho; y esa definición nos incluye a cada uno de nosotros.
La muerte en vida
Pablo habla de personas que están muertas en pecados. ¿Qué quería decir? Algunos lo han tomado en el sentido de que sin Cristo las personas viven en un estado de pecado que en la vida por venir produce la muerte del alma. Pero Pablo no está hablando de la vida venidera; está hablando de la vida presente. Hay tres direcciones en las que el efecto del pecado es mortal.
(i) El pecado mata la inocencia. Nadie sigue siendo el mismo después de cometer un› pecado. Los psicólogos nos dicen que nunca olvidamos realmente nada.
Puede que no quede en nuestra memoria consciente, pero todo lo que hemos hecho o visto u oído o experimentado de alguna manera alguna vez queda enterrado en nuestra memoria inconsciente. El resultado es que el pecado produce un efecto permanente en la persona.
En la novela Trilby de Du Maurier se nos presenta un ejemplo de esto. Por primera vez en su vida, Little Billee ha tomado parte en una juerga de borrachos, y se ha emborrachado. « ¡Y cuando, después de dormir durante cuarenta y ocho horas o algo así los humos de ese memorable exceso navideño, descubrió que le había sucedido una cosa triste y extraña!
Era como si un aliento fétido hubiera empañado su espejo del recuerdo, dejando una pequeña película por detrás, de forma que ninguna cosa del pasado que quisiera ver en él se reflejara exactamente con la misma claridad prístina. Como si el agudo, rápido filo de navaja de su poder para alcanzar y evocar el anterior encanto y el atractivo y la esencia de las cosas se le hubiera mellado y estropeado. Como si la floración de esa alegría especial, el don que él tenía de recuperar emociones y sensaciones y situaciones pasadas, y de actualizarlas de nuevo mediante un sencillo esfuerzo de voluntad, se le hubiera desvanecido para siempre. Y ya nunca recuperó el uso completo de esa facultad tan preciosa de la juventud y de la niñez feliz, y de lo que había poseído antes sin darse cuenta de una manera tan singular y excepcional.»
La experiencia del pecado le había dejado una especie de película opaca en la mente, y las cosas ya no podrían ser tan luminosas como antes. Si manchamos un traje o una alfombra, podemos mandarlos al tinte, pero no se quedan realmente como antes. El pecado hace algo a la persona; mata la inocencia; y la inocencia, una vez que se pierde, ya no se puede recuperar. Como decía el poeta:
Morirá la primavera: suene la gaita, – ruede la danza; mas cada año en la pradera tornará el manto – de la esperanza. La inocencia de la vida (calle la gaita – pare la danza) no torna una vez perdida. ¡Perdí la mia 1, – ¡hay, mi esperanza! (Pablo Piferrer, Canción de la Primavera).
(ii) El pecado mata los ideales. En las vidas de muchos hay una especia de proceso trágico. Al principio, una persona considera una mala acción con horror; la segunda etapa llega cuando tiene la tentación de hacerlo, pero, aun cuando lo está haciendo, se siente todavía desgraciado e inquieto y muy consciente de la está mal; la tercera etapa llega cuando ya ha hecho aquello tantas veces que ya se hace sin remordimientos. Cada pecado hace más fácil el siguiente. El pecado es una especie de suicidio, porque mata los ideales que hacen que valga la pena vivir la vida.
(iii) Por último, el pecado mata la voluntad. En un principio, uno se entrega a algún placer prohibido porque quiere; al final, se entrega a él porque no lo puede evitar. Una vez que algo se convierte en un hábito, no está lejos de ser una necesidad.