En el libro Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, se cuenta que en un ataque un soldado alemán llegó a una zona de trincheras enemigas. Pronto divisó a un soldado contrario. Se disponía a disparar cuando se dio cuenta de que estaba herido.
Se aproximó y pudo observar que no ofrecía peligro. Se acercó al herido y le ayudó a reposar más cómodamente, le desabrochó la guerrera y le dio a beber de su cantimplora. Seguidamente, el soldado inglés, por señas, le indicaba que quería algo de un bolsillo de su guerrera. El soldado alemán le atendió y sacó una fotografía y una carta. El inglés quería verlas de nuevo al sentirse cada vez peor. Con lágrimas en los ojos el alemán ayudó en todo al inglés hasta que éste murió. Después recogió aquellos recuerdos y se las ingenió después de la guerra para que llegaran a los familiares del muerto.
Cuando entró en la trinchera iba dispuesto a matar, le habían dicho que todo hombre que no llevaba su uniforme era enemigo y tenía que liquidarlo. Después, al verlo herido y saber de sus sentimientos humanos de amor a su familia, reconoció en aquel inglés no a un enemigo, sino a un hombre como él que tenía corazón y sentimientos. Al verlo en otra luz, desde otra perspectiva, todo cambió. Se dio cuenta de que hay dos posibles maneras de ver al hombre. Una como antagonista. La otra, a la luz de aquellos sentimientos que nos hacen humanos, criaturas creadas a la imagen y semejanza de Dios.
Así nos pasa frecuentemente con las personas, al verlas desde otras perspectivas descubrimos todo lo bueno que hay en ellas y en nosotros.