Cuando luego entraron en Canaán, Jericó, la primera ciudad por ellos ocupada, fue entregada al anatema. Mirado este hecho desde el punto de vista de la religión antigua, venía a ser una hecatombe en obsequio de Yahvé, para merecer su ayuda en la conquista que empezaba. Considerado desde el punto militar, tenía por objeto sembrar el pánico entre los cananeos y facilitar su rendición o su conquista. En la segunda ciudad conquistada, Hai, parece haberse repartido el fruto de la victoria entre Yahvé y el pueblo, pues de ella dice Dios: “Trata a Hai y a su rey como trataste a Jericó y a su rey; pero el botín y el ganado tomadlo para vosotros”.
La primera batalla contra los cananeos, que fue la de Gabaón, nos la describe el autor sagrado así: “Los cinco reyes huyeron y se refugiaron en la caverna de Maceda.” Allí los encerró Josué para impedir que se le escapasen. El pueblo persiguió a los fugitivos “hasta exterminarlos,” refugiándose en las ciudades fuertes los que pudieron escapar. Josué entonces mandó abrir la cueva y sacar a los cinco reyes: el de Jerusalén, el de Hebrón, el de Jerimot, el de Laquis y el de Eglón, y, llamando Josué a los jefes de Israel, les dijo: “Acercaos y poned el pie sobre su cuello.” Lo hicieron así, y Josué añadió: “No temáis ni os acobardéis; sed firmes y valientes, pues así tratará Yahvé a todos vuestros enemigos.” Después Josué hizo darles muerte “y los mandó colgar de cinco árboles, y allí estuvieron colgados hasta la tarde”. Y, resumiendo toda la campaña del Mediodía, el texto nos dice: “Josué batió toda la tierra: la montaña, el mediodía, los llanos y las pendientes, con todos sus reyes, sin dejar escapar a nadie, y dando al anatema todo viviente, como lo había mandado Yahvé, Dios de Israel”. La misma conducta observó el caudillo israelita en la campaña del Norte después de vencidos los cananeos junto al lago Merón. Por fin, resumiendo la obra de Josué, dice el texto que “no hubo ciudad que hiciese paces con los hijos de Israel, fuera de los jeveos, que habitaban en Gabaón; todas las tomaron por la fuerza de las armas, porque era designio de Yahvé que estos pueblos endureciesen su corazón en hacer la guerra a Israel, para que Israel los diese al anatema, sin tener para ellos misericordia y los destruyera, como Yahvé se lo había mandado a Moisés”. Sin embargo, la distribución de la tierra fue más bien una asignación de la parte que cada tribu debía conquistar. Esto nos dice el sentido de este resumen de la conquista llevada a cabo por Josué.
Jueces traza un cuadro de la obra de cada una de las tribus para adueñarse de su heredad. La empresa fue acabada por David. Todo esto muestra cómo no podemos entender a la letra las expresiones tan universales de la Sagrada Escritura.
La Guerra Después de la Conquista
Pero no sólo en estas guerras de conquista. En el apéndice del libro se nos habla del castigo de Benjamín, y se dice que en la batalla última y decisiva cayeron de Benjamín 25.000 hombres, quedando sólo 600 en la peña de Rimón. Como si esto fuera poco, “los hijos de Israel se volvieron contra Benjamín y pasaron a filo de espada las ciudades, hombres y ganados y todo cuanto hallaron, e incendiaron cuantas ciudades encontraron”. Después se reúnen en Betel y hacen una gran lamentación por la ruina de una tribu israelita. Cuando David se hallaba entre los filisteos, salía a hacer excursiones “contra los guesurianos, contra los fereceos y contra los amalecitas, pues todos; éstos habitaban la región desde Telam por el sur hasta el Egipto.”. David asolaba sus tierras, sin dejar vivos hombre ni mujer, apoderándose de los ganados. “Esto hacía para que no le delatasen los. Supervivientes”. En comparación de esto, juzgaremos blanda la conducta del mismo David con los amonitas, a quienes condenó a trabajos forzados, y hasta la más dura guardada con los moabitas, “a los cuales batió, y, haciéndoles postrarse en tierra, los midió, echando sobre ellos las cuerdas, y a dos de las medidas las condenó a muerte, y a la otra la dejó con vida”. Tal modo de hacer la guerra nos parece ahora inhumano, pero era cosa corriente en la antigüedad.
Y leemos que los reyes de Israel tenían en Siria fama de misericordiosos.