Daniel 7:13 »Miraba yo en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo[ñ] venía uno como un hijo de hombre;[o] vino hasta el Anciano de días, y lo hicieron acercarse delante de él.
Hijo de hombre: La expresión favorita de Jesús para designarse a sí mismo. De ahí que el sueño de Daniel tenga, en parte, un carácter mesiánico, al anunciar que la venida del Mesías inauguraría una nueva etapa del reinado de Dios sobre la historia. Cristo cumplió esta misión trayendo el reino de Dios a la experiencia humana.
Daniel 7:14 Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran;[p] su dominio es dominio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca será destruido.
Este Hombre es el Mesías. Jesús utilizó este versículo para referirse a sí mismo. Las nubes del cielo presentan como divino al Hijo del Hombre; a través de la Biblia las nubes representan su majestuosa y sobrecogedora presencia. La gloria de Dios apareció en una nube en Éxodo 16:10 y 19.9 durante la entrega de la ley en Sinaí.
Daniel 7:15 »A mí, Daniel, se me turbó el espíritu hasta lo más hondo de mi ser, y las visiones de mi cabeza me asombraron.
Daniel 7:16 Me acerqué a uno de los que allí estaban y le pregunté la verdad acerca de todo aquello. Me habló y me hizo conocer la interpretación de las cosas:[q]
Daniel 7:17 »“Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra.[r]
Daniel 7:18 Después recibirán el reino los santos del Altísimo,[s] y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre”.[t]
Los «santos del Altísimo» son el verdadero Israel, el pueblo regido por el Mesías. Jesucristo entregó el reino al nuevo Israel, su iglesia, compuesta de todos los creyentes fieles. Su venida marcó la llegada del reino de Dios, y todos los creyentes son sus ciudadanos. Aunque Dios quizás permita que haya un poco más de persecución, el destino de sus seguidores es poseer el reino y estar con El para siempre.
Daniel 7:19 »Entonces tuve deseo de saber la verdad acerca de la cuarta bestia, que era tan diferente de todas las otras, espantosa en gran manera, que tenía dientes de hierro y uñas de bronce, que devoraba y desmenuzaba, y pisoteaba las sobras con sus pies;
Daniel 7:20 asimismo acerca de los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que le había salido, ante el cual habían caído tres. Este mismo cuerno tenía ojos y una boca que hablaba con gran insolencia, y parecía más grande que sus compañeros.
Daniel 7:21 Y veía yo que este cuerno hacía guerra contra los santos y los vencía,[u]
Daniel 7:22 hasta que vino el Anciano de días, y se hizo justicia a los santos del Altísimo;[v] y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino.
El Antiguo Testamento : la posesión del Reino, la profecía y el Reino. La profecía del capítulo siete de Daniel no sólo cubre la lucha espiritual a través de las edades entre la primera y la segunda venida del Mesías, sino que usa dos términos de importancia para percibir la verdad bíblica acerca del Reino de Dios; «dominio» y «recibir». «El dominio», del caldeo shelet, que significa: «gobernar, prevalecer y dominar», está en las manos de los poderes humanos hasta la venida del Hijo del Hombre, cuando éste lo tomará en sus manos para siempre. Pero en el período entre la primera y la segunda venida del Mesías, se entabla una lucha. En este período los santos «reciben» (del caldeo chacan, que significa: «sostener u ocupar») el reino. Ello indica un proceso de prolongadas luchas mientras los redimidos (los «santos») «poseen» lo que han «recibido». El panorama se presenta así:
1) Luego de que el juicio favorece a los santos (una predicción sobre el impacto de la cruz de Cristo, de la cual pendía, tanto la redención humana, como la restitución de su dominio bajo Dios), comienza una larga lucha.
2) Esta lucha se describe como el tiempo cuando los santos entraron a poseer el reino. Estos batallan contra siniestros adversarios y experimentan una serie de victorias y aparentes derrotas. La profecía revela la presente era del reino, en la que se desarrolla una lucha constante; con una victoria tras otra para la Iglesia. Pero su triunfo final aguarda el regreso de Cristo.