Jesús, al saberlo, se fue de allí, y mucha gente de Galilea lo siguió, se fue con sus discípulos a la orilla del lago. Cuando supieron las grandes cosas que hacía, también acudieron a verlo muchos de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del oriente del Jordán y de la región de Tiro y Sidón. Por esto, Jesús encargó a sus discípulos que le tuvieran lista una barca, para evitar que la multitud lo apretujara. Porque había sanado a tantos, que todos los enfermos se echaban sobre él para tocarlo. Y cuando los espíritus impuros lo veían, se ponían de rodillas delante de él y gritaban: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Jesús sanaba a todos los enfermos, y les ordenaba que no hablaran de él en público. Esto fue para que se cumpliera lo que anunció el profeta Isaías, cuando dijo: Aquí está mi siervo, a quien he escogido, mi amado, en quien me deleito. Pondré sobre él mi Espíritu, y proclamará justicia a las naciones. No protestará ni gritará; nadie oirá su voz en las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que apenas humea, hasta que haga triunfar la justicia. Y las naciones pondrán su esperanza en él. Mateo 12:15-21; Marcos 3:7-12
Dos cosas que encontramos aquí acerca de Jesús muestran que Él nunca confundió la temeridad con el coraje. En primer lugar, de momento se retiró. Todavía no había llegado la hora para una colisión frontal. Jesús tenía mucho que hacer antes que la Cruz le tomara en sus brazos. En segundo lugar, Él prohibía a la gente que Le rodeara de publicidad. Sabía demasiado bien cuántos falsos mesías habían surgido; sabía demasiado bien lo inflamable que era la gente. Si se difundía la idea de que había surgido Alguien con poderes maravillosos, seguro que surgiría una rebelión política y se perderían vidas innecesariamente.
Jesús tenía que enseñar que el mesiazgo no consistía en un poder demoledor sino en un servicio sacrificial, no un trono sino una cruz, antes de que pudieran divulgar Su historia. La cita que usa Mateo para compendiar la obra de Jesús es de Isaías 42:1-4: Aquí está mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me deleito. He puesto en él mi espíritu para que traiga la justicia a todas las naciones. No gritará, no levantará la voz, no hará oír su voz en las calles, no acabará de romper la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Verdaderamente traerá la justicia. No descansará ni su ánimo se quebrará, hasta que establezca la justicia en la tierra. Los países del mar estarán atentos a sus enseñanzas . En cierto sentido es una cita curiosa, porque en primera instancia se refería a Ciro, el rey persa: El Señor consagró a Ciro como rey, lo tomó de la mano para que dominara las naciones y desarmara a los reyes. El Señor hace que delante de Ciro se abran las puertas de las ciudades sin que nadie pueda cerrárselas. (Isaías 45:1). La referencia original de la cita era que Ciro iba barriendo territorios con sus conquistas; y el profeta veía esas conquistas como parte del plan deliberado y definido de Dios. Aunque él no lo sabía, el persa Ciro era un instrumento de Dios. Además, el profeta veía a Ciro como un conquistador benigno, lo cual era en realidad. Pero aunque las palabras originales se refirieran a Ciro, el total cumplimiento de la profecía vino indudablemente en Jesucristo.
En su día, el rey persa dominó el mundo oriental; pero el verdadero Señor de todo el mundo es Jesucristo, así que vamos a ver lo maravillosamente que Jesús cumplió esta profecía de Isaías.
(i) Él diría a las naciones lo que es la justicia. Jesús vino a traer la justicia a la humanidad. Los griegos definían la justicia como dar a Dios y a los hombres lo que les es debido. Jesús mostró a la humanidad cómo vivir de tal manera que tanto Dios como los seres humanos ocupan el lugar que les corresponde en nuestras vidas. Nos mostró cómo debemos comportarnos con Dios y con nuestros semejantes.
(ii) Él no se enfrentaría con nadie, ni gritaría de forma que se Le oyera por las calles. La palabra que se usa para gritar se usa corrientemente del ladrido de los perros, el graznido de los cuervos, el escándalo de los borrachos, la bronca de la audiencia descontenta en el teatro. Quiere decir que Jesús no Se pelearía con la gente. Ya conocemos los enfrentamientos de los partidos rivales en los que cada uno trata de superar con sus gritos los del otro. El odio de los teólogos, odium theologicum, es una de las tragedias de la historia de la Iglesia Cristiana. Ya tenemos bastante con las peleas de los políticos y sus ideologías, y con todos los tipos de oposiciones características de la «cultura» española. En Jesús se da la callada, inalterable serenidad del Que busca conquistar mediante el amor y no por logomaquia o demagogia.
(iii) No quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo humeante. La caña puede que esté astillada y no pueda mantenerse erguida, y haya que sujetarla o vendarla; el pábilo puede que no dé más que una luz «melancólica» como el del quinqué de Espronceda, porque esté quemado o falto de combustible, y haya que recortarlo o alimentarlo. El testimonio de una persona puede que sea vacilante y débil; la luz de su vida puede que sea parpadeante; pero Jesús no vino para desaniman, sino para animar. No trata con desprecio al débil, sino con comprensión; no extingue la llama vacilante, sino la cuida para que dé una luz más fuerte y brillante.
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