Se cuenta de un abogado que vivió en Escocia que, en una ocasión, alquiló un caballo de un hombre pobre y tanto abusó del animal que éste murió. El hombre pobre insistió en que el abogado pagara por su caballo.
El abogado no negó su responsabilidad y le dijo al hombre pobre que estaba dispuesto a pagar. «Pero», le dijo, «en este momento estoy algo escaso de dinero y agradecería si me permitiera aplazar el pago.»
El pobre labrador, que era un hombre muy comprensivo, no tuvo inconveniente en dar al abogado un poco de tiempo para cumplir con su compromiso. Ante la insistencia del abogado de no poder pagar en tiempo muy cercano, el labrador le respondió que simplemente fijara él la fecha.
Siendo una persona astuta, el abogado redactó el documento estableciendo que pagaría por el caballo el día del juicio final. Sospechando haber sido engañado, el hombre fue al tribunal de justicia y pidió al juez que examinara su documento.
Después que el juez examinó la nota, estuvo de acuerdo en que el documento era perfectamente legal y dirigiéndose al abogado le dijo: «El día del juicio ha llegado. Pague al hombre por su caballo.»
Hay momentos cuando la vida nos presenta su factura para ser pagada. Dios nos permite vivir exactamente como nosotros deseamos y pueden pasar meses y aun años sin que Dios nos pida cuentas de cómo lo hemos hecho, sin que eso signifique que Dios se ha olvidado. El día llegará cuando seguramente la vida nos presente su factura.