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En el mundo antiguo, casi todos tenían dos nombres. El griego era la lengua internacional, y casi todos tenían un primer nombre, en su lengua materna, que era por el que los conocían sus familiares y amigos, y otro nombre griego, que era el que usaban en los negocios y en las cosas oficiales. Algunas veces un nombre era la traducción del otro: Petros era el equivalente griego de Kefa, el nombre arameo para roca; Tomás en arameo y Didimo en griego quieren decir mellizo; Tabita en arameo y Dorcas en griego quieren decir gacela. Algunas veces se escogía un nombre griego que sonara parecido al arameo. Un judío que se llamara Eliakim o Abel en su lengua podía escoger Alcimus o Apeles como nombres griegos equivalentes. Así es que Petros y Kefa o Cefas no son nombres distintos, sino el mismo en lenguas diferentes.

En el Antiguo Testamento, el cambio de nombre indicaba a veces una nueva relación con Dios. Por ejemplo: Jacob pasó a llamarse Israel: Entonces el hombre le dijo: –Ya no te llamarás Jacob. Tu nombre será Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. (Génesis 32:28), y Abram se cambió por Abraham y ya no vas a llamarte Abram. Desde ahora te llamarás Abraham, porque te voy a hacer padre de muchas naciones. (Génesis 17:5) cuando entraron en una nueva relación con Dios. Era como si la vida empezara de nuevo y se fuera una persona diferente, y necesitara un nuevo nombre.

Pero lo realmente importante de esta historia es que nos dice cómo mira Jesús a las personas. No ve solamente lo que es en el momento, sino también lo que puede llegar a ser. Ve no sólo lo que es en la actualidad, sino lo que es en potencia. Jesús miró a Pedro y vio en él no sólo al pescador galileo sino también al que tenía la posibilidad de convertirse en la roca sobre la que se edificaría la Iglesia. Jesús nos ve no sólo como somos, sino como podemos ser; y Él nos dice: «Dame tu vida, y te haré lo que llevas dentro que puedes llegar a ser.» Una vez alguien vio a Miguel Angel reduciendo una roca enorme y deforme con el cincel, y le preguntó qué estaba haciendo. «Estoy liberando al ángel que está prisionero en el mármol» -le contestó el escultor. Jesús es el único que ve y que puede liberar al héroe que hay oculto en las personas.

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